Por José Jaime Ruiz
Bufón de la historia, Enrique Krauze salta entre los siglos para encontrar un evento que justifique su vocación de agitador para denostar al presidente Andrés Manuel López Obrador. En su reciente colaboración (colaboracionista, pues) para The Washington Post, Krauze viaja hasta el siglo XII (sí, siglo XII) para comparar a López Obrador con el rey inglés Enrique II.
En su artículo, Krauze recuerda la muerte de Thomas Becket, el arzobispo que fue asesinado después de que el rey inglés dijera: “¿no hay nadie capaz de librarme de este cura turbulento?”. Lo que le sirve a Krauze para montar su falacia en contra de AMLO: “Las provocaciones de AMLO pueden hacer que maten a sus opositores”. Bajo ese estúpido tenor, las provocaciones de Krauze, Denise Dresser, Ricardo Alemán, Vicente Fox, Ciro Gómez Leyva, Carlos Marín, Brozo, Carlos Loret de Mola, y un furioso etcétera, “pueden hacer que maten a Andrés Manuel López Obrador”. Su narrativa de odio los convertiría en autores intelectuales de cualquier atentado en contra del presidente.
Cómodo agitador, Krauze no documenta ningún asesinato provocado por AMLO y su avezada conjetura lo desnuda como un farsante intelectual y como un historiador de poca monta. Más aún, como un terrorista intelectual.
Desde 1998 (1998, no el lejanísimo 1170 de la anécdota krauziana) se ha desmontado la farsa intelectual de Enrique. En un ensayo publicado en Milenio Semanal, el antropólogo Claudio Lomnitz desveló la inmoralidad de Krauze. Transcribo la presentación del ensayo con mis subrayados:
“…el antropólogo Claudio Lomnitz ofrece numerosos ejemplos de la manera en que las biografías del poder de Krauze repiten los principios centrales de la historia oficial. Además, dedica su crítica a explorar la biografía de poder del propio Enrique Krauze. Sostiene que éste pervirtió el modelo de su mentor Daniel Cosío Villegas, creando una ‘fabrica de historia’ para su uso personal. El autor afirma que el prestigio y poder cultural de Krauze no provienen de la generación del 68, ni de una calidad intelectual similar a la de Octavio Paz o Cosío Villegas. La prominencia de Krauze, sostiene Lomnitz, es consecuencia del poder que amasó mientras el gobierno le volvía la espalda a la instrucción pública y subsidiaba un proceso de privatización cultural con características similares a otras privatizaciones: concentración del poder en pocas manos y formación de una nueva élite. Krauze se ha hecho un nombre en México pidiendo una ‘democracia sin adjetivos’, dice Lomnitz, pero es incapaz de hacer una ‘historia sin opiniones’. SU OBRA ES UN MONUMENTO HUECO”.
Y, así, ¿hay que tomar en serio al farsante Krauze y sus perversas conjeturas?
En su ensayo “Estrategias discursivas de Krauze”, Adrián Montero Palma reflexiona: “Krauze va intercalando todo tipo de fuentes y se sustenta en las académicas sólo cuando éstas le posibilitan completar con otras la explicación de algún pasaje o sustentar alguna interpretación. La dosificada presencia de esos estudios a lo largo de sus textos, respalda su incuestionabilidad y se legitima. El avance del conocimiento histórico no está en la discusión, sino en la repetición acrítica de testimonios. Y aún más grave, con el pretexto de la psicohistoria, se puede privilegiar la interpretación del hombre (pura subjetividad valorativa) en detrimento de la documentación directa”.
Farsante académico, repetidor acrítico de testimonios, Krauze nos retrotrae en su artículo a una anécdota trágica –en 2023– ¡de 1170! Y, así, su artículo contra López Obrador se puede considerar “pura subjetividad valorativa”.
La presencia de Denise Dresser en el Zócalo en una conmemoración del 2 de Octubre no desató una agresión física de los simpatizantes de la 4T, mucho menos fue asesinada o quemada en la plaza, apenas la increparon. Dresser se quejó: “Quienes me corrieron ponen en peligro el pluralismo que toda democracia debe respaldar. Al correrme ponen en jaque mis libertades y las de otros y otras”. Un discurso que va en sintonía con el artículo de marras de Krauze.
Y, sin embargo, el pluralismo que vive México, el gran momento democrático, da inclusive para que los discursos de odio de Krauze y su séquito se reflejen en amenazas de agresión física en contra de López Obrador, como el video del regiomontano Adolfo Siller cuya repulsa tuvo una carga extrema de racismo y violencia verbal en contra del presidente. Esas repulsas son las que provoca el agitador Enrique Krauze.
Para defender su purísima subjetividad valorativa, Enrique Krauze alude a un artículo de Gabriel Zaid (“AMLO poeta”): “Es un artista del insulto, del desprecio, de la descalificación. Su creatividad en el uso de adjetivos, apodos y latigazos de lexicógrafo llama la atención”. Lo que llama más la atención es que en el artículo de Zaid nunca se lee “¿no hay nadie capaz de librarme de este opositor turbulento?”, como mañosamente lo escribe Krauze acerca del rey y el arzobispo. Tiro por la culata: el argumento de Krauze no es el argumento de Zaid.
Enrique Krauze, el engañabobos, y su conspiración de gritos, de conjeturas, dudas, insinuaciones, mezquindades sin confirmar; la canalla literaria de la que escribió, sí, Gabriel Zaid, la canalla inescrupulosa, venal. O sea Enrique Krauze de cuerpo entero: farsante, inescrupuloso, venal, deshonesto, inmoral… miserable.