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Por Francisco Tijerina Elguezabal

“Nuestra vida vale lo que nos ha costado en esfuerzo”
François Mauriac

Hace unos días me encontré en las redes sociales una imagen que me hizo recordar tiempos idos: un montón de chamacos se arremolinaba en torno a las pilas de periódicos en las puertas de la editora para sacar sus ejemplares e irlos a vender.

Los recordé con nostalgia y afecto, los pequeños voceadores, aquellos que de pronto aparecían por la madrugada o al mediodía y corriendo con su paca de papel recorrían calles y avenidas hasta llegar a las colonias más alejadas anunciando con su grito el nombre del periódico que vendían.

Y con ellos me recordé otra imagen, la de los boleritos, esos niños que armados con un cajón de madera andaban por doquier buscando a quien lustrarle el calzado para agenciarse unos pesos.

Hoy, ni unos ni otros existen, de pronto desaparecieron y con ellos se fue una parte importante de nuestra tradición de inculcar en las nuevas generaciones la cultura del esfuerzo y el trabajo.

Me viene la mente la cara de felicidad de un par de pequeños que una tarde en el bar “Los Chapeados”, en la esquina de Padre Mier y Porfirio Díaz, llegaron a buscar clientes para bolearles los zapatos con sus implementos en una bolsa de plástico. Ahí se encontraba don Jesús Dionisio González y cuando lo abordaron les preguntó que por qué no traían el tradicional cajón y la respuesta fue obvia: “porque no tenemos y no hay dinero para comprarlo”… el ex alcalde y empresario de medios de comunicación alzando la voz llamó a su eterno chofer, “Pilo”, y le ordenó sacar de la cajuela de su coche dos cajones de madera nuevecitos que les regaló y que venían surtidos de tinta, grasa, cepillos y franelas y al entregárselos les dijo: “¡Ahora sí, a trabajar muy duro!”.

Los parroquianos en la cantina del señor Robles no dudamos en contratar los servicios de los boleritos, aún y cuando traíamos los zapatos limpios, para secundar la buena acción de don Jesús.

Las generaciones de hoy no saben ni entienden de estas cosas, no se imaginan que la fortuna de Carlos Slim comenzó cuando siendo niño comenzó a vender dulces entre sus familiares y conocidos.

Hemos invertido la escala de valores y hoy pretendemos facilitar el camino de nuestros hijos buscando que hagan el menor esfuerzo y en eso nos hemos equivocado.

No tuve necesidad de hacerlo, pero tuve mi cajón de bolear por gusto y le lustré el calzado a mis tíos, abuelos y amigos de mis padres para ganarme unas monedas. La lección la recuerdo con cariño.

Tenemos que cambiar, debemos volver a esos tiempos y enseñar a nuestros jóvenes el valor de las cosas y el tesoro que significa el esfuerzo personal.

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// Francisco Tijerina Elguezabal

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Autor: lostubos
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