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Pinocchio y los mentirosos compulsivos

Por Félix Cortés Camarillo

No tengo la menor duda de que el talento creativo de Guillermo del Toro nos dejará ver una obra maestra cuando nos cuente en una película, y a su manera, la historia que a finales del sigo XIX escribió el italiano Carlo Collodi y que Disney deformó en su versión cinematográfica de las aventuras de Pinocchio.

Los hermanos Grimm, Andersen y otros escritores tomaron tradiciones orales de origen mayormente germánico y las convirtieron en cuentos para niños a los que Disney quitó la enorme carga de violencia y desmanes insufribles para potabilizarlos; los cuentos son, sin embargo, siniestros. Salvaje antropofagia, castigos extremos, satánicos ritos, abundan.

En La Cenicienta, la madrastra obliga a sus hijas a mutilarse los pies para poder meterlos a la zapatilla que les garantizara matrimonio con el príncipe. La reina malvada intoxica a Blanca Nievas y la somete a un transe catatónico con una manzana envenenada, dejando de lado la sospechosa convivencia de la muchacha con siete liliputenses. Los padres de Hansel y Gretel, urgidos por alguna hambruna momentánea, abandonan a sus hijos en el bosque porque comen mucho: la bruja que seduce a los escuálidos niños para que entren a su choza hecha de pan de jengibre, los somete a dieta de engorda en una jaula con la idea de comérselos después.

El lobo feroz -que en versiones anteriores era un ogro- después de zamparse a la abuela de Caperucita Roja se come a la niña. Obviamente enteras, para que luego el leñador pueda así sacarlas rebanándole la panza al animal. En La Bella y la Bestia, el padre de la chica guapa no duda en hacer una catafixia de su hija por su propia libertad. Chulada de personajes.

Pinocchio, muñeco tallado en madera que quiere ser niño de verdad, es un mentiroso compulsivo. Mata de un martillazo al grillo que pretende llevarlo por el buen camino y miente a cada rato haciendo que su nariz le crezca a límites de cirugía facial reconstructiva. Le cuelgan de un árbol por ello, le queman las patas y se lo come un tiburón gigante que previamente había engullido a Geppetto, artesano ebanista que lo había tallado y que termina como su padre putativo. Antes de que el milagro opere y Pinocchio sea un niño bueno de verdad, el monigote vuelve a mentir para sembrar las monedas de oro, producto de la venta de su silabario, pensando que van a florecer en un árbol como si fueran contribuciones voluntarias en efectivo para la cuarta simulación.

Yo no creo, aunque su historia parece ser igual de siniestra, que el presidente López sea un mentiroso compulsivo.

El grave problema de decir mentiras es que con frecuencia no recordamos la mentira que dijimos antes, y al caer en contradicciones queda al descubierto el engaño. Por eso no creo que el presidente López mienta intencionalmente. Acaba de decir que el gobierno de los Estados Unidos no va a ir al diferendo sobre la política energética de México que podría ocasionar sanciones graves a la economía de nuestro país. Ya la autoridad de los Estados Unidos lo desmintió. Eso, en paralelo con la designación de una fiera defensora de las tesis del presidente López que llegó a sustituir a una Tatiana Clouthier que demostró capacidad negociadora ante los gobiernos de Biden y de López hasta el límite, y de la designación como jefe negociador al junior de uno de sus matarifes.

No, el presidente López no quiere mentir a toda costa, como Pinocchio: simplemente repite lo que le dicen sus más cercanos engañadores. Porque él lo cree; y porque le conviene creerlo.

Ahora, los pies que serán quemados en la hoguera del TEMEC van a ser los nuestros.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): ¿Cuántos muertos a balazos faltan para reconocer que en Michoacán manda el crimen?

‎felixcortescama@gmail.com

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Vía / Autor:

// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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