Por Carlos Chavarría
Es muy fácil, al menos de palabra, ponerse del lado de la convivencia y decir que se privilegia el positivismo en cualquier orden de la solidaridad y de la coexistencia armoniosa en la sociedad.
También es sencillo hacer como que se defienden valores y que se es adalid ejemplar calificado para juzgar y pontificar a propios y extraños, pero es del todo fariseo y falsario, decir una cosa y actuar sin el cuidado, discreción y congruencia que se demanda para considerarse líder que representa a cualquier grupo social.
Tal es el caso con el humanismo torcido y conveniente que a diario usa nuestro presidente, para descalificar y vilipendiar a algún segmento de la sociedad según sus intereses muy personales.
Es torcido su humanismo porque condena en general a todo aquel que trate de distinguirse y sacar adelante el bienestar de los suyos con su esfuerzo, a los que se refiere como clasistas, conservadores, arribistas, egoístas, y un sin número de epítetos. Se le olvida que al hacerlo, condena hasta los necesitados que tanto pregona defender, pues son los que más se esfuerzan para progresar, habida cuenta de que las desventajas que enfrentan, han sido causadas en lo esencial por el mismo aparato de Estado que busca con sus políticas económicas perpetuar su pobreza para que valoren las limosnas que le quita a unos para ungirse como salvador, pero sin atacar las causas raíz que les impiden avanzar más rápido.
El ámbito de sus criticas no se reduce a México. Aprovecha su posición para practicar una política de relaciones exteriores, que igual tuerce el principio de no intervención que tanto pregona, cuando otro país actua en contra de su muy deformada concepción del mundo y el poder.
Tal ha ocurrido, cuando Bolivia decidió no permitir que el chavismo se extendiera a través de su protegido Evo Morales. Se auto felicitó cuando Chile escogió a un presidente como Boric, pero cuando este último hizo pronunciamientos contrarios al discurso de AMLO, este lo borro de su lista de amigos. No paró ahí.
A pesar de que nuestra economía e historia están vinculadas a la relación con los EEUU, y que hasta la actualidad dependemos de una buena vecindad con este país, no desaprovecha ocasión para pelearse con el gobierno demócrata y empresarios del país del norte. Al mismo tiempo trata de promover desde su púlpito a Trump como si este representara la salvación del mundo. ¿Así o más torcido?
No satisfecho, se niega a condenar la invasión a Ucrania por parte de Rusia, apelando a la no intervención buscando el aplauso de Putin, como si nuestra relación con ese país tuviera más que la muerte de Trotsky en nuestras tierras.
Ahora vuelve a la carga tratando de apapachar y salvar el pellejo de un nuevo imitador de dictador como lo es, el ahora depuesto presidente de Perú, quien tuvo el desatino de tratar de defenderse de su destitución por medio de un auto golpe de Estado que no tuvo apoyo de nadie en aquellas tierras.
En su extraviada mente, olvida el presidente que una cosa ha sido el asilo mexicano otorgado a personas valiosas, perseguidas por sus ideas y otra muy diferente y despreciable es proteger a vulgares oportunistas que procuran destruir a sus naciones eternizándose en el poder mediante el engaño populista y sus falsas redenciones seudo socialistas, promovidas a espaldas de quienes los eligieron.
Está más que claro que nuestro presidente hace acuerdos con personas empoderadas dentro y fuera de México, acuerdos para los que no tiene autoridad, habida cuenta de que contradicen los principios fundacionales de nuestra Carta Magna, y son hechos a espaldas de nuestra sociedad, sabedor de que si se hicieran públicos nunca serían aceptados ni por sus propios partidarios que lo acompañan en el poder.
Si el mundo requiere una reforma humanista, ésta debe empezar por devolverle a la sociedades la mayoría de edad y su preeminente papel en todas las decisiones, asegurándole que su presidente actuara como tal, como un verdadero mandatario, que no habrá desvaríos que nos alejen de la senda del verdadero progreso y bienestar.