Por Félix Cortés Camarillo
Cuando los mexicanos le sacamos al parche de ponerle números ciertos a las cosas vagas o molestas, acudimos al «tantito», que puede ser mucho o puede ser nada. ¿Cuánta gente marchó el domingo en Baja California en defensa del INE? ¿Cuántos en Mérida o Monterrey? ¿Cuántos caben en la plancha de lo que iba a ser la cúpula del Capitolio mexicano de Porfirio Díaz y se quedó en Monumento a la Revolución?
Para el presidente López, no fueron muchos.
Para los organizadores serían más de ochocientos mil.
Para el secretario de Gobierno de la Ciudad de México, fueron entre diez mil y doce mil. No recuerdo declaración más imbécil de funcionario de ese nivel. Pero bueno, cada quien tiene los gobernantes de eligió.
Las marchas del domingo van mucho más allá de la numeralia que las filias y las fobias dictan. Para eso, acudamos al ridículo de FRENA con sus carpas vacías en el Zócalo para regocijo de quien se jacta de llenar la plaza mayor de nuestro país cuando se le antoje y el presupuesto de la ciudad capital aguante para pagar música grupera, cantantes buenonas o músicos de altura. Si cuentan a los que fueron, dice al presidente Lopitos, no llenan un Zócalo. Es la medida para calificar como marcha.
Mucho se ha hablado, alrededor de la intentona de López Obrador de revertir cincuenta años de historia patria y colocar a las elecciones, y de paso las consultas, nuevamente en manos del secretario de Gobernación, que es brazo ejecutivo del Ejecutivo con mayúsculas, de la difícil búsqueda de la democracia en México. No es correcto hablar de logro; estamos muy lejos todavía de tener, para usar un chascarrillo popular en Palacio, una democracia como la de Dinamarca, que no es la de Hamlet. Pero en política, como en el arte, el logro es la búsqueda.
Para mí tengo, y no dejaré de repetirlo, que en esa búsqueda de la democracia mexicana, los sismos de 1985 marcaron un hito fundamental. Los ciudadanos de entonces nos dimos cuenta, enfrentando a la hecatombe y el desorden, que podemos mandarnos solos y eso es precisamente lo que significa la palabra democracia. Que no necesitamos ni de presidente, ni de regente, ni de Canal Sos, ni de policías, ni de semáforos, ni de asistencia regalada.
Las vitrinas de las tiendas que no rompió el temblor no fueron fracturadas por la gente para robarse una tele, un vestido, un jamón. Aprendimos a regular el tránsito vehicular en los cruceros y a repartir comida que nuestras mujeres guisaron, a los rescatistas entre los escombros.
Los que marcharon el domingo por las calles de nuestro país, y los que los vimos con simpatías en la casa, cualquiera que sea su número real dieron una muestra de que los mexicanos nos podemos mandar solos.
Que los mexicanos queremos seguir así, que no queremos que al presidente de la Comisión Electoral –el secretario de Gobernación- tenga que volver a decir que se le cayó, a él, el sistema. Que no queremos, ahora que viene el fraude que se llama Catar 22, que el árbitro tenga una camiseta del América. O del Cruz Azul, me vale un pito.
¿Qué no nos van a oír en Palacio Nacional?
Hace cuatro años que no lo hacen.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Claro que la batalla es solamente una parte de la guerra. El presidente López buscará eludir la modificación constitucional para dominar al INE, y por el camino de las leyes que se pueden modificar por mayoría simple avanzar por lo suyo. Aguas.