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Por José Francisco Villarreal

En eso de la herencia genética, así sea cosa de la Ciencia, los ignorantes tenemos doctorado “honoris causa”. Lo normal es que un bebé recién nacido se parezca al padre. Es cosa de la naturaleza. De otra manera el hombre primitivo no podría relacionar a ese bebé con un retozo que se dieron él y la madre nueve meses antes. Luego, por misteriosas causas de la Genética, el bebé adquiere rasgos más propios, prestados de ambos progenitores. Pero hay bebés muy voluntariosos. Llegan con rasgos que no se asocian ni a la madre ni al padre. Para no entrar con suspicacias, probables o no, lo normal es que se diga: “El bebé agüeleó”. Es decir, se parece a abuelos, bisabuelos y hasta tatarabuelos. Así todos contentos. La única certeza en un parto, irrefutable, es la línea materna. Es decir, que nuestros registros civiles y convenciones genealógicas están al revés. Supongo que el Feminismo tendrá más de una explicación bastante interesante a este fenómeno en nuestra desgreñada nomenclatura.

El árbol genealógico de la política mexicana es la excepción, porque lo normal en la paleta de colores partidistas, es que sólo sea notable la línea paterna y no la materna, es decir, no tienen madre… o sea línea materna. Por extensión, la bandera de un gobierno partidista, tampoco. Hay gobiernos (de todos los niveles) que pintan su heráldica con finos pinceles de pelo de marta siberiana, mango de abedul y virola niquelada; otros, usan una humilde brocha gorda, a veces prestada o alquilada. En cualquier caso, puro esmerado custodio del Cromosoma Y. Lo que me lleva a suponer que los partidos políticos en México se multiplican por partenogénesis. Partidos o partides, pero partidas definitivamente no.

En esta singularidad, los rasgos hereditarios son predecibles. La formación partidista determina al funcionario. Los frecuentes cambios de camiseta no garantizan un cambio de valores, ni de objetivos. La única variable posible es la línea vigente de una mafia interna, un comité nacional y, eventualmente, del líder nacional en turno. Por ejemplo, debe haber más coincidencias que diferencias entre el gobierno de Nuevo León y el de Jalisco. Los objetivos en cada caso los determina cada estado, los procedimientos y los operadores no necesariamente. Los convenios de cooperación son sólo la nata del jocoque.

El aclamado por las huestes mirindas como candidateable a la presidencia de México, séase el ingeniero Enrique Alfaro, ha tenido una gestión bastante cuestionable. Entre otros asegunes, la seguridad y los derechos humanos han sido un cadillo en las republicanas posaderas del poder ejecutivo estatal jalisciense. Pero como ya va de salida, todo es cosa de hacer declaraciones oficiales rotundas y bien resonadas en medios afines. En tanto debe atarearse en cocinar la sucesión estatal a modo, de la que dependerá mucho, mucho, el futuro político del mandatario. En cambio, en Nuevo León, al joven Samuel no se le acaba de cuajar el flan de su trémulo nuevo Nuevo León.

Ni la visita de Elon Musk, esa especie de Papa económico, señor feudal del Vaticano de la ultraderecha, Texas, cambia un milímetro la perspectiva popular de este nuevo-nuevo gobierno. No sé si vino a negociar sólo para sus empresas, o a planear cómo organizarnos como un virtual nuevo condado texano.

Como sea, toda inversión es bienvenida, pero no la intervención política desde el extranjero. Así sea de nuestros primos texanos, nuestros bienamados (y bienarmados) proveedores gringos de fayuca. La raza reinera es miope. No ve a Musk, ve lo que tiene enfrente, debajo y, con más frecuencia, encima. Ver la nota ostentosa de nuevas inversiones y de augurios felices para el estado, no suena en el monedero; ver la nota de una veintena de casquillos regados en la ejecución de un jefe policiaco suena fuerte, y resuena más en la cuota diaria de ejecuciones, descuartizados, embolsados, encobijados, balaceados, asaltados, abatidos, torturados, enfrentados… Desde la terraza de una de esas torres de Babel que ha erigido nuestra soberbia tercermundista, los problemas abajo se difuminan, todo mundo se ve pequeño. Pero desde abajo, ninguno de los peatones distinguimos qué hay en esas cimas, quiénes, y qué acuerdos toman. Siempre despreciaremos el Olimpo mientras vivamos en el Tártaro.

Sólo en esta (otra) crisis de inseguridad que la “mejor policía de México” no es capaz de contener, el gobierno actual, además de no tener línea materna (genealógica, claro), tampoco parece heredar del todo los rasgos de incompetencia de su bronco ancestro inmediato (que le resultó bastante escurridizo). Me recuerda más al medinato, y hasta a otros gobiernos cuando la nota roja secuestró titulares y primeras planas. Todo indica que este gobierno estatal refinó a todos los anteriores y que, como luego dicen, ahora sí que “agüeleó el chamaco”.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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