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Pues no puede andar mi esposa amada…

Por Félix Cortés Camarillo

Entrar a la edad madura tiene, además de los indicios que el cuerpo no deja de hacer patente, varios fenómenos de advertencia. Para mí, uno de los principales es la percepción del tiempo. Hoy, los niños están contando con ansiedad los interminables días que faltan para los regalos, los juguetes, las sorpresas. Nosotros, con creciente alarma, cada año nos damos cuenta de lo rápido que pasan los días.

Dentro de muy poco estaremos celebrando esa bella y abandonada fiesta de las posadas; sin darnos cuenta de que en su esencia ese rito es un homenaje a uno de los motores primarios de la civilización y la cultura: la migración. 

No hay en el mundo una sola cultura, ni siquiera las endogámicas del Oriente lejano, de China, Corea o Japón, que no deban su evolución y su progreso al proceso de asimilación de seres distintos, venidos de otras tierras, hablando otras lenguas y venerando otros dioses.

Los mexicanos, pese a nuestros actuales gobernantes, sabemos de esto. Estamos conscientes que por nuestras venas corre sangre olmeca, ibérica, celta, judía, maya, árabe, franca, china, germánica y sabrá Dios cuántas otras. Por eso nuestra cultura ha sido siempre generosa en la acogida del que viene. Los judíos de inicios del siglo veinte, los árabes de aquellos mismos tiempos. El glorioso éxodo de españoles que la Guerra Civil mandó a la diáspora más generosa que México ha conocido. En épocas más recientes los centroamericanos huyendo de la pobreza y la violencia; los argentinos y los chilenos amedrentados por sus generalotes. En su momento los cubanos que huían de Fidel y los haitianos perseguidos por el hambre. A todos dimos posada generosa, dentro de la precaria condición propia. “Entren santos peregrinos, reciban este rincón; aunque es pobre la morada…”

En esa tesitura los mexicanos no podemos entender ni aceptar la marranada que se está haciendo con los migrantes venezolanos por parte del gobierno de los Estados Unidos en complicidad con el de México. Alrededor de la tercera parte de la población del Arauca vibrador ha abandonado su país luego de la decepción y el hambre que la versión Maduro de la cuarta simulación ha instalado en la tierra de Bolívar. Vendieron casa y hacienda y se embarcaron en el peregrinaje largo, lleno de bandidos, que atraviesa países y  lleva por el norte de México hacia la tierra que consideran prometida. Algunos habían incluso llegado allá, pidiendo asilo humanitario, y tenían un par de semanas esperando el proceso. Un retorcido mandato que se derivó al Covid 19 los está mandando de regreso a….México. Con la complicidad del gobierno mexicano.

Las administraciones Biden y López Obrador no tienen vergüenza. Tampoco tienen conciencia histórica de lo que sus países le deben a aquellos que llegaron, como José y María, a pedir posada. 

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): La realidad, esa terca y maldita intrusa que se mete en la política cuando le da la gana, anda haciendo de las suyas. En la tortillería de la esquina de mi casa, el mes pasado el kilo de tortillas costaba trece pesos. Siete el medio kilo. El sábado fui al aprovisionamiento: 23 pesos el kilo, medio kilo por doce. Y el señor de los sermones matutinos sigue diciendo que vamos muy bien y que las encuestas insisten en siete de cada diez mexicanos le consideran un gobernante justo y sabio.

Los especialistas en finanzas, esos que el presidente López desprecia olímpicamente -esto es desde el monte altísimo que no le deja ver lo que pasa acá abajo donde estamos sus gobernados y a la vez mandantes- le han enviado una advertencia importante: Antes de que termine este año la devaluación del peso tendrá que ser admitida al menos en un veinte por ciento frente al dólar. Desde luego que se puede mantener de artificial modo una paridad que no corresponde a la verdad económica; así se ha hecho durante más de cuatro años, agotando las reservas que le heredaron a este régimen los corruptos gobernantes neoliberales del pasado, y haciendo crecer la deuda interna del país. Pero el tiempo es implacable. Si no se hace la devaluación del veinte por ciento en el mes de las posadas, los regalos, las compras a lo loco, la borrachera de fin de año y todas esas fiestas, se tendrá que hacer cuando comience la cuesta de enero y el costo político será mayor.

Y si no, al baile vamos. 

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: lostubos
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