Por José Francisco Villarreal
He andado en penas y cuitas, descuidado de los hados, enfadados. Dioses añosos y nuevos, sentados en sus poltronas, cósmicos y telescópicos, tejen nubes y destinos. Ellas sin ubres, ellos mezquinos. Así siento a cavilar el muladar de noticias, ¡quia, veraces!, ¡quia, ficticias! Ora Murillo Karam, otrora Rosario Robles, otrosí que agua no hay en la metropolitana ciudad ni en otra menguada. “Penas y penas y penas”, Sandro dijera. “¡Qué gacho!”, dijera yo. ¿Qué dijera don Guzmán? Asaz hijo putativo de Bartolomé de Torres. Periodistas y sabihondos de la comentología, ¿tal dirían? “No sabéis adónde os ir,/ todo el mundo está perdido;/ no halláis a quien servir,/ ni siquiera un mal partido./ ¡Gran dolor,/ un hombre tan servidor/ que no halle un pan que coma!”
Supongo que no es agradable para un mercenario vagar por las calles de Roma en el siglo XVI. Peor cuando don Guzmán añora al Duque de Valentinois, “O César, o nada”. Entonces tal vez gobernaba Giuliano de la Rovere, el Papa Guerrero, y un soldado al postor pero afín a los Borgia no debió ser bien visto; ni en el efímero papado anterior de Pío, el segundo papa Piccolomini. Después de todo las facciones políticas usarán mercenarios, pero no confían en ellos. Y así debe ser. Porque, decía Von Clausewitz, antes de que lo hicieran santo patrón del marketing, que la causa original de la guerra está en un objetivo político. Es decir, la guerra es básicamente política. El matiz lo daría el campo de batalla. Negociar el T-MEC, por ejemplo, es una guerra; tan guerra como los tonos variopintos de la guerra entre la OTAN y el bloque ruso, que se libra también en Ucrania. En todos los casos un condotiero sólo busca paga y es útil en tanto se puede controlar.
En cualquier terreno, incluso virtual, se ha de elegir el campo de batalla en función de los recursos punitivos con los que se cuenta. Esto obliga a evaluar las fortalezas y debilidades del enemigo y las propias. Cada estratega intenta menguar el vigor del oponente. Salvo en la guerra salvaje, se busca neutralizar al adversario, no destruirlo. En aumentar la propia fortaleza todo vale; rentar voluntades, por ejemplo. Hay entonces diferencia entre quien defiende, y quien ofende por nómina. Así que las paces sí que duelen al soldado de fortuna. “Mas, cuidado,/ todo el mundo está callado,/ sobra la paz por la tierra/ sino a mí, pobre soldado,/ que la paz me hace guerra./ Pues, digamos,/ los soldados no medramos/ sino la guerra en la mano;/ con razón la deseamos/ como pobres el verano”. Un mercenario, pues, nunca será un patriota. La cantidad de mercenarios exhibe la riqueza de su señor… y su debilidad como líder.
En el obituario de la cordura (las primeras planas) la guerra declarada contra la 4T es como la Primera Guerra Mundial, donde cada mexicano se agazapa en una trinchera, impotente contra los efluvios tóxicos de la estridencia mediática y la desafortunada pero inevitable respuesta de los aludidos. Sólo que la “oposición” no acaba de emulsionar lo patriota con lo político; bordada a mano por el señor X, no mueve sino jalonea a militancias y medios, pero no a ciudadanos; apela a pasiones no a convicciones. En el otro extremo beligerante hay una institución republicana que bien o mal, pero representa a una nación. La relación entre la banda presidencial y el pueblo mexicano es tan sustancial y necesaria para la democracia nacional, que ni bajo los regímenes más deleznables intentó romperse.
El doctor Dong Nguyen Huu dijo hace poco que votar no es elegir, y que una elección universal legítima empieza antes, con una elección interna de candidatos confiables. En México, hace años que no se cumple esa condición previa. Así votamos, no elegimos. Ni siquiera la abrumadora elección de don Andrés cumplió con eso. Fue algo así como un don Nicolás de Zúñiga y Miranda con más paciencia, o mayores convicciones. En este momento, cuando menean los calderos en los aquelarres de los partidos, la incertidumbre es la norma. No por los candidatos a suceder a don Andrés, sino por la falta de claridad y certeza en lo que es este régimen. Porque no es lo que se nos dice. Puede ser mejor o peor. Pero la locura de una guerra ideológica sin ideología no nos deja ver más allá de nuestras narices. Sólo los actores frecuentes de esta mojiganga política pueden ver más allá, porque sus narices son más largas… como Pinocho y por la misma razón.
En tamaña confusión, creo que estamos a un paso de que nos adulteren todavía más la información que los ciudadanos necesitamos para que nuestro voto sea una elección, no un acto reflejo.
Nada nos garantiza que se repitan las condiciones que llevaron a don Andrés a la presidencia, y que su sucesor, del partido que sea, también sea incuestionable, por lo menos electoralmente. Necesitamos que la información fluya hacia nosotros objetivamente, sin sesgos. Por desgracia, la guerra no ha parado. Todos aprovechan cualquier espacio mediático, cualquier dato, para joder al adversario. Los medios, grandes o pequeños, asimilados en estrategias de uno y otro bando no tienen peso por sí mismos. La base laboral, sobre todo la periodística, es la que los vuelve eficaces. Los renombres se ostentan, pero ya no valen un peso. En esta confusión y ante la urgencia de ambas partes por “aniquilar” al enemigo, ni con el más insignificante miligramo de ética periodística se puede tomar una decisión adecuada.
La disyuntiva del periodismo, del periodista, del individuo, es la del mercenario don Guzmán en Roma: o el hambre, o la gula, prebendas y una selfie con el Duque de Valentinoise. Las mesnadas huérfanas se afilian a facciones oficiosamente y a tientas. De oquis toman partido sin hacer política. Mercenarios gratuitos que, por replicar comedidamente estrategias ajenas, vienen arruinándolas todas. Como a don Guzmán, la paz les hace guerra. La atizan para cosechar migajas y terminan haciendo una batalla campal en su propio campo y en el nuestro. En realidad, infelices condotieros como don Guzmán, sólo necesitan la voz del capitán: “¡Sús, sús, sús, al ordenanza!/ ¡Sús, al orden, tres a tres!/ Cada cual tome su lanza./ ¡Sús, sús, sús, al ordenanza!”… Y unas monedas.
PD: Con la pena, pero me cito, de agosto del 2021, a propósito de… ¡todos! “Es ridículo que cada vez que un actor político de oposición u oficialista es señalado en una denuncia, se clame al Cielo contra lo que, dicen, es una persecución política (al “cielo” de los políticos, que es un cielo real y reside en la amnesia de los ciudadanos). Ese clamor es, en todo caso, un grito de nostalgia por la impunidad que se ejerció durante años. Comprendo que como en la leyenda clásica, ‘la mujer del César no debe estar manchada ni con la sospecha’, pero no es el caso de nuestros políticos, cuya vida y obras suelen estar tan percudidas, que no se blanquean ni con bicarbonato”.