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Por José Francisco Villarreal

Cada año, en estas fechas y a veces desde octubre, sucede el milagro de la Navidad, que no tiene qué ver con Belén sino con el sincretismo comercial que conjunta elementos sensibleros para estimular las emociones y aflojar las carteras. A través del aire metropolitano, más denso que un champurrado y tan pulcro como una placa de tráiler, ya puede olfatearse el espíritu decembrino, con coronas de adviento, pinitos, santocloses, renos, enanos y elfos jugueteros. Estos últimos personajes me incomodan un poco, porque no son cristianos y, aunque parezcan simpáticos, los enanos/elfos navideños no corresponden a una tradición legendaria. Los dwarfs (enanos o hados míticos) podrán ser divertidos, pero ni bondadosos ni bufos sino más bien méndigos. Recuerdo, por ejemplo, la aventura del rey bretón Herla. Cuentan que estaba en vísperas de casarse cuando salió a “pastorear el gallo” por el bosque. Ahí se encontró con un rey dwarf que también andaba de ocioso. Herla invitó al dwarf a su boda, y éste aceptó a condición de que Herla acudiera a la suya un año después. Cuando se cumplió el plazo, Herla reunió un pequeño ejército cargado con presentes y entró al vientre de una montaña, al reino de su anfitrión. Tres días duró el festín. Cuando Herla se despidió lo cargaron de regalos y un sabueso cachorro, advirtiéndole que no descendieran de caballos y carros hasta que el cachorro saltara a la tierra. Cuando Herla regresó se topó con que su reino no existía y hacía dos siglos que reinaban los sajones. Como al cachorro de sabueso no se le veían ganas de desmontar, algunos caballeros bajaron de sus monturas, pero al instante se convirtieron en polvo. El rey Herla y su séquito, cargando con el regalito del dwarf, siguieron cabalgando por la Gran Bretaña muchos años más, hasta que desaparecieron a mediados del siglo XII.

Juro que le he tratado de encontrar la moraleja a esta leyenda, pero ni revisando a Walter Map o J. G. Frazer le hallo el hilo. Dos poderes semejantes que en el cruce de cortesías ocultan maldiciones terribles. Herla pudo “tirar a león” al rey dwarf y no ir a su boda, pero los protocolos de la cortesía son exigentes, además que Herla debió suponer que el dwarf no le respondería el desaire con un cascanueces, un trenecito y una calceta de Papá Noel llena de chocolates. La cortesía es una dorada píldora en la que cabe cualquier trampa. El protocolo cortés navideño está lleno de parabienes, regalos, posadas paganas y cristianas, comida y bebida. Se proclama la temporada para la paz, la bondad, el perdón, la cursilería y todo tipo de hartazgos. Bien dice el ser supremo ejecutivo estatal García: “Llegó diciembre, que es el mes de la reconciliación, el mes de pedir perdón para los que se portan mal, de unirnos como neoloneses (sic), quitarnos piojos, quitarnos peleas, y juntos aprovechar este potencial”.

La píldora suena apetitosa. A mí me emocionaría la propuesta conciliadora…, si me incluyera. Empezando porque no soy “neolonés” sino neoleonés. No conozco el estado de Nuevo Lon, ¿está en Egipto? No estoy peleado con alguien ni me he desconciliado de ninguno. Sí tengo rasquiñas, pero es por resequedad en la piel, no por piojos. Tampoco me he portado mal; aunque mi instinto lo aconseja, no puedo por prescripción médica, por edad y por apatía. No creo que el encendido de pinos navideños oficiales ilumine los corazones de alcaldes, diputados y funcionarios estatales. La sugerencia es absurda, porque, además, la concordia política es más inestable que la nitroglicerina. Si yo entrara en alguna de las categorías que enumera el joven Samuel, no esperaría hasta Navidad para corregirlas. No veo que los brutales sicarios, nada más por ser diciembre, no disparen balas sino colaciones (de anís, si es posible) y cacahuates. Tal vez tengan más éxito en esa “reconciliación” si el gabinete, alcaldes y bancadas locales peregrinan, de rodillas, a la Basílica. Y si Lupita merecidamente los ignora, todavía pueden peregrinar a las oficinas de Ricardo Monreal, que anda muy activo como juez de paz.

En tanto se invoca la paz, nadie suelta el puñal. Siguen apretando tuercas para llegar a acuerdos con la misma técnica de los interrogatorios en el Santo Oficio o en la vieja Policía Judicial. Aunque no me extrañaría que de pronto hicieran una jugada efectista y dramática donde se llegue a acuerdos enmarcados en nieve artificial, esferitas, foquitos de colores y estrellas de Belén. Muy bien, si se renuncia a intereses para darle curso a la legalidad. Pero si no es imposible sí es improbable. En todo caso sería una maniobra para que el respetable público se conmueva y llore de emoción por el “milagro” navideño, cuando en verdad todos los revoltosos merecen coscorrón parejo. Los acuerdos a los que lleguen, si para variar omiten la voluntad y el interés del ciudadano, siempre tendrán trampas para ambos. Ninguna facción es de fiar; los ciudadanos lo sabemos muy bien. El único acuerdo que les interesa es llegar al 6 de enero para repartirse la Rosca de Reyes, que nosotros nos atragantemos con un monito indigerible y, además, el 2 de febrero tengamos que pagar los tamales… y el predial. Sólo espero que no se les haga costumbre aprovechar la escenografía de las tradiciones de temporada para sus enjuagues, porque si en Navidad se llama a la paz, en Semana Santa seguro que nos crucifican.

Pero, ¡cuidado! Tanto los legisladores, los alcaldes y el gabinete estatal, deben tener harto cuidado con las llamadas a mesas de reconciliación. No sea que como le pasó al reino itinerante de Herla, cuando regresen a sus puestos ya no haya tales. Acepto que casi en cualquier caso yo disfrutaría mucho la cabalgata eterna de funcionarios defenestrados, pero no fue eso lo que le pedí a Santoclos sino gadgets seguros de cocina, porque por rebanar un camote ya me quedan nueve dedos sanos. No estoy para andar dilapidándolos. Para señalar a tanto político y funcionario sinvergüenzas, ya no bastan ni los dedos de ambas manos.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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