Por Félix Cortés Camarillo
En noviembre del año pasado, una iniciativa ciudadana opuesta a la perversa intención del presidente López de desaparecer el Instituto Nacional Electoral, llenó –además de calles y plazas en múltiples ciudades del país- la emblemática y magnífica Plaza Mayor de la Ciudad de México a la que llamamos Zócalo. Martí Batres Guadarrama, quien era segundo de la gobernadora Claudia Sheinbaum, y hoy es el encargado de su despacho mientras ella anda desaforada en campaña por la presidencia de la República, debutó en aquella ocasión como demógrafo certero, y de golpe y porrazo dio una cifra estimada de los mexicanos que habían llenado el Zócalo y dijo que habrían sido entre ocho y diez mil personas. Como dice el pueblo noble y sabio, que lo traen como calzón de puta para arriba y para abajo a manifestaciones de a pollo y de a huevo, no hay peor Ego que el que no quiere ver.
En el mismo sitio, el sábado, Lopitos se organizó un soberbio homenaje al culto a la estalinista personalidad, una despedida magna del poder, que debe ser, esperemos, la última. Y el Zócalo se vio pletórico de partidarios del presidente, al menos durante la hora que se retrasó el evento y los dos primeros discursos de la orden del día. Luego, tal vez por la lluvia o porque ya habían cumplido con pasar lista de asistencia, esa masa mermó un poco. El señor Batres estimó que se habían reunido doscientos cincuenta mil personas. Todo es según el color…
La revolución industrial, en el cambio de siglo del XIX al XX, trajo transformaciones de fondo a la economía: la línea de producción que desarrolló Henry Ford, redujo la cantidad de trabajadores necesarios para producir un automóvil en menos tiempo; a la vez inspiró a Charles Chaplin para una de sus mejores películas, la de mayor contenido social y político, Tiempos Modernos.
Además de ello, introdujo una nueva escala de valores sociales y políticos, poniendo el volumen por encima de la calidad y la estadística como la madre de todas las disciplinas. En esa nueva escala de valores se basa simplemente la democracia. No ganan los mejores, los más honestos, capacitados y con mayor disposición al servicio público, sino los que son más. De paso, el que sabe contar mejor y vender sus cifras con mayor énfasis. El que sabe a quién hay que contar y a quién hay que omitir en el cómputo.
En el mitin electoral que condujo Lopitos, él se limitó a enumerar las obras que ha presumido cada mañana en Palacio Nacional, aunque no haya pasajeros en el aeropuerto Felipe Ángeles, un barril de petróleo refinado en Dos Bocas, ni respeto a la selva maya en la península de Yucatán. Hubo también un largo listado de las cosas que se van a hacer antes de un año, como el acueducto de Monterrey, la generación del 70 por ciento de la energía eléctrica que el país requiere o el tren Toluca-Observatorio.
Todo eso está bien: para eso son los informes de gobierno, para enumerar lo bonito aunque nadie lo vea.
Pero no hubo una sola mención a los ausentes de estos cuatro años y pizcacha de gobierno. No me refiero solamente a los que diariamente mueren asesinados en esta administración, un promedio de ochenta. A los miles y miles de desaparecidos cuyas madres, esposas e hijas piden diariamente por lo menos un par de huesos para darles sepultura y cerrar una llaga. Nada se dijo del más de medio millón de personas fallecidas durante la pandemia por culpa de una política equivocada que largo tiempo rechazó la prevención del cubrebocas y nos recomendó los escapularios; de la política de salud que, en boca del secretario de Salud se aventó la desfachatez de afirmar que él no iba a vacunar a sus nietos.
Nada se dijo de la escasez de medicamentos en todo el país; no solamente de las medicinas que reclaman los niños enfermos de cáncer.
Y, desde luego, no se dijo del clima de inseguridad que se vive en todo el país, cuyo territorio está pasando, palmo a palmo, mañanera en mañanera, al dominio de la delincuencia organizada.
Sí, hubo muchos acarreados presentes el sábado en el Zócalo.
Pero hubo también muchos ausentos, ausentas y ausentes.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Ya se cumplió la primera semana de choques entre policías y ciudadanos en París y el sur de Francia, y el sosiego no llega. Todo comenzó con el asesinato a balazos de un chamaco por parte de un policía cuando el joven no se detuvo ante el requerimiento de la ley. Que no se nos olvide la historia. La juventud, el verano y el descontento suelen ser incendiarios. Lo mismo en 1968 en Francia que ese mismo año en México. Y todo comenzó por un pequeño incidente.
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