Por José Francisco Villarreal
Es sorprendente cómo la edad nos hace cada vez más dependientes de un servicio médico razonable y cualquier número de programas sociales. La decadencia física y a veces también mental, excluye a los viejos de actividades productivas formales. Como la responsabilidad familiar sobre los ancianos así sea consignada en leyes es como las llamadas a misa, la vulnerabilidad se incrementa exponencialmente con cada velita del pastel. Caigo en cuenta que la mítica luz al final del túnel post mortem es de una velita de cumpleaños. Reflexionaba sobre esto mientras intentaba acceder a uno de los beneficios sociales que nos garantizan las leyes. Hacía infructuosa antesala en el IMSS por enésima vez, en tanto leía que en Argentina, ese “libertario” impostor que da en llamarse Javier Milei, había desaparecido ministerios de Salud, Educación, y otros más relacionados con el bienestar social. También leía sobre los despidos masivos, la antesala de la privatización de entidades estatales, y la devaluación que superó a la letanía de devaluaciones que ha sufrido Argentina durante años a veces bajo la presión del Fondo Monetario Internacional. Leía también las primeras notas de la manifestación de “piqueteros” y ciudadanos en general que marcharon desoyendo las amenazas de represión. En las primeras notas, dos detenidos: un joven y un anciano. Ambos por agredir a las fuerzas represivas de Milei. Imposible no tener empatía con el pueblo argentino, estafado por un ultraderechista feroz.
Argentina tiene todo para ser un país próspero, estable, y aunque nunca ha sido la “potencia mundial” que alucina Milei (como no sea en el futbol), tiene todo para llegar a serlo. Pero ahora, con las medidas tomadas por el nuevo gobierno, se convierte en un riesgo para la estabilidad de toda la región. Bolivia, con una economía estable, ya advierte impactos en importaciones y afectaciones graves a su industria a causa del contrabando desde Argentina. Y toda inestabilidad económica suele acarrear una inestabilidad social y, por consiguiente, política. Si esto es malo dentro de un país, es alarmante en un contexto de países con un intenso flujo comercial y diferencias sobre lo que es una democracia. La cereza explosiva de este pastel es que un país, en este caso Argentina, esté gobernada por una caricatura de dictador, una especie de avatar remendado de Mauricio Macri.
En tanto pensaba en esto, comprