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Por Francisco Tijerina Elguezabal

“Escribir para mí no es una profesión, ni siquiera
una vocación. Es una manera de estar en el mundo”
Ana María Matute

Nunca pensé que fuese a ocurrir así, pero las condiciones y circunstancias del tiempo que nos toca vivir someten a una prueba permanente la vocación del escribidor por contar historias.

Y es que todo alrededor es tan falso, tan frívolo y superfluo, tan de oropel, que invariablemente te deja un amargor en la boca y un olor nauseabundo en el olfato.

Hoy han dejado de importar forma y fondo y lo único de verdad es ganar, pasar por encima de los rivales sin importar el costo o el precio que sea necesario pagar; “en la guerra y el amor todo se vale”, se justifican, pero hasta no hace mucho la decencia, la moral, las buenas costumbres, también eran dignas de ser tomadas en cuenta.

Cada vez con más frecuencia la vida deja de ser un espacio de coexistencia en la que para exigir se debe ceder y todo está en función de la comprensión, la tolerancia y el respeto. Esto se convierte en un mundo de “todo o nada” en el que no hay adversarios, sino enemigos.

Veo las fotografías de actores públicos festejando victorias pírricas, obtenidas de formas cuestionables y me pregunto, ¿qué celebran? Sus intentos de sonrisa no son más que tristes muecas.

Por ello resulta cada día más difícil escribir, porque al navegar en esta clase de mares en ocasiones prefieres cerrar los ojos y pensar en otro tiempo, otras cosas, que nos hacían la vida más fácil y sobre todo, más bonita.

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Vía / Autor:

// Francisco Tijerina Elguezabal

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Autor: lostubos
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