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Por Félix Cortés Camarillo

A pesar de sus resultados, las elecciones presidenciales de Brasil en la segunda vuelta del domingo envían un mensaje de alarma, fortalecido por las realidades recientes en el reparto de los poderes en el mundo. ¿Para qué sirve el gobierno? Las sociedades contemporáneas están descubriendo algo que los mexicanos tuvimos que aprender a golpe de pico y pala sacando los cadáveres de los sismos de 1985 en la Ciudad de México: padecemos gobiernos ineficientes e inexistentes cuando se les necesita.

O no. La reacción ciudadana ante la catástrofe en la gran urbe nos dejó en claro que México podía existir sin un presidente omnímodo y poderoso o un gobierno de la ciudad eficiente o manipulador. No los necesitamos. La sociedad civil se dio cuenta de que podía organizarse sola, cuidarse las manos sola y repartir solidaridad sin la participación de la autoridad, desde el agente de tránsito debajo de un semáforo descompuesto, hasta el presidente de la República. Ese fue el nacimiento de la sociedad civil mexicana que acabó con el monopolio del PRI en el poder. Una idea que se traduce a la duda mundial de si los partidos políticos realmente sirven de algo.

En Brasil, el Partido Social Liberal de Bolsonaro no tenía ningún peso antes de 2018; de la misma manera que en México una inexistente Morena al mismo tiempo se encaminaba al poder bajo el conjuro de un mesías tropical carismático y populista. De la misma manera que en 1933 un carismático líder populista del nacional socialismo se hacía del poder con la resonancia de su voz y su futuro ilusoria en la Alemania que venía de una crisis económica enorme. Se llamó Adolf Hitler.

Al igual que la Alemania que salió de la crisis de la República de Weimar por el peor camino, las sociedades contemporáneas se han desviado por el camino de los extremos políticos en donde el maniqueísmo manda. De un cabo radical al opuesto igualmente intolerante. El fenómeno se ha dado de manera particular en Europa, con el fortalecimiento de la extrema derecha, que en Suecia, por poner un ejemplo que por decenios fue ejemplo de la tolerancia, el equilibrio y la mesura, el partido Demócratas de Suecia ha logrado escalar posiciones de mando y ha conseguido retroceder al grado de socavar los pilares de la beneficencia pública en materias como la vivienda o la educación. Su argumento principal es el etnocentrismo, el viejo concepto de los nazis de países integrados en torno a una raza: ante el desprestigio de la palabra raza, que nos dejó el holocausto y toda la Segunda Guerra Mundial, ahora se usa la palabra cultura. Intolerante, única y privilegiada. Esos suecos que se llaman demócratas imputan a la migración de África, especialmente del norte, todos los males que les aquejan.

Y lo mismo está pasando con Hungría desde hace tiempo, con Polonia y los desarrollos del centro de Europa. La derecha francesa de Le Pen avanza imparable. Lo mismo hace el extremismo del grupo Vox en España o los italianos que instalaron a la ultraderechista Giorgia Melini como primera ministro.

En nuestra América no cantamos mal las rancheras. No es nada lejano que Donald Trump regrese a la Casa Blanca, con el aplauso de más de la mitad de los norteamericanos. El que el presidente López se denomine de izquierda no engaña a nadie: su movimiento no es más que un PRI rediseñado que adaptó la socialdemocracia desde los tiempos de Perón en Argentina, cuando en realidad es un corporativismo que, en esencia, es estrictamente de derecha.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Hoy es la noche de brujas, creo. Hay que ponerse un disfraz que dé miedo. La máscara del gobernador de Nuevo León ya mueve a risa ante los pactos y compromisos por debajo de la mesa con el Congreso que se quería comer a puños. Se recomienda vestirse de AMLO.

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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