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“Ir al pasado es un momento de creación literaria”: Rafael Pérez Gay

La infancia y la memoria son los fuegos que iluminan ‘Todo lo de cristal’, el nuevo libro del escritor mexicano.

Entre su infancia y adolescencia, Rafael Pérez Gay se mudó 22 veces; su familia andaba de un lugar a otro, como una tribu de gitanos, por no poder pagar la renta. Este es el hilo que guía el nuevo libro del autor de Paraísos duros de roer que, entre otras cosas, es un viaje a un lugar que ya no existe: la Ciudad de México de los años sesenta y setenta. En esos cambios de domicilio, “todo lo de cristal” se envolvía en papel periódico, de ahí el título de este “informe de invierno” que, con cierto aire de nostalgia, restaura el pasado a través de la memoria y la investigación hemerográfica, con la mirada de un adulto que recuerda al niño que fue; informó MILENIO.

En Todo lo de cristal, como en tus libros más recientes, indagas en la memoria.

He escrito los más recientes libros con un telón de fondo que es la memoria. ¿Qué es la memoria para mí?: un momento en el cual uno se acerca al pasado —eso que ya ocurrió— y trata de reconstruir, de restaurar una parte de uno mismo. En Todo lo de cristal he tratado de rehacer una época con dos memorias: una personal y otra colectiva; creo que ambas memorias nos constituyen y nos forman para la vida diaria. La personal trata de la historia de un narrador, para más señales la mía. Todos los que hayan tenido cercanía con mis libros saben que he incurrido en la literatura del yo, en la autoficción o como la quieran llamar. La memoria colectiva aparece en este libro como no aparece en otros: la ciudad, la historia de los políticos priistas, la de algunos empresarios, y cómo esas historias iban entrando en mi familia y poco a poco iban constituyendo mi propia historia, mi infancia. Es un libro de recuerdos de infancia.

Mi familia tuvo a bien mudarse 22 veces, aunque se mudó más. En el libro solo hablo de las 22 veces que yo la acompañé a mudarse; mis hermanos mayores se habrán mudado 32 veces, tal vez. ¿Por qué? Porque la familia siempre tuvo un toque de gitanos y porque el jefe era un poco gitano. Me gustaría decir que en este libro di un paso más allá de la llamada literatura de autoficción al incluir a un hombre adulto que va a la hemeroteca para ver si sus recuerdos son reales, porque la memoria suele ser extraña, no sabemos si lo que recordamos es real o es un poco una ficción que hemos ido creando.

¿Qué piensas de la autoficción, tan de moda actualmente?

La autoficción ha existido siempre, autores que hablan de sí mismos y que tratan de explicarse a través de algo que llamaría el ensayo personal, ese momento en el cual un escritor inquiere a su propia alma sobre asuntos fundamentales de la vida: el amor, los padres, los hijos, la muerte, la vida social. Sé que hay escritores que dicen que la autoficción es una selfie. Respeto esa opinión. Pero hay escritores que se mueven solo en la superficialidad y a mí me gusta —o me gustaría— que se encontrara en mis libros un viaje a la oscuridad, porque nosotros somos también nuestras zonas oscuras, no solo nuestras zonas superficiales, por buenas, por bien hechas y por bien formuladas que estén. En mis libros hay un punto de inflexión que es Paraísos duros de roer, un libro de cuentos después del cual escribí Nos acompañan los muertos, en el que me sentí absolutamente libre. A la mitad del camino estaba entrando en zonas peligrosas, en desfiladeros, entonces me dije: voy a tener que pensar quién era realmente mi padre, el padre interior, el que llevamos dentro. Iba a hablar de mi casa, de mi hermano, de mis hermanas, pero me sentí cómodo e imaginé que habría gente a la que le interesaría leer estos informes, como yo les llamo. Todo lo de cristal también es un informe, un informe de invierno porque he empezado ese loco viaje hacia la vejez. En este libro he intentado ir en busca, no de los padres viejos, no del hombre enfermo, no del hermano que va a morir —que es de lo que tratan mis libros recientes—, sino del niño que fui.

En este libro, que reconstruye la vida de la ciudad en los años sesenta y setenta, además de memoria hay o siento cierta nostalgia.

