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Por Félix Cortés Camarillo

A inicios de 1988 yo fui con mi hermano Fernando Alcalá Pérez a Princenton, New Jersey, a las oficinas de la organización Gallup, iniciadora desde 1935 de los estudios de mercado y opinión en los Estados Unidos. Les contratamos para que hicieran una encuesta nacional sobre las preferencias electorales para las elecciones de ese año a la presidencia de la República.

Ian Ryder, que trabajaba para Gallup en México, no me dejará mentir, porque él condujo el trabajo de campo: se hicieron cerca de tres mil entrevistas en todo el país, y a mediados de mayo nos entregaron los resultados. Nunca se dieron a conocer, por decisión de quien había pagado por el servicio y tenía los derechos sobre la información, aunque el diario La Jornada haya publicado algunos números. La verdad es que Cuauhtémoc Cárdenas resultaba ganador, por margen escaso, sobre Carlos Salinas de Gortari. Eso es lo que es. Lo demás es historia.

A partir de entonces se desató un auge de las casas encuestadoras en nuestro país, hasta convertirlas en una nueva iglesia acomodaticia, con grandes márgenes de error: dime cuál quieres que sea el resultado de la encuesta y yo te la hago.

Este domingo hay elecciones importantísimas en dos estados de México: Coahuila y el Estado de México. Además de las múltiples encuestas y los variados pronósticos sobre los resultados, los acontecimientos más recientes han venido a fortalecer la idea que los mexicanos tenemos de que el mundo de la política es una pila de basura y podredumbre.

El aparato del poder, al través de Mario Delgado, le dio instrucciones precisas a los dirigentes nacional del PVEM y del PT para que declinen, en nombre de sus seguidores –como si pudieran– en favor del candidato del gobierno, el industrial del carbón Armando Guadiana, muy atrasado en las preferencias previsibles. No le pidieron su opinión a Lenin Pérez, que en su nombre y apellido lleva una cauda comunista, ni al ex subsecretario de Gobernación de Lopitos, Ricardo Mejía Berdejo, cuyos nombres están ya impresos en las boletas que se usarán en las elecciones del domingo aunque los dirigentes de los partidos que los patrocinaban se hayan rajado: simplemente les quitaron la escalera para dejarlos colgados de la brocha.

Y no.

Porque la gente no vota por los partidos o las consignas de sus dirigentes. Votan por las personas. El impacto real de esta marrullería será mínimo. El candidato de la alianza PRI-PAN-PRD será el gobernador de Coahuila. Así sea por margen menor del pronosticado.

Más difícil es pronosticar los resultados en el Estado de México. La maestra Delfina Gómez puede ganar con todo el acarreo ya listo, pero Alejandra del Moral puede superarla, aún por escasa diferencia, en los comicios; especialmente a la luz de la porquería que el partido Morena ha demostrado en su perfil moral.

Pero en uno y otro caso la estrategia del presidente López está muy claramente definida: si se pierde, se arrebata. Si gana el contrario por escaso número se desconocen las elecciones. Ahí está el verdadero afán de pretender aniquilar al INE por parte de Palacio Nacional. Un golpe de Estado.

Porquería pura. 

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Debo confesar que coincido con el presidente López: sí hay en marcha un mecanismo enorme para dar un golpe de Estado Técnico en México. Sí, efectivamente, hay fuerzas en un poder tratando de socavar la autoridad de los otros dos. Se trata del presidente de la República, el titular del Poder Ejecutivo, que ya tiene parcialmente cautivo al Legislativo y no puede hacerse del Poder Judicial, al que ataca suciamente un día sí y el otro también.

‎felixcortescama@josejaimeruiz

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: lostubos
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