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Por Francisco Villarreal

Hay un legendario personaje griego que me encanta. Se llama Casandra. Aquella Grecia clásica en la que metemos en el mismo saco a un montón de repúblicas y reinos tan semejantes entre sí como un bosquimano y un sueco. La muchacha en cuestión era hija del rey de Troya, don Príamo, y además era sacerdotisa del dios Apolo. Pero era también muy guapa, y los dioses griegos eran muy mañosos. De que se les antojaba un mortal, mortala o mortale, no se aplacaban hasta saciar sus altos instintos (vivían en la punta de un cerro). Ni la mitología ni la historia lo dicen, pero es muy probable que los dioses tomaran ambrosía con píldoras de ajo negro, que les ponía lívida la libido. A uno de estos divinos asnos primaverales, el mentado Apolo, se le antojó la Casandra. Ella, que aparte de ser guapa y sagrada era muy lista, ofreció ceder a los requiebros a cambio de obtener el don de la profecía. Como a don Apolo se le quemaban las habas de puro amors, le concedió el don a la chamaca. Sólo que, a la hora de consumar el trato, a Casandra siempre le dolía la cabeza, andaba en sus días, o tenía muchos quitones y clámides qué planchar. Apolo se dio cuenta que le habían tomado el pelo, y se buscó otro objeto, objeta u objete para ejercer el fornicio. Eso sí, antes maldijo a la fementida. “Tus profecías serán como la denuncia de una mujer por acoso, abuso o maltrato: aunque digas la verdad, nadie te va a creer”, le dijo, y así fue.

No sigo con la leyenda porque acaba muy mal para Casandra, Apolo se consoló bastante rápido. Pero el síndrome de Casandra sigue vigente. La prueba más clara es cuando la madre advierte al niño travieso “Te vas a caer”, y el socarrón no atiende y, ¡zas!, se cae. Pero el síndrome se da en todas partes, a todas las edades y en todos los géneros, géneras y géneres. Pero nunca había visto el síndrome de Casandra desatado si no hasta poco antes de las pasadas elecciones: una verdadera epidemia. Analistas, especialistas, opinólogos y hasta villamelones profetizaban frenéticamente la debacle de la nueva empresa de Claudio X. El selecto club político “Va X México” no triunfaría en el proceso electoral de 2022. Ganar dos gubernaturas de seis en pugna, y todavía está en veremos, es una derrota, y es más estrepitosa cuanto más pretenden promoverla como victoria (¿estás oyendo Fox?). A la gente le fastidian los sofismas y los retruécanos; como santo Tomás Dídimo, creen en la herida que ven y que tocan, sobre todo cuando esas manos fueron las que apuñalaron a “Va X México” con sus votos.

Es factible convertir una derrota en una victoria, pero eso se logra con acciones e inteligencia, no con visajes, pataletas, rollo barato y lógica absurda. A pesar de lo evidente, parece que la disciplina interna de la coalición-contubernio, impide que cada partido involucrado piense en su propia estabilidad y supervivencia. No quieren “rescatar” al país sino a un modelo económico; les importa el dinero, no la gente. La dictadura gerencial de Claudio X parece reproducirse en los liderazgos de esos partidos, que cada vez más destacan por su autoritarismo y mediocridad. Los alardes sólo sirven para exasperar a los ciudadanos que, si no tienen la certeza, sí intuyen que necesitan partidos fuertes y coherentes. No se trata de oponerse a Morena y sus aliados, se trata de ampliar la oferta ideológica. Ambas coaliciones no son deseables, pero al menos la macolla morena hace propuestas (buenas o malas), la chusma gerencial sólo tiene rechazo y odio reactivo. Desde hace siglos, algunas disciplinas esotéricas ya aseguraban que en las profundidades de la mente todo es positivo, afirmativo; la negación no es, existe. La teoría tiene sus asegunes, pero no han de ser tantos cuando hasta don Carlos Gustavo Jung caminó por esos andurriales. La vida misma es la realización de una afirmación. Podemos inducir una reacción negativa, pero no imprimir la negación como un modelo mental porque enloqueceríamos negándolo todo, hasta a nosotros mismos. El odio es otra grave negación. La gente común y medianamente sana se cansa de odiar. Sólo odian para siempre las mentes enfermas. La mejor prueba es que nadie se puede explicar satisfactoriamente por qué odia; lo justifica para los demás, pero no lo explica para sí mismo. Así que una campaña sustentada en odio y rechazo sería, literalmente, una locura.

Creo que yo ya sufría el síndrome de Casandra desde hace mucho, antes de la reciente marea de profecías sobre las elecciones. Hace unos años advertía que la campaña que se orquestó primero contra López, después contra el presidente López y la 4T, y luego contra el presidente López, la 4T y Morena, era una campaña tan mal planteada que sólo obstruye la crítica objetiva y construye el escenario para una guerra civil de guiñol. Intereses e ideologías detrás de esa torpe campaña ya son translúcidos y ajenos a los nuestros. Curiosamente, tampoco son coherentes con los postulados de cada partido involucrado en esa campaña. El desgaste era previsible, pero insisten en mantener una campaña que no ha funcionado. E insisten en mantener una coalición que está despedazando la integridad de cada partido. A mí en lo personal me disgusta ver que los partidos se debiliten, cedan a grupos internos de poder, que sus líderes medren de los recursos públicos, que sigan necios en no replantearse ni reivindicarse con la sociedad. Sus esfuerzos por mantener consistencia, se hacen alrededor de sus líderes, no para su militancia.

Morena tiene todavía tiempo para aprender de ese mal ejemplo. Sobre todo si se considera que está constituido en una buena parte por tránsfugas. Dante Delgado, que es bastante astuto, creo que ha entendido mejor esta experiencia y aprecia las áreas de oportunidad: “más vale paso que dure”. MC cambia de tácticas, y el nuevo Nuevo León parece un buen laboratorio para experimentar. 

Lo que de plano me parece inapropiado, es criticar las todavía presuntas derrotas electorales a base de burlas. Todos, desde el líder de partido (o coalición) hasta el más humilde elector, debemos preguntarnos las causas de las derrotas y de las victorias. No necesitamos grandes y onerosos asesores. La gente lo dice con su voto y su abstención. Cada elección es la realización de una profecía emitida en los comicios anteriores, y una advertencia para los próximos. Burlarse de un partido derrotado es burlarse de quienes votaron por él. Y así no se construye la democracia, sino todo lo contrario. Porque, ojo: Casandra también vota.

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// Francisco Villarreal

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Autor: lostubos
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