Por Francisco Tijerina Elguezabal
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. // Refrán popular
Resulta complicado hacer entender a los servidores públicos de todos los niveles, sobre todo cuando tienen aspiraciones políticas inmediatas, que al momento en que aceptan desempeñar un cargo público ya no tienen colores y sirven por igual a quienes votaron por el partido en el poder, que a quienes lo hicieron por otras opciones.
Así pasa con los diputados y los regidores, como con los secretarios de dependencias, no son representantes exclusivos de quienes los eligieron o votaron por sus jefes, sino de toda la comunidad y a ella se deben.
Por tanto, el empecinamiento y terquedad de andarse disfrazando con los colores de su partido más que una promoción política, termina siendo un acto de segregación, más que una forma de proselitismo e identidad partidista.
Andar vestidos con prendas azules, rojas, guindas o naranjas todo el tiempo es una tontería, porque eso no les significará absolutamente nada al momento de que sus partidos definan candidaturas y mucho menos les acarreará votos en el caso de que resulten ser candidatos.
Lo único que consiguen, en realidad, es la animadversión de quienes no tienen partido o que prefieren otras opciones; lo que logran es que los indecisos opten por aquello de “por cualquiera, menos este”, porque hoy al ataviarse así manifiesta predilección hacia un grupo y porque deja ver que su mente y corazón están puestos en el futuro, no en el presente, ya que está pensando en su beneficio persona y no en su comunidad.
En el servicio público no deben existir los uniformes, a menos de que sean neutros y como una verdadera forma de identidad, no como una muy estúpida forma de promoción partidista.
A esos que se visten así les digo: ya déjense de cuentos y pónganse a jalar.