Por José Francisco Villarreal
Tengo que admitirlo, Xóchitl Gálvez es adorable. Además de sus toronjas, que la hacen un poco senadora por algún estado vegetativo, ahora cambió de piel (o de corteza) y se enfundó en la de un dinosaurio. La idea jurásica es hilarante, no por buena sino, como los chistes malos, hace reír porque no hace gracia. Para empezar, porque es un recurso muy sobado. La paleontología política fue materia obligada hace décadas contra el PRI; el jurásico político sigue siendo franquicia de este partido aunque ya no es tan buen negocio… la franquicia… ni el partido. También da risa el gag de Gálvez porque siempre será un buen chiste introducir un elemento dentro de un contexto ya ni siquiera contrastante sino insólito. De pronto no supe si aquello era una sesión en el Senado, un festival de preescolar, o un sketch de Monti Python. Por desgracia no es buena actriz, porque aunque se esfuerza mucho en su papel de senadora, con esos desfiguros que ya le son cotidianos es difícil creerle. No basta disfrazarse de árbol, de dinosaurio, o de senador. Alguna vez me disfracé de senador romano y, aún sin actuar, la caracterización tuvo bastante éxito. Sin embargo, mis ideas anarquistas sobre la libertad individual no encajarían en ninguna bancada, menos en la fracción panista, tan sumisa a personajes ajenos a la legislatura y a la gente. Y no me refiero sólo al primerísimo actor que se ostenta como activista en la pastorela “El INE no se toca”, cuando en realidad es el empresario del teatro.
Insisto en que la senadora Gálvez es adorable por su constancia. Aunque no sea creativa ni atinada con sus performances, es infinitamente tenaz. Hay que reconocerle ese mérito. El cuadro escénico de panistas en el Congreso de la Unión tiene ese toque de tenacidad pero, por desgracia, el director de esta obra no eligió bien y puso a los peores actores y actrices en papeles protagónicos. En la función de este 14 de diciembre, el objetivo fue el mentado “Plan B” que evadió el bloqueo aliancista a una reforma electoral. A reserva de las reservas en el Senado, yo sí creo que el INE debe tocarse, sacudirse, apalearse, podarse, hasta injertarse. ¡No basta un “plan B”! Es un árbol muy frondoso pero sus frutos no son toronjas y son generalmente intragables. Reitero lo dicho hace tiempo, que es demasiada inversión respecto a sus resultados. La organización de elecciones es algo muy técnico. Se trata de contar votos y determinar su validez en función de un proceso que organiza el mismo instituto, y la calidad de los candidatos, que determina también el instituto. Todo ello bien definido en leyes y reglamentos. La capacitación de personal es de manual; no hay controversia en sus funciones, ni dudas en su operación. El “ruido” partidista surge normalmente del “Consejo”. La otra función tanto o más delicada que la electoral, es la identificación de ciudadanos. Esta identidad no sólo determina el derecho al voto, también es el pasaporte a todo tipo de trámites y transacciones. Sin “mi INE” no existo. Si yo fuera un paranoico de las conspiraciones, me atrevería a comparar mi número de INE con la advertencia de San Juan sobre “la cifra de la Bestia”. No lo hago porque ese chiste le saldría mejor a alguna senadora que no tema al ridículo, y sí me daría mucho miedo apocalíptico no estar equivocado.
La estrategia Gálvez es reiterativa, la morcilla de todos estos comediantes: rollo, retraso de decisiones, negación sistemática, confrontación procaz y soez, degradación del foro parlamentario llevándolo a calidad de porras futboleras durante un clásico. El viejo Polo Polo tendría mejores recursos y resultados. He visto debates en donde son más rolleros que yo, y más groseros. Por evidentes órdenes del franquiciatario de esa alianza que quién sabe cómo se llame ahora, han boicoteado iniciativas que pudieron haber enmendado. Esta vez, en el Senado, hicieron lo mismo que en otros casos: obedecer. Mientras que sus obedientes adversarios fueron un poco más socarrones y astutos, y le dieron una repintada a contrapelo al mentado Plan B. Por más que le espulgo al caso, no veo ningún argumento de peso que convoque al debate inteligente y serio. ¿Una botarga? ¿Una senadora metida dentro de una botarga? No le encuentro ni siquiera ironía al recurso. Me da risa por el vano intento de hacerme reír, porque no le veo otro propósito.
“Laissez faire et laissez passer” dijo De Gournay (Dejen hacer, dejen pasar), pero la deliberada inacción parlamentaria ha llevado la máxima económica a espacios insospechados. Porque el resultado de su estrategia confirma el remate de la frase “le monde va de lui même” (el mundo va solo). Parece que son neoliberales sólo de gafete, porque la máxima de De Gournay fue masticada y vomitada por los mismos neoliberales que ahora tienen a la economía mundial de cabeza. Pero dejar que el mundo vaya sólo en el Congreso es apearse de la responsabilidad social, desertores del pueblo, remisos de la democracia. Es muy probable que el “Plan B” traiga consecuencias inesperadas incluso para los proponentes, y seguramente algunas muy desagradables. ¿A quién vamos a culpar cuando eso suceda? ¿A quienes aprobaron la propuesta, o a quienes la dejaron pasar y dejaron hacer, y además han convertido al Congreso de la Unión una perpetua pastorela? Sólo que con pocos pastores, muchas ovejas, ningún nacimiento y bastantes abortos, demasiados diablos y ni un solo arcángel.