Por Félix Cortés Camarillo
Un joven que se hace llamar Maluma y dicen que es cantante, previo al Mundial de Futbol de Catar –en cuya ceremonia de inauguración se presentó– abandonó una entrevista con una televisora de Israel, ante la insistencia del reportero pidiéndole una postura ante la violación de los derechos humanos en el país anfitrión.
”Yo sólo vine aquí para disfrutar la vida y disfrutar el futbol”, había sido su respuesta inicial.
No es tan fácil, señor Londoño Arias.
El deporte, y mucho menos la cantada, no puede eximirse de un vínculo estrecho con otras cosas que suceden en nuestra vida social. Sin ir más lejos, ayer mismo la oncena de Irán se negó a cantar el himno nacional de su país, que los espectadores persas en el estadio Jalifa abuchearon, hecho que disminuyó el impacto del marcador 6 a 2 goles con el que terminó el encuentro con Inglaterra.
La protesta de los atletas iraníes está vinculada a la represión que se ejerce en Teherán a las manifestaciones por el asesinato de Mahsa Amini hace un par de semanas; la joven kurda había sido detenida en la calle por la policía religiosa islámica, encargada de hacer cumplir el estricto código moral de los musulmanes que se llama Sharía. Amini, según sus captores, llevaba mal puesta la Jiyab, es decir la chalina con la que las mujeres deben cubrirse cabello y rostro en las calles del Islam. Conducida a prisión, la mujer de 22 años murió a consecuencia de los golpes que había recibido; según la autoridad, de causas naturales. Tal vez no mientan del todo.
Puedo muy bien imaginar las consecuencias que la actitud pública de los futbolistas iraníes –nada que ver con el resultado deportivo– les traerá a su regreso a su patria, si es que regresan. Es obvio que su protesta no ha sido bien vista en Catar, país en el que el código islámico de conducta es fuertemente implementado.
Paralelamente al uso que los regímenes dictatoriales han hecho de los eventos deportivos para lavarse la cara sucia de sus represivas conductas, muchos deportistas han aprovechado la oportunidad que la exposición masiva les proporciona, para hacer públicas expresiones de índole política.
Hay tradición, sin duda.
El 16 de octubre de 1968, hace más de medio siglo, en el estadio de la UNAM y los juegos de la decimonovena olimpiada de la Ciudad de México, Tommie Smith, de los Estados Unidos llegó en primer lugar en la carrera de los 200 metros planos. Su paisano John Carlos ocupó el tercer lugar. Ambos son negros y dieron la nota cuando al recibir sus medallas, y bajando la cabeza ante la bandera de las barras y las estrellas mientras se tocaba el himno, elevaron cada uno un puño enfundado en un guante negro.
No era, como se interpretó en su momento, un apoyo al movimiento político naciente del Black Power: fue una simple denuncia en contra de la injusticia y la discriminación racial en su país. Tommie Smith lo puso luego muy en claro, parafraseando: “Cuando yo gano en la pista soy un atleta estadunidense; en otras circunstancias soy un negro”. Así de simple.
El Mundial de Catar ya pasó a la historia por varias singularidades, la mayoría de ellas ligadas a la corrupción. Se sumará a los eventos deportivos que afortunadamente han dado ocasión a que las preocupaciones sociales trasciendan la necesaria diversión y el sentimiento de solidaridad que al querer o no, vivimos.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): No me parece mal, sobre todo contando con la venia explícita del presidente Lopitos, que los mexicanos podamos participar en su marcha de la venganza el próximo domingo, con la vestimenta que más nos plazca, preferentemente blanca o rosa. Y, sobre todo, en los senderos que nos de nuestra regalada gana tomar. Nuestras calles, nuestras tiendas, nuestros cines, nuestros parques, nuestras vidas fuera de la convocatoria a la marcha “voluntaria” de la celebración.
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