Por Félix Cortés Camarillo
Desde luego que recuerdo el 25 de agosto de 1968. Fue el cuarto día de la maldad. Finalmente, los soldados del Pacto de Varsovia (Polonia, Alemania del Este, Hungría, Bulgaria y la Unión Soviética) habían abatido a los civiles checos que defendían nuestro edificio de la Radio Checoslovaca en el número 12 de la calle Vinohradská, justo detrás del museo nacional. Frente a la radio se registró el mayor número de civiles muertos, durante todo el asesinato de la Primavera de Praga, alrededor de cincuenta. El gobierno de Dubcek había ordenado al ejército no oponerse a la invasión, pero la población se mantuvo en lucha.
Ese día 25, los soldados terminaron la ocupación del enorme edificio de Radio Praga. Los jóvenes que yo vi en mi entonces casa no tenían idea de dónde se encontraban e iban cortando a bayoneta en mano los alambres eléctricos y las líneas de transmisión. Oficina por oficina, estudio por estudio, cabina por cabina.
Radio Praga nunca interrumpió sus transmisiones repudiando la invasión e informando de la pasiva resistencia en todos los idiomas posibles, por la onda corta. Tuvimos que mudarnos, si dejar de transmitir, a un edificio por el rumbo de Pankrac, en donde existía una estación de radio clandestina que transmitía en italiano en apoyo del partido comunista de entonces. Desde ahí seguimos transmitiendo y los rusos nunca nos pudieron acallar.
Margitta estaba en el séptimo mes de nuestro embarazo. El embajador mexicano Antonio Castro Valle y su mujer Rossy nos habían ofrecido el refugio físico de su residencia en la embajada de México para refugiarnos. Nos quedamos en casa. Mes y medio después, octubre 25, Margitta parió técnicamente sola a Félix, en el viejo hospital que se llama Apolinarska y que estaba rodeado de tanques soviéticos. La invasión del imperio ruso duró ocho meses, luego se hizo la desentendida, hasta que se cayó el Muro de Berlín y la URSS.
Ayer se cumplieron seis meses de la invasión rusa en Ucrania. La efeméride me revivió las orgullosas cicatrices de entonces. porque el mismo espíritu que impulsó a Leonid Brezhnev a aplastar un anhelo de soberanía en 1968 en Praga es el que anima a Vladimir Putin en sus bríos imperiales desde 2014 con la toma de Crimea. A más de medio siglo de distancia, los sueños imperiales no han muerto y la gran Rusia está a la espera de un nuevo Zar.
PILÓN PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Pito y repito: ¿Qué viene a hacer el presidente López a Nuevo León?
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