Por Félix Cortés Camarillo
La semana pasada en New Hampshire, un estado en el que comienzan cada cuatro años las elecciones primarias para la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump dio inicio a su campaña en pos de la presidencia en las elecciones de noviembre de 2024. En realidad, es una campaña que nunca ha cesado desde el día en que el pelipintado salió de la Casa Blanca y que tiene, como ha sido permanentemente, un vector antimexicano que disfruta mucho una gran cantidad de electores conservadores norteamericanos.
Recordó con fruición en su discurso cuando –como dijo en su momento– “dobló” al gobierno de México obligando a aceptar que los indocumentados capturados en su país fueran expulsados a México y esperen aquí a que se resuelvan sus solicitudes de asilo. Exactamente lo que fue ratificado durante la visita de Biden a México a inicios de año, con motivo de la reunión cumbre norteamericana. Sin decir su nombre nuevamente, Trump dijo que “un altísimo funcionario del gobierno” entrante de López Obrador había en su presencia hablado con el presidente electo para luego aceptar las condiciones gringas.
En los mismos días el mismo asunto, la empinada de la administración mexicana, fue revelada con más pelos y señales al salir el libro autobiográfico “Que Dios me Ayude” (So Help Me God) de Mike Pence, quien fuera vicepresidente con Donald Trump y que se negó a abandonar el Capitolio durante el intento de golpe de Estado que Trump intentó el 6 de enero de 2021 para anular las elecciones que llevaron a Biden al poder.
Curiosamente, en México se acercan también las elecciones presidenciales, y Marcelo Ebrard anda queriendo despuntar en las encuestas, que en nuestro país ya tomaron el papel de la nueva religión indiscutible.
En política hay muchas cosas: lo que no hay son coincidencias. Y las noticias nos confirman diariamente que la política no es más que una banda de cabrones que están dispuestos a hacer cualquier cosa para adquirir el poder y conservarlo.
Tomemos el escándalo de moda en los Estados Unidos, George Santos, ferviente seguidor de Trump y diputado federal por Long Island, Nueva York, que allá se llaman Representantes. Se dice de él que en Washington “una ciudad llena de mentirosos”, Santos es de clase mundial. Mintió diciendo que había cursado carrera universitaria, que había trabajado en Goldman Sachs, que era judío, nieto de un sobreviviente del Holocausto, que su madre estaba en las Torres Gemelas el 11 de Septiembre trágico, y que se había robado tres mil dólares de un fondo de donativos para salvar al perro agonizante de un veterano de guerra en condición de calle. Además de que ha usado ocho diferentes nombres.
Pues este pillo de 34 años sigue siendo diputado federal en los Estados Unidos; además, se le ha asignado a dos comisiones de la cámara: la de pequeñas empresas y la de ciencia, espacio y tecnología. ¿Todo por qué? Porque consciente el perfil de Jorgito, Kevin McCarthy, el nuevo líder republicano de esa cámara, no puede prescindir de ese voto, ante su frágil liderazgo.
El caso no es excepción. Parece regla.
El mismo Pence ha sido acusado de conservar en su domicilio documentos clasificados de la época de su vicepresidencia, que terminó hace dos años. Misma acusación que pesa sobe Donald Trump y el muy propioo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, que también quiere la reelección. Como diría Pence, si hubiera escrito su libro en mexicano: Dios nos coja confesados.
¿Y si Dios no nos ayuda?
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): La ley de la selva dice que no hay mayor peligro que una fiera herida. En el submundo de la grilla del Cuatrote por suceder al Gran Líder, no hay peor cosa que una precandidata con poder que siente que el piso de las preferencias del de la Voz se le mueve. No nos vaya a echar encima a la Guardia Nacional. En cualquier lado, por cualquier causa. O de perdido, los cuerpos de granaderos.
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