No quisiera pasarme de listo y mentir. Sí es un libro nostálgico que está siempre recordando películas, cines, calles, momentos que fueron nuestros, telenovelas, coches de moda en aquellos años, amores que aquellos niños tenían por algunas actrices que los ponían a volar o ponían a volar su imaginación. Sí hay nostalgia. Contra lo que muchos dicen, creo que la nostalgia es un instrumento fantástico para poder hacer literatura, siempre y cuando no seas autocomplaciente.

¿Cuál es la diferencia entre la memoria y la nostalgia? La memoria es ese conjunto de hechos que se acumulan en nuestra vida, en nuestra cabeza, en nuestro cerebro, y que no sabemos si son exactamente reales o irreales, y la nostalgia es ese momento en el cual uno recuerda con cierto aire de tristeza. La nostalgia, para mí, es un poco sinónimo de tristeza, y no tengo nada contra ella, al contrario.


En Todo lo de cristal, la mirada sobre tu padre es al mismo tiempo amorosa e implacable, por su carácter, por la miseria en la que hundió a su familia, por su doble vida. Hay también un permanente homenaje a tu madre, el pegamento que los mantuvo unidos. Háblame de estos dos personajes.

Cuando me propongo escribir de estos personajes, me propongo hacerlo con profundidad; la profundidad es oscura y en la oscuridad se encuentran cosas que no nos gustan. Me encontré con un padre al que empecé a recuperar literariamente en estos informes de un modo extraño, porque yo estaba muy cerca de él. Era un padre atraído por la fiesta, y, lo sabes tan bien como yo, en la fiesta ocurren grandes irresponsabilidades. La fiesta transcurre en la noche, está llena de momentos exacerbados, repleta de lugares en donde uno dice cosas que probablemente no diría en otro lado, y si además bebes o has bebido, se convierte en un momento de éxtasis. Ese era mi padre. Mi madre, en cambio, era el pegamento. Yo digo sensatez, pero mi madre era una mujer bastante dura, de otro modo no habría podido mantener a cinco hijos en una casa durante mucho tiempo sin dinero y haciendo piruetas para que esa familia se mantuviera unida. Como cuento en Todo lo de cristal, era dura pero al mismo tiempo suave, una mano suave que sabe apretar, una mujer inteligente que sabe ser trivial, una mujer que descubrió muy pronto que, dada la época —había querido estudiar y ser médica pero la época no se lo permitió—, se dedicó a construir algo importantísimo que es como un templo, y ese templo se llama familia. Escribiendo me fui dando un poco cuenta de estas cosas, porque es algo que uno sabe, lo sabemos algunos que tenemos cierta capacidad de introspección, pero a medida que iba pasando el tiempo y yo iba escribiendo estos últimos libros, en especial Todo lo de cristal, dije: pues sí, efectivamente, aquí sale la madre que fue durante muchos años el cemento que mantuvo unidos a esos cinco hijos y que incluso atrajo al padre, que era esa fiesta irresponsable que todos hemos sido en la vida.

¿Qué es este libro para ti?

Todo lo de cristal fue un viaje al interior, un viaje al pasado para restaurar y reconstruir, para ejercer la memoria. Como ninguno de los otros libros, que están centrados en un presente, este se halla en el pasado, y ahí fui descubriendo muchas cosas de mí, de ese niño que estaba en su casa y al que le decían: vámonos, hay una mudanza. De modo que para mí es el libro más importante, en el sentido de viaje al interior, que he escrito, de ir hacia atrás. Por eso tuve que recurrir al hombre adulto que va a la hemeroteca para ver si esos recuerdos existieron o eran parte de una mentira histórica, y resultó que casi todo lo que recordaba había ocurrido. De modo que este libro significa para mí eso, un viaje al interior muy serio. Me costó muchísimo trabajo hacerlo, porque encontré el pasado, que es también un momento de creación. Ir al pasado es un acto de creación literaria, y eso no lo digo yo, lo dijo Freud, lo dijo Lacan y lo han dicho escritores extraordinarios como Amos Oz, para quien el gran universo en donde empieza la literatura es la familia.

¿Qué se gana y qué se pierde con tantas mudanzas, cómo afectaron estas mudanzas tu vida, lo que eres ahora?

Me definieron en el sentido de que sé lo que es ir y venir, el trajinar por la Ciudad de México. Conocí la ciudad mudándome, conocí la ciudad con mi padre, que me llevaba al Centro y me contaba historias, pero debo decir también que creó en mí algo reactivo, de modo que mudarme hoy es algo dificilísimo porque lo relaciono con la inestabilidad, con la falta de cimientos, con la falta de un lugar habitable, con esa frase temible de Kundera: la vida siempre está en otra parte, no aquí.

