Por José Jaime Ruiz
Larga llanura bajo la noche. Un aullido penetrante de coyote. El galope lejano de un caballo. Viento con olor a yerba quemada y a flor áspera. Arriba una planicie azul. La Luna y, a veces, el eco de un disparo perdido. Es el Norte. Y en viejos labios las antiguas leyendas: el indio Victorio escondido en el cerro de la Candelaria; el indio Jerónimo; la santa de Cabora. Y más al Este, los recuerdos de Catarino Garza, las consejas de Agapito Treviño, el Caballo Blanco, y las memorias de cuando los kikapoos robaban niños blancos, les ponían una arracada en la oreja derecha y los enseñaban a montar a pelo. //¿José Alvarado?
Pero ya he hablado del sueño de riquezas de Midas y del sueño de elocuencia de Platón, referiré a continuación con qué equivocadas visiones se ensombreció el descanso de muchos. ¿Y qué mejor lugar para empezar que el recuerdo sacratísimo del divino Augusto? A su médico Artorio, que tuvo un sueño durante la noche previa al día en que los ejércitos romanos se enfrentaron en los campos de Filipos, se le apareció la imagen de Minerva y le ordenó que aconsejase a Octavio, aquejado entonces de una grave enfermedad, que interviniese en el combate que se avecinaba pese a hallarse enfermo.
Habido oído esto César, ordenó que lo llevasen en litera al campo de batalla. Mientras permanecía en vela, más allá de lo que sus propias fuerzas le permitían para alcanzar la victoria, Bruto se apoderó de su campamento. ¿Qué otra cosa podemos pensar sino que la divinidad hizo que un hombre destinado ya a la inmortalidad percibiese la violencia de la fortuna indigna de un espíritu divino?
// Valerio Máximo
Multiplicad los canes…
Dar la espalda. Comprender.
Dios es un pobre niño que llora. Aunque no lo merezca, dadle un mendrugo.
No conjugues “mitigar”.
Esa estupidez llamada tristeza: Madrid.
“Abrazar” también será un verbo.
Comandante José Domínguez/Star Trek / Primerísimo.
Lástima que no nos hayamos desconocido antes.
Zarza ardiente. Primer mandamiento: No desees.
Cumple realidad, no fantasía.
Seducción, cuestión de clase. Casi Marx.
Regiomonte… Königsberg… Monterrey. Las fuentes, no los puentes.
Engendrar… yévous… de esto se (mal) trata.
Sacramenta tu madre. Hazlo.
Sin confusión, el malo soy Yo.
Es cacería. Temporada. Permiso para joder.
Corazón sin hueso, por eso jode.
Come a tu prójimo, próximo; degústalo.
¿Hay desesperanza? No sabía…
Resume. Destino mingitorio. Resume.
Arriar pañuelos. Banderas nunca nuestras.
Bajó Diablo. No era Georgia.
Como en Surviving Picasso, asistimos a la butaca para tragar a un Anthony Hopkins sobreactuado en el papel de Hitchcock, de por sí Hitchcock ya era un impostado de sí mismo…
Desconocer tus reglas. Romper.
Se llamaba Amanda y miedo tenía.
Estaba de regreso. Huyó.
Y dijo: ¿A quién le importa lo que deshaga? ¿A quién?
Que no somos iguales, dice indigente.
“No somos iguales”, dices. “Ustedes son decentes”.
Vivir es necesario, conversar no es necesario.
Felicidad no basta; haced tristeza. Sé feliz.
“Tears in Heaven”. ¿Acaso importa?
Finnegans Wake o The Corrections.
Desmacerarse. Acaso. Y susurró: “Niña, es el lobo. ¿Estás ahí?”
Equivocado o no, beber invierno. Inocencia primera. Deshabitar. No hay culpa. Jódete. Yo decido…
Ustedes variopintos, hipócritas de libertad; ustedes, entended, los despreciamos.
No dejes para mañana lo que puedas joder hoy.
“La vida mata”, dijo. Murió.
Un día mantuvo Bruto el campamento de Octavio. Al día siguiente perdió y, como Casio, optó por el suicidio.
De próxima reedición.
@ruizjosejaime