Por Alonso Romero
A inicios de la década de los 80’s, con la elección de Ronald Reagan el modelo de capitalismo progresista terminó. En su lugar se regresó a un intento de modelo de capitalismo laissez faire que ya había fracasado dos veces, a finales del siglo XIX y después de la primera guerra mundial durante la década de los 20’s culminando en la Gran Depresión. Los efectos sociales de ambos intentos, son causas sumamente importantes por las cuales tuvieron lugar las dos Guerras Mundiales.
Hablando de USA (autodenominado el país más capitalista y democrático), no cabe duda que los grandes avances en materia de democratización de la vida política y de la calidad de vida se dieron en la ola progresista de los años 1932-1980, al igual que en el resto del “mundo occidental”. Se crearon instituciones que garantizaron el acceso a la seguridad social, el crecimiento económico promedió 8.69% anual y los salarios promedio reales crecieron a la par de la productividad duplicándose ambos en el periodo progresista.
Una vez que el modelo llamado neoliberalismo se instaló, el crecimiento económico promedio anual fue un 62% menor, la productividad se duplicó, mientras que los salarios promedio reales disminuyeron. El poder y la capacidad del Estado se vio sumamente reducida. Esto llevó a una concentración de poder económico, aumentó la desigualdad, se privatizaron industrias clave como la de salud, con el mantra de fe en los mercados para resolver todo. Como resultado, hoy USA gasta mucho más en salud que otros países por ciudadano y recibe menor calidad de atención.
En cuanto a la “salud” de la democracia americana, en 2014 la universidad de Cambridge llevó a cabo un estudio en el cual se determinó que la opinión de los ciudadanos americanos que pertenecen a la élite tienen mucho mayor posibilidad de influir la toma de decisiones del gobierno que el 90% de la población americana. El 90% de la población puede estar totalmente a favor de una política y esta apenas tendría el 30% de probabilidades de ser considerada, mientras que si la totalidad de la élite económica se encuentra a favor de una propuesta, esta tiene el 70% de probabilidad de ser aceptada. Y esto lo vemos en muchos lugares, a pesar de que varias propuestas cuentan con gran apoyo popular, los representantes que fueron democráticamente electos pareciera que siguen otras agendas. O cuando los representantes están en línea con lo que la población demanda de ellos, son las instituciones no electas las que detienen cualquier tipo demanda/legislación progresista.
Un ejemplo muy claro es la discusión del aborto en USA. 61% de la población está a favor de la legalización, sin embargo la Suprema Corte, que no es electa a través de elecciones abiertas, decidió ir en contra de ese mandato popular y revirtió la decisión en el caso Roe vs Wade.
Este tipo de disfunción democrática se quiere vender como “anomalías”, pero la realidad es que el diseño del sistema neoliberal está funcionando tal y como se planeó desde su implementación. La realidad es que sin una economía democratizada, no puede haber un vida política democrática. El modelo neoliberal lo sabe y como una de sus principales premisas es separar todas las decisiones económicas de los ciclos democráticos, aislarlas. Todo esto en aras de dar “certidumbre” a las inversiones.
El Estado únicamente se dedica a la aplicación de las leyes de protección de propiedad privada y a la protección de derechos, todo lo demás es erróneo. Y es aquí donde entra el modelo institucional neoliberal. Reducir al mínimo las capacidades de los poderes electos democráticamente, en especial el Ejecutivo. Aprovechar momentos de mayoría legislativa para inundar el Poder Judicial y las instituciones “independientes” de “ideologizados” con el mantra neoliberal, desde las cortes bajas hasta las supremas, y cuando no se tengan las mayorías, bloquear todos los nombramientos posibles (tal y como se hizo en USA por parte de los republicanos durante el periodo de Trump). Los nombramientos y trabajos en entes “técnicos” se encuentran resguardados tras “exámenes de admisión” en los cuales aquel que repita más fuerte y con mayor fe el mantra neoliberal es quien es seleccionado.
De esta manera, el diseño institucional logra lo que el Chileno Jaime Guzmán, arquitecto de las instituciones herederas del experimento de Pinochet describió:
“Las instituciones políticas deberían estar diseñadas de tal forma que «si los adversarios llegasen a gobernar, [estén] obligados a actuar de manera no tan distinta de la que uno desea»”.
Por eso es que después del neoliberalismo, no importa si las condiciones sociales se deterioran, si el poder económico crece, no importa que los salarios no crezcan, que las condiciones de vida, incluso en países como USA, retrocedan; por más que se quiera generar un cambio, nada cambia. El sistema esta hecho para eso, porque las decisiones que realmente importan, no las toman cargos de elección pública o, si por alguna razón, llega a existir la posibilidad de que las tomen, en última instancia siempre pueden ser bloqueadas por el poder judicial e instituciones “autónomas”, con nombramientos más allá de los ciclos democráticos y en algunos casos (USA) de por vida.
Seguramente, me dirán que exagero o de inmediato habrá reacciones de descalificación y dirán que soy “anticuado” “ y no entiendo el mundo”, “socialista”. Pero no me crean a mí, aquí comparto un video de una entrevista en CNBC a Larry Fink, CEO de Blackrock, el mayor fondo de inversiones del mundo, en el cual dice, textualmente:
“A los mercados no les gusta la incertidumbre, los mercados de hecho prefieren gobiernos totalitarios. Las democracias son muy desordenadas, (…) las opiniones cambian todo el tiempo”.