Homicidios a la alza, basura en las calles, un Centro Histórico descuidado y sucio.
La Sultana del Norte hoy dista mucho de lo que algún día fue.
Tengo ya varios años recorriendo las calles de Nuevo León y sobre todo, de su capital, la ciudad en la que nací y de la que siempre me he sentido orgulloso.
Recorro sus calles por el compromiso de ser un funcionario público, pues sé que para ser un buen representante se necesita más territorio y menos escritorio. Sólo así puedo escuchar a las y los ciudadanos de a pie y llevar sus demandas al Congreso Local.
Pero también regreso a mi ciudad, aquella que me vio crecer y lo hago, con añoranza y esperanza de verla cambiar y crecer. Tristemente hoy no me gusta lo que veo en Monterrey.
Veo una ciudad gris y desalineada, con sus ríos llenos de basura a tan sólo pocos metros del Centro Histórico y por ende, de los edificios del Gobierno Municipal. Escucho a gente molesta, enojada y frustrada, preguntándose dónde está el alcalde que tanto candidatean hoy para la silla presidencial.
Veo, por otro lado, a un gobierno municipal que gasta mucho en promocionar un mejor futuro para Monterrey, pero ausente y negligente ante los problemas que hoy vive la ciudad.
Gobernar para las redes sociales y un proyecto futuro político es incompatible con la necesidad urgente de gobernar una ciudad con problemas profundos, heredados sí, pero que hoy les toca resolver.
Hoy, vivir en Monterrey es un infierno para muchos regiomontanos; la crisis del agua se sintió particularmente aquí, la contaminación ahoga los pulmones de la capital, la basura se acumula en los pocos ríos que nos quedan, mientras que las calles se rompen y las calles se llenan de baches. La inseguridad ha vuelto a ocupar los titulares con notas que exhiben una realidad que pensábamos superada.
Y nosotros, los regiomontanos, nos quedamos aquí viendo a nuestra Sultana caer por la negligencia y egocentrismo de quienes nos gobiernan.
