Por José Francisco Villarreal
Decía mi agüelo que para encontrar al culpable hay que identificar al beneficiario. Incluso la peor delincuencia no beneficia al delincuente, por el contrario, le expone y le hace más difícil su “profesión” o vocación (que no siempre son coincidentes). Cada delincuente es un gramero que abona a las toneladas de zozobra que se acumulan en el lomo de la sociedad. Esa inestabilidad no beneficia al delincuente y hasta tiende a abaratar el producto de su deshonesto trabajo. Decir que esa inestabilidad afecta a todos parejo es inexacto. La inestabilidad social segrega, distribuye el daño sin equidad. Así la sociedad se polariza sin necesidad de que don Andrés y sus detractores muevan un dedo, una lengua, una pluma, un “vlog”, o un medio de comunicación. La polarización social es problema viejo, pero es indiscutible que fue la “oposición” la que exacerbó esa polarización en el campo mediático, aún antes de que don Andrés llegara al poder. Las exhibiciones públicas de repudio al régimen acabaron de mostrar una oposición bien definida, con un perfil de clase muy ajeno a la calle, tanto que muchas de sus manifestaciones parecen performances. Aunque toda manifestación pública tiene impacto político, debemos ser cuidadosos en distinguir entre una manifestación social y una política. No es lo mismo buscar cambios sociales que buscar cambios políticos. Menos aún cuando se intenta un cambio político desde y para un segmento específico de la sociedad.
Hay distancias siderales entre cuestionar los excesos y fueros militares y reducir al Ejército a un objeto decorativo e inútil. La marcha nacional del 2 de octubre sigue siendo necesaria, aunque este año se da en un momento inoportuno. El Ejército es un elemento fundamental en las discusiones en el Congreso de la Unión, y en el sistemático discurso de opositores al régimen. Sin decirlo abiertamente, y con todas las implicaciones que pueda tener a futuro, al hablar de “militarización” se inserta un elemento polarizante más en la sociedad. El boicot a las iniciativas presidenciales induce esta vez una predisposición de la gente contra el Ejército. Esto me inquieta, porque aunque se han documentado excesos de los militares, las Fuerzas Armadas de México siguen siendo más confiables que cualquier fuerza policiaca municipal, estatal o federal. La gente teme a los policías, así sean mucho muy civiles, pero se siente segura ante los militares. “Un soldado en cada hijo te dio…”, no un policía. Así como se repudia al Ejército en las calles, con argumentos similares se puede repudiar el acceso al gobierno de varios partidos políticos cuya corrupción e impunidad ha sido sufrida por todos.
Entonces, la marcha del pasado 2 de octubre, con toda la carga política que normalmente acarrea, tuvo el mismo sentido social que ha tenido desde siempre. No se exige la disolución del Ejército sino un profundo replanteamiento de sus valores, derechos y obligaciones. En suma, la subordinación efectiva al pueblo no al poder en turno. No es sencillo. La propia estructura de cualquier ejército lo aísla de la sociedad, un pueblo dentro de otro. Su operación deslinda responsabilidades individuales en aras de la disciplina. La exigencia civil de cada 2 de octubre no debe ser respondida por los poderes del Estado, sino por el propio Ejército. Por supuesto, las marchas del 2 de octubre, y esta marcha en particular, no son contra el Ejército sino contra el uso que se le ha dado desde el poder en turno. Si hay civiles que no olvidan el 2 de octubre, es el Ejército el que no debería olvidarlo jamás, incluso manifestarlo abiertamente como cualquier civil. Deben admitir que hay poca diferencia entre los comandantes Díaz Ordaz y Calderón Hinojosa, ambos civiles. Por lo menos Díaz Ordaz tuvo la relativa decencia de asumir su responsabilidad.
Tal vez todo esto está detrás del repudio a Denise Dresser durante la marcha.
Quienes escribimos sobre política sólo especulamos. El pulso ciudadano no se detecta desde un escritorio, lejos de la gente. El analista puede ser eventualmente acertado, pero eso no lo hermana con la gente ni lo hace excepcional. No tiene asegurados lugar y trato preferentes en una manifestación. En lo personal, Denise siempre me ha parecido un personaje muy demodé. Puede ser divertido verla entre la fauna política e intelectual, o en exhibición de danza, pero es un lunar en medio de una marcha popular. Su calidad como ciudadana es legítima y no hay motivo para expulsarla de una marcha por sus ideas, pero debe admitirse que, aunque es muy probable que su presencia fuera una provocación o mero oportunismo, estaba completamente fuera de lugar. Como decía antes: no es lo mismo una manifestación social que una política. Es de lo más natural cuando un contingente rechaza a quienes declaran consignas distintas u opuestas, porque hacen confuso el mensaje y desvirtúan la manifestación.
Denise no es el primer caso de repudio popular contra “analistas alineados”. Alguno tuvo que aguantar hasta escupitajos e insultos. Quienes escriben bien o mal (como yo) sobre política, crean un personaje que no depende de la gente sino de los políticos (y sus patrocinadores). Algunos lo hacen por oficio, otros por convicción, muchos por beneficio. Ningún hijo de vecino reconoce a una pluma eminente, y si la reconoce, nadie le garantiza admiración ni cortesía. A lo sumo le pueden halagar tomándose una selfie, y nunca será tan importante como tomarse una foto con un cocodrilo deambulando en las calles de Tampico. Pero por más fama que se tenga, si no hay absoluta coincidencia, tanto en las manifestaciones sociales como en las marchas de reptiles tampiqueños, ni junto, ni atrás, ni en ancas. Mejor de lejos o de ladito; por respeto, dignidad o precaución, cada chango a su mecate. Porque una manifestación social no intenta desestabilizar ni a sí misma ni a la sociedad, sino todo lo contrario.