Por José Francisco Villarreal
He estado pensando en la dieta. En casa navegamos muy descuidadamente por el menú diario, acabamos naufragando en cuestiones de nutrición. El pan dulce y el café negro son eucarísticos. De ahí en fuera el menú lo determinan los precios de los comestibles, el antojo y el ingenio. Hace unos días sucedió algo singular: una gata se puso a parir en el porche de la casa. Astutamente, ningún vecino aceptó ser el dueño de la gata. Con la jauría de perros malcriados que tengo, era imposible adoptarla. Por fortuna, una amiga que es apóstol en el rescate de animales se hizo cargo de la gata y sus crías. Pero en tanto ella los recogía, me encargué de su cuidado. Neófito en cosas felinas, compré los famosos “sobres”, cuya comida húmeda parece gustarles y nutrirles. La parturienta pudo comer salmón, pescado blanco, pavo, pollo… Un festín que no olía tan mal y que incluye alimentos que no acostumbramos en casa. Pocos carbohidratos, pero es de esperarse en un carnívoro de domesticación tardía. En lo demás, si creemos en la información nutricional, parece haber suficientes vitaminas, minerales, fibra, grasas, proteínas y la taurina, un ácido indispensable para los gatos aunque no para los chavos que quieren prolongar la fiesta. La gata en cuestión tuvo una dieta mejor que la mía.
Ya sé que la comida para mascotas son alimentos procesados. No es lo mismo que arrojar una lonja de salmón al sartén. Las “harinas” cárnicas de esos alimentos me suenan más a polvo de momias, pero no hay tanta diferencia con muestra apreciada (por precio y por cariño) carne seca.
Total, si el alambique voluntarioso que tenemos por estómago puede procesarlo, entonces ¡es comestible! Es decir, que si aliñamos debidamente y sometemos a procesos de cocción adecuados, podríamos devorar y digerir incluso al senador por Luisiana John Neely Kennedy.
Pero jamás a la parrilla; tendría que ser una cocción lenta, muy larga, para poder ablandar sus 71 años de correoso y republicano tejido conjuntivo. No creo que posea muchos nutrientes aprovechables, sería prácticamente una digestión simbólica: no habría mucha diferencia entre lo que se ingiere y lo que sale después de su trayecto intestinal. Los mexicanos comemos primero por puro antojo, con los ojos y el olfato, así sea cualquier porquería. Por eso el legislador ese puede sentirse a salvo de un intento de antropofagia… de nuestra parte al menos y de parte de cualquier caníbal sibarita. Me da la impresión que es infinitamente más gustoso un taco de comida para gatos que uno de buche o maciza de ese político luisiano.
La ofensa de John Neely K., fue bastante bien calibrada. Esa y otras hociconeadas son parte de las estrategias preelectorales; igual pasa en México. Recordé tanto a los “bad hombres” de otro orate republicano: Trump. A los republicanos gringos parece gustarles mucho la idea de tomarla contra México. Nunca se curaron de la avidez cartográfica que padecieron en el siglo XIX. No sé, ni me importa saber cómo se tomaron nuestros vecinos gringos eso de que sin ellos los mexicanos estaríamos comiendo comida para gatos. Me pareció más interesante la respuesta difundida intensivamente en México. Los medios destacaron la réplica de Marcelo Ebrard, muy diplomática, la de don Andrés, muy emotiva, y con menor cobertura la del embajador de México en Estados Unidos, Esteban Moctezuma Barragán, una elegante bofetada. A don Esteban le brotó la genética imperial; fue un buen intento de reivindicar la dignidad de su ilustre ancestro, el tlatoani Moctezuma Xocoyotzin.
No me extrañó que desde las gradas de la 4T se reaccionara a la ofensa gringa coreando los dichos de don Andrés y de Marcelo. Tampoco me extrañó que la oposición no aprovechara la coyuntura para hacer aparatosos aspavientos patrióticos y, consecuentemente, sumar simpatías electorales. Se comprende, ya que han usado las críticas extranjeras, sobre todo desde Estados Unidos, para devaluar al régimen mexicano. Si sumamos eso a que desde Estados Unidos fluyen patrocinios “indirectos” al activismo político contra la 4T, pues eso hace de la oposición algo así como entenados de Washington. En cualquier caso, no importa. Siguen desaprovechando coyunturas estratégicas para no incomodar a los tutores de su coalición. ¡Allá ellos!
Pero así como los políticos gringos hociconean para visualizarse en su proceso electoral, en México, el orgullo nacional también puede aprovecharse para los mismos fines. La ofensa de la comida para gatos nos revolvió el estómago a todos… a todos los que aún tenemos un poco de orgullo nacionalista. A los que no, nada más les hizo gracia. Si bien la reacción de don Andrés era de esperarse, la de Marcelo Ebrard, en plena “no-campaña”, fue una oportunidad caída del Cielo o desde alguna mente maquiavélica. No hubo reclamo oficial relevante, sólo dichos, aire cuajado en letras. Una esgrima sutil de exhibición, un duelo sin heridos. Mucha prensa, eso sí. Hasta el ciudadano más escéptico en política se enteró del affaire, y si no sabía, ya sabe que hay un señor que quiere ser presidente y que nos “defendió” de un viejillo gringo que nos ofendió. Ya no habrá necesidad de que alguno de nuestros amigos “mala copa”, al calor de las caguamas y el patriotismo, peregrine a Luisiana a romperle la jeta al insolente fulano.
¿No pasó nada? Pues quién sabe, porque creo que en los dichos del senador luisiano, la respuesta de nuestro canciller y la consignación de los hechos en los medios mexicanos, hay cosas que sí se notaron. La primera es que México sigue siendo el objeto de la ambición de Estados Unidos, y que entre sus políticos hay quienes son capaces de escalar su agresividad más allá de las palabras. Despreciar un pueblo es la condición necesaria para intentar sojuzgarlo, así sea por la fuerza de las armas. La segunda es que los medios mexicanos han proyectado a Marcelo Ebrard como el defensor por excelencia de nuestro país. No supe que el Senado de la República, responsable de las relaciones exteriores, haya hecho nada respecto a esa ofensa. Si lo hizo, los medios nacionales no le dieron mucha difusión. La nota de John Neely K., fue un dislate senil tan obvio que debe ameritar una disculpa oficial, aunque no se pida. Nada extraordinario en realidad, puro protocolo.
Desde su origen, la nota fue inflada en los medios; lo mismo la respuesta desde México. “A toro pasado”, a mí me queda sólo la impresión de que el incidente, que quiero suponer que no fue deliberado, sí fue hábilmente aprovechado. Nos dejaron la imagen de un Marcelo Ebrard agigantado contra un pequeño político gringo, y de que el canciller es deseable como campeón presidencial tanto para los gringos como para los medios mexicanos (afinidades electivas). Sí, ando paranoico. Pero es que me extraña tanto rollo y tanta prensa cuando era tan fácil responder al ofensor. México, no lo olvidemos, también es la patria del albur.