Por José Jaime Ruiz
Lo dijo el rebelde Sócrates: “No jugamos para ganar, jugamos para que nos recuerden”. El futbol no sólo es adocenamiento y alienación, como sucede en mi ciudad, Monterrey, donde embrutecida por la cerveza la afición se resuelve entre el zombie y el fanático. Sin conciencia social, los hinchas se olvidan de su sujeción: atados al equipo Rayados cuyos dueños, FEMSA, los someten al consumismo de Tecate y comida chatarra a través de los Oxxo; o habitan en la metrópoli más contaminada de Latinoamérica gracias, entre otras grandes compañías, a Cemex y sus pedreras, empresa dueña del equipo Tigres.
El Mundial de Qatar ha resultado políticamente incorrecto: el puntual gesto de Messi contra el racismo y clasismo de Van Gaal; descolonial, se ha echado del torneo a Inglaterra, Holanda y España, por ejemplo. Marruecos, africano pero pro-palestino, destruyó la representación de España y Portugal. Anómalo, este mundial de futbol sólo mantiene a la poderosa Francia como único baluarte del colonialismo político: no hace falta recordar cómo su policía reprime las celebraciones de los aficionados de Marruecos en las calles de París.
Por estas fechas repetimos aquella afortunada frase de Antonio Gramsci, el izquierdista italiano, sobre el futbol: “este reino de la libertad humana ejercida al aire libre”. Sí, hay otro futbol. Como escribe Vicente Romero: “El fútbol es mucho más que una distracción. Supone la reafirmación de un sentimiento íntimo, mediante el simple consuelo de un buen partido, de un puñado de jugadas con aroma de imaginación y libertad, de hora y media de emociones, sin más cicaterías ni dureza que las inevitables, pese a la molesta vigilancia del hermano mayor del VAR, pese a las sospechas y evidencias de intereses ajenos, pese a manipulaciones, pese a las intrigas de la FEF, UEFA, FIFA, pese a corrupciones como la de Catar, pese a todos los pesares”.
A veces olvidamos lo esencial, entre las copas neoliberales sólo una tiene nombre de emancipación: La Copa Libertadores. El colonialismo inglés impuso el futbol en Suramérica; los vestigios españoles, en México. Frente al negocio y la mafia (en nuestro país se acaba de desnudar la corrupción alrededor del futbol), se levantan equipos emancipados o que pretenden una emancipación más acá del negocio y la manipulación de las conciencias.
El Corinthians fue paradigmático cuando sus jugadores tomaron el control. Desde el imaginario popular, por desigualdad, nacionalismo, religión, pero siempre por emancipación: el Rayo Vallecano, Argentinos Juniors nació llamándose Mártires de Chicago, el Athletic Club de Bilbao, Sporting Club de Bastia (Córcega), los Celtic, el Al-Wehdat (Jordania-Palestina), el Liverpool contra Thatcher, Racing Club de Lens, el Torino contra la Juve, Atlético de Tetuán (Marruecos), el argelino Racing Universitario de Albert Camus… (Consultar: Futbolítica, Ramón Usall, Altamarea Ediciones, 2021). Y hay intentos más acá de la trampa, la mafia y el negocio de la FIFA, como la propuesta del futbol alternativo: “La Copa América Alternativa Hombre Nuevo se continúa disputando anualmente, pero cambiando de sede en cada ocasión” (Consultar: Fútbol y anarquismo, Miguel Fernández Ubiría, Ed. Catarata, 2020).
Qatar ya dejó lecciones, entre ellas que dos equipos representan la lucha política, anticolonial y de libertad: Marruecos (Palestina) y el equipo argentino de Messi y secuaces quienes, eliminado ya Brasil, nos regalan la aventura de la libertad gramsciana.
El supremo revolucionario del Sport Club Corinthians Paulista, Sócrates, alguna vez dijo: “Inicialmente, queríamos cambiar nuestras condiciones de trabajo. Después, la política deportiva del país. Y, finalmente, queríamos transformar la política, lisa y llanamente”. En efecto, el futbol como libertad, el futbol como emancipación.