Por Félix Cortés Camarillo
Debo decir que no me causa excesivo placer el coincidir en un planteamiento de principio del presidente López, cuyo sustento ideológico y estrategia política me resultan francamente repugnantes. Sin embargo, estaría yo simulando la misma táctica de doble cara que él aplica, con tolerancia y elogio solamente de las actitudes o pronunciamientos de quien piensa igual que yo y roñoso rechazo de toda postura divergente. Porque la democracia es precisamente eso, capacidad de disentir e inteligencia y buen juicio para aceptar el pensamiento ajeno.
Lamento mucho diferir de quienes escandalizados califican de soberbio y zafio el desaire que López Obrador le hace al presidente Joe Biden negándose a asistir a la Cumbre de las Américas que tiene lugar en Los Ángeles. Fue imprudente, sí, que divulgara al mismo tiempo que ratificaba lo tantas veces dicho, de que si saben contar no cuenten con él, su decisión de que irá a visitar a Biden el mes próximo. Imprudente si es una visita ya negociada y acordada; imprudente, si es una balandronada.
Pero aún así debo reconocer que el presidente de México -quien quiera que sea- tiene todo el derecho de acudir o dejar de acudir a la invitación que le haga cualquier mandatario del mundo. Mucho más para una pinchurrienta reunión continental que no sirve para nada: las invitaciones a la Cumbre de las Américas son, circunstancialmente, equivalentes a las llamadas a misa y las mentadas de madre. El que quiere va y el que no, no.
De ninguna de estas reuniones ha surgido nada de importancia para el desarrollo social, económico, jurídico de los países americanos. Ni la Alianza para el Progreso, ni los acuerdos de Lima, ni la ahora búsqueda de una defensa de la democracia en todo el continente, comenzando por las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Generalmente es un desfile de discursos torpes y aburridos, resoluciones que se quedan en el papel y sobre todo la foto del grupo de mandatarios. Lo único que está en juego ahí es la chamba del que dispone la ubicación de cada uno de los gobernantes, en qué fila, cerca de quién y lejos de cual.
Fundamento mi punto. La democracia, que por lo menos en el discurso es lo que se propone fomentar y apoyar esta reunión, está reñida con la exclusión. En una discusión democrática, dentro de un país, en un plano continental o si se quiere más amplio, la regla no debe ser el coro uniforme de todos los que están de acuerdo con el modo de pensar o actuar del anfitrión. Por el contrario, sería muy interesante y valioso poner sobre la mesa la diversidad de conductas y convicciones de los que no piensan igual. Discutir, rebatir, debatir aunque ciertamente no se llegará a un consenso.
Ese es el error de Biden, como ha sido el de todos los presidentes de los Estados Unidos; el erigirse en el gendarme continental pensando que -como diría Siqueiros- no hay más ruta que la nuestra. Pero también es el equívoco de López. No es lo mismo que el vocero de esa disidencia, tiránica y todo pero disidencia, de otros países americanos sea el canciller Ebrard que el presidente de México, tan ganoso él de un liderazgo panamericano, como lo estuvo a nivel más inflado, Luis Echeverría.
No pasa nada. En este mundo con una guerra, una crisis económica derivado en parte de ella y una crisis de salud que comienza por el Covid y tiene una interesante estación en el trayecto de los alimentos para lactantes.
PILÓN PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto, señor presidente: ya deje de darle consejos a la oposición para que se organice en una entidad moderna. Cuide mejor su propio gallinero, porque de las tribus de caníbales que le rodean ssldrá su enemigo.
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