Por Félix Cortés Camarillo
El último día de julio y los tres primeros de agosto de 1968 se reunieron los dirigentes de la URSS y la república Socialista de Checoslovaquia, a petición de los primeros, para discutir las quejas que tenían en contra de los segundos por la llamada Primavera de Praga o Revolución de Terciopelo. Las discusiones tuvieron lugar a bordo de un tren ruso parado en la estación de Cierna nad Tisou, un pequeño poblado fronterizo entre Eslovaquia y Ucrania. Al cabo de cuatro días Leonid Brezhnev se despidió con un abrazo y beso en la boca de Alexander Dubcek. Dos semanas más tarde Brezhnev ordenó a las tropas de los ejércitos de la URSS, Alemania del Este, Polonia, Bulgaria y Rumania invadir Checoslovaquia. Murió, por el momento, el socialismo con rostro humano, el mayor experimento de transformación política que yo he vivido.
Se están cumpliendo cincuenta y cinco años de ese vil acto, parcialmente en el olvido mundial. Ciertamente hay poco que celebrar y mucho que recordar, como el beso negro de Brezhnev.
En la mayoría de los países europeos, especialmente del centro y el este con antecedentes eslavos, el saludo de beso en la mejilla e incluso en la boca no sorprende a nadie ni pretende ser algo más que una muestra de afecto, simpatía y buenos deseos.
Hoy, un beso así ha provocado una tormenta mediática mundial, un asunto político mayor en España y un tema a discusión en los deportes de todo el planeta. Se opacó en primer lugar el escenario en que tuvo lugar: el triunfo de la selección femenil española de futbol sobre la de Inglaterra para coronarse campeonas del mundo. Resulta, que en la pasarela de las jugadoras para recibir sus medallas y su copa, el presidente de la Real Federación Española de Futbol, un señor pelón de nombre Luis Rubiales, tomó por la cabeza a una de las figuras de la selección, Jenni Hermoso y le besó en los labios.
Según el señor Rubiales fue un beso “espontáneo, mutuo, eufórico y consentido”. Después de todo ¿no cantaban los Churumbeles aquello de que en España se lleva el beso en el alma y que se le puede dar un beso a la española “cuando quieras”, siempre que sea un beso en la mano o uno de hermano. Pero un beso de amor, dicen, no se lo dan a cualquiera.
La primera versión de la señora Hermoso parecía coincidir con la del señor Rubiales; al siguiente día cambió de opinión, y desde entonces todas las seleccionadas femeniles de España, junto con ella, se niegan a salir a la cancha con su representación mientras el señor Rubiales ahí siga. Los mismo piensa la mayoría de la sociedad española y –no lo dudo- el mundo entero.
“No voy a dimitir” dijo cinco veces el señor Rubiales al reconocer que si bien había cometido un error, tenía dos atenuantes para ello: según él, está primero el impecable ejercicio de sus funciones al frente del futbol español. Prueba de ello, entre otras, era la obtención del título mundial por sus muchachas. Segundo porque, según él, antes del acto le había preguntado a Jenni si “le daba un pico”, a lo que ella accedió.
El señor Rubiales no va a dimitir. La FIFA todopoderosa ya lo suspendió y le prohíbe que se acerque o procure hablar con la mujer. La Real Federación Española tendrá que correrlo y don Luis va a cargar con la ignominia de su piquito –como Brezhnev de los suyos- por el resto de su vida. A mí me importa un pito, eso es cuestión de los españoles y las españolas.
Yo, a la distancia, me pregunto:
¿La muerte de cientos de miles de mexicanos por la equivocada y criminal política sanitaria frente al COVID 19 es menos peor que el atrevimiento de Rubiales con su beso robado? ¿No merecería un despido y una condena pública?
El doctor Hugo López-Gatell Ramírez sigue despachando en su oficina como subsecretario de Salud, y sigue gozando del elogio público y la admiración íntima del presidente López.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): No hay fecha que no se llegue ni plazo que no se cumpla. Esta semana comienza la desbandada. De las bandas, claro.
felixcortescama@gmail.com