Por Félix Cortés Camarillo
Para comenzar, una anécdota personal.
Hace más de 40 años Sascha, la mayor de mis hijas, me dijo de bote pronto: papá, deja de fumar. En ese momento agarré el Marlboro que tenía en la boca y lo aplasté en el cenicero. Desde entonces no he vuelto a fumar. Bertha, mi hoy adorada mujer, suele decir con sorna: ¿y si tu hija te hubiera pedido que dejaras el vino? Las dos saben que la respuesta era no.
Desde que por la vía de Prometeo o la evolución de los neandertales el hombre tuvo acceso al fuego, todo aquello que llamamos civilización o la conquista del medio circunstante por nuestro afán de satisfactores, se ha venido convirtiendo en alteraciones del orden natural. A fin de cuentas, para destruirlo poco a poco en pos de nuestro disfrute.
Talamos árboles para hacer nuestras chozas, los quemamos para darnos calor y alimento mejorado, matamos a los animales que no nos matan para comerlos, vestirnos o adornarnos con sus pieles, plumas o huesos. Sacamos los aceites pétreos de la tierra para impulsar maquinarias de vapor o de electricidad. Divertimos los cauces de ríos y arroyos en nuestro beneficio. Todo para una satisfacción. Para un goce, diría yo.
Igualmente, los conquistadores de Cortés aprendieron a fumar tabaco en las nuevas tierras. Ya conocían el gozo y las consecuencias de beber el fermento de la cebada que llegaba de las viejas Bohemia o Germania, y del fermento y destilación del jugo de uvas que sin que lo supieran ya era universal. Los moros habían introducido, pese a su rigor islámico, el Arak.
Y, parafraseando a la Biblia, encontraron los hombres que todo ello era bueno y gozoso. Y se fueron a curar la cruda.
Todo, pero todo aquello que nos produce placer, es pecado, delito, o hace daño. El azúcar viene a minar el páncreas. El tabaco, los pulmones y el corazón, por lo menos. El alcohol tiene como favorito el hígado. Y así podemos seguir, todos lo sabemos.
Pero en nuestra evolución inventamos algo que se llama libre albedrío. Se traduce al mexicano que no hay cosa más buena ni más sana que cada quien haga lo que se le dé su chingada gana. Si yo quiero arruinarme mis intestinos y la grasa de mi sistema circulatorio hartándome de tacos de carnitas, muy mi gusto, y al cabo y qué. Si me desgracio el hígado alcoholizado, después de todo es mi hígado. Si quiero destrozarme los pulmones fumando, es mi derecho, como es mi derecho darme un tiro en la sien si lo quiero.
El camarada Rousseau alza la voz: por eso llegamos al contrato social; el entendimiento de que las libertades de cada uno, implican responsabilidades hacia los otros unos con los que compartimos territorio. Y hasta aquí, todos estamos de acuerdo. Pero entran los jacobinos.
En México acaba de entrar en vigor una serie de disposiciones draconianas en contra de la libertad individual de los que quieren rasgarse los pulmones con nicotina, alquitrán y otros menjurjes que las tabacaleras le ponen a los cigarrillos. A los fumadores los han ido arrinconando a santuarios cada vez más estrechos. No se puede fumar en los transportes públicos, en los restoranes, oficinas, iglesias, cantinas, terrazas, estadios deportivos, playas o cualquier otro sitio donde haya otra persona diferente al fumador. Sólo les queda a ellos para su disfrute, el excusado.
Es cierto que el exhalación de los humos de los fumadores puede afectar la salud de los circunstantes. Muy bien: hay que proteger a los no fumadores, asignando áreas para los suicidas del tabaco, pero no haciendo tabla rasa de todas las personas y todos los sitios. En primer lugar, porque el cultivo, procesamiento y venta del tabaco en cualquiera de sus formas es legal. Como lo es la producción y venta de bebidas alcohólicas de todo tipo. Yo no me voy a meter en las implicaciones económicas que a las industrias del alcohol y el tabaco imponen estos hipócritas Savonarolas de la salud.
Yo simplemente alego por la libertad individual de hacernos daño, sin nos place.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): El culero abogado general de la UNAM ya se rajó: no hay “protocolo” para invalidar un título universitario espurio de origen. La Secretaría de Educación Pública ya dio “zafo” en el asunto de la tesis de la señora de Rióboo, magistrada de la Suprema Corte. Como decimos en el deporte, nada para nadie.
Como decimos en España, ¡Viva la Pepa!
felixcortescama@gmail.com