Por Félix Cortés Camarillo
Hace muchos años, mientras íbamos en su carricoche eléctrico del hoyo dos al tres en el club de golf México, Javier López Rodríguez me contó de su muy intenso y muy breve enamoramiento que sufrió con la bellísima actriz checa Karla Chadimova, que por cierto había sido condiscípula mía, cuando ella vino a Acapulco a uno de los festivales de cine que ahí inventó mi muy querido Miguel Alemán Velasco.
Tan intenso y breve fue aquel amorío, que Javier una semana después agarró un avión y se fue a Praga a golpear la puerta del departamento de Karla a exigirle continuar el romance. Le recibió primero un mal encarado esposo de la señora y luego la explicación, por aquel entonces, muy europea, de la mujer diciendo más o menos que lo pasado pasado, que un acueste era un acueste y que no le interesaba más.
Mi compañero de golf era Chabelo, el amigo de todos los niños, que tenía las mañanas dominicales a todos los hijos e hijas, incluyendo Félix y Sascha embelesados viendo la televisión mientras sus padres seguían durmiendo. Que de alguna manera fue la función social que Javier desempeñó durante más de cuarenta años. Distraer a los niños para que no dieran lata a sus padres. La imbécil disposición de que los dulces no podían anunciarse en la televisión terminó con la aportación de la principal patrocinadora del programa que mandó a Javier a jugar golf.
Murió Javier López.
Todos lo recordarán como el entretenedor dominical de los niños, algunos como el intrépido motociclista que un par de veces se rompió las piernas en sus aventuras y otros como el galán de las edecanes guapas de su programa.
Yo me quedo con la imagen del señor que tenía una voz nada mala y que cantaba bien los boleros que a mí me gustan. Pero de manera especial me quedo con la imagen de alguien que, como cantaba el yucateco Sergio Esquivel, era amante enamorado, como queremos serlo todos. Amantes a la antigua, dice Roberto Carlos. De los que todavía mandan flores.
Del que toda la vida habló de usted a su segunda esposa Teresita Miranda, después de la breve cubana Angelita Castany. A Teresita acompañaba en los restaurantes hasta la puerta del sanitario para volver a arrimarle la silla a la mesa. Todo un caballero. Irascible a veces, como cuando sacó del campo de golf a un caddie impertinente en el hoyo cuatro, cuando íbamos disfrutando los tres con Tony Flores, también ido antes de tiempo.
Porque no hay tiempo justo, todos creemos, para irse. Salvo que la vida nos ponga, como Chabelo, frente a la última catafixia.
PARA LA MAÑANERA, (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Dijo Don Adolfo que no debiéramos declararle la guerra a los Estados Unidos, porque ¿qué hacemos si les ganamos? Si tienen acceso a Palacio Nacional, díganselo a YSQ.