Por Félix Cortés Camarillo
Cuando esto escribo, las urnas para las elecciones presidenciales en Argentina ya tenían tres horas de haber cerrado y los cómputos para un notable 75% del padrón electoral –frente al 81 que se registró en 2017-seguían su curso. Pocos países latinoamericanos vencen ese índice de abstencionismo en las urnas. Estamos hablando de unos 35 millones de votantes, más o menos la tercera parte del padrón mexicano, además de alrededor de medio millón de argentinos con derecho al voto que viven en el extranjero y se apresuraron a sufragar, con dificultades en Madrid y Berlín y con suspensión total en Ucrania e Israel por obvias razones.
Será pasado mañana cuando se dé a conocer el cómputo final, pero es muy predecible que se remita a lo que allá llaman el balotage, y que nosotros denominamos la segunda vuelta, que no conocemos en nuestro sistema electoral que tantas deficiencias tiene. Cuando uno de los seis principales candidatos a la presidencia no obtiene el 50 por ciento de los votos, tendrá que disputar con el segundo lugar la votación definitiva.
Hasta el momento hay tres posibles candidatos para integrar la dupla final: el que aparentemente se llevó una ligera mayoría, Sergio Massa, que entre sus principales defectos está el ser neoperonista y además responsable hasta ahora de la secretaría de Hacienda de un país en bancarrota; la conservadora Patricia Bulrich, del partido de Macri de reconocida incapacidad, y el más peligroso de todos, el orate de Javier Milei, que llegó a votar ayer en la mañana presumiendo liderazgo en las preferencias de las encuestas.
Ya sabemos nosotros en México cómo se hacen las encuestas.
La gran virtud de Milei es su principal defecto: es el mejor clon argentino que existe de Donald Trump, en apariencia y discurso. Su anunciada “transformación” es, cito más o menos textualmente, mandar a la mierda el peso argentino porque eso es lo que vale, y hacer del dólar norteamericano la moneda nacional de su país. El apoyo del próximo presidente de los Estados Unidos –yo quisiera equivocarme- lo tiene asegurado y ya se sabe que para los gobernantes latinoamericanos su principal credo es que la solución a sus problemas venga desde Washington.
Así nos ha ido.
No habrá sorpresa alguna cuando se anuncie la segunda vuelta, antes de fin de año: los argentinos van a seguir en una prolongada pesadilla económica y política.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): La llamada Declaración de Palenque, que los mandatarios de una docena de países latinoamericanos firmaron ayer en la tarde en ese maravilloso sitio arqueológico nuestro, no es más que la ratificación del sueño chiquito del presidente López del sueño grandote que tuvo su antecesor e inspiración Luis Echeverría: erigirse en líder y vocero de los países latinoamericanos en problemas. Me quedé corto, lo entiendo: Echeverría soñó con ser el dueño y caudillo del Tercer Mundo. El pretexto de la reunión de Palenque fue la crisis migratoria que estamos sufriendo. La solución, dice el documento, es lo que el Cuatrote ha hecho en México. Sembrado Vidas con campesinos a sueldo en el campo y Jóvenes Construyendo el futuro, con ninis becados. Eso, a escala continental en los países con pobreza y subdesarrollo, para que los pobres de ahí no agarren sus chivas ni vengan a enchinchar a México en su éxodo a la tierra prometida.
Un documento más para documentar nuestra estulticia. Digo, la del gobierno que patrocinamos.