La mirada de ese niño que fuiste, sus juegos, su curiosidad, el descubrimiento del erotismo, completa de alguna manera el viaje al interior que emprendes.

Las calles por las que yo caminé, con camellón y palmeras, ya no existen. Mi escuela ya no existe, las cabinas de teléfonos ya no existen, pero sobre todo ya no existe lo que podía realizar un niño en aquel entonces, que es ser un niño de la calle, a los doce años subirse solo a un camión. Eso se acabó, y el libro tiene esa propuesta: esa ciudad, todo esto que les estoy contando, terminó. Ahora habrá que escribir el libro de esta nueva ciudad, que es una ciudad inclemente, inexorable, violenta, insegura, como muy pocas en el mundo.

En tu libro escribes también sobre la fragilidad de la amistad.

Tengo la idea de que la amistad es una de las mejores cosas que le ocurren a los hombres y a las mujeres; creo que la amistad no envejece. Sin embargo, con los años he aprendido que pocas amistades perduran para siempre, lo cual no quiere decir que los que fueron tus amigos se conviertan en tus enemigos, pero el tiempo va pasando y uno de los momentos más tristes de la vida es ver que todos los amigos se alejan al final. Tenemos nuevos amigos algunas veces, pero las amistades no son para siempre, de eso estoy casi convencido.

Entre los capítulos de Todo lo de cristal aparece un espectro que vuelve la mirada sobre lo que dice el narrador, con frecuencia para completarlo.

Necesitaba un recurso narrativo, pero también un recurso que de niño me inducía a un misterio. De niño siempre pensaba que había alguien más en la casa. No tenía miedo, es más, me gustaba. Entonces utilicé el recurso narrativo de hacer un corte al final de cada capítulo para que un espectro vuelva a decirnos todo, pero como lo vio él, y a veces hace pequeñas revelaciones que no están en el relato corriente. Ese espectro ve llorar al padre en la oscuridad. Es testigo de cómo, también en la oscuridad, la madre le dice al padre: ya no hay más, no hay más dinero, estamos perdidos. El espectro ve al niño en sus prematuras masturbaciones, ve a una de las hermanas tratando de tirarse de una ventana. Ese espectro lo sabe todo: los amores clandestinos del padre, el padre subiendo a un camión y bajándose en el Salón Victoria a tomarse dos o tres brandis para llegar a su otra vida en la calle de Dolores. ¿Qué es el fantasma? Puede ser el inconsciente, puede ser el súper yo, una forma de percibir la realidad y decir esto estaba pasando.

¿Cómo viviste la pobreza, el saber que tu familia no tenía dinero prácticamente para nada?

Sabía que en mi casa hacían falta muchas cosas, pero viví la pobreza casi festivamente. ¿Por qué?, porque era un ejercicio de libertad y de imaginación a la hora de comer, de vestirse, de ir a la escuela. No fui un niño que sufriera por la pobreza. Si tuve dolores y tristezas no provenían de la falta de dinero. ¿Cómo compensaba la pobreza? Con algo que hoy, desgraciadamente, muchos niños no podrán hacer: con la calle, yo era dueño de la calle, era dueño de los parques, aprendí rápidamente a manejarme en la calle.

¿Qué sigue después de este libro?

Después de ese libro, que para mí es un punto de inflexión, que se llama Paraísos duros de roer, publiqué Nos acompañan los muertos, sobre los padres viejos que desaparecen. Después se me atravesó la enfermedad y muerte de José María Pérez Gay y escribí El cerebro de mi hermano. Luego hice Perseguir la noche, sobre la enfermedad del narrador —la mía— mezclada con una novela del siglo XIX, y ahora esta del niño que fui. Tengo ganas, sin dejar la hemeroteca, sin dejar la memoria, de restaurar este momento en el cual México parecía quedarse sin futuro, a través de personajes jóvenes, de los jóvenes que fuimos en los setenta y ochenta, pensar qué viene para nosotros. Quiero estudiar e indagar ese momento en el cual México, por una vez, se quedó sin futuro. A ver a dónde voy a parar.

Fuente:

// Con información de MILENIO

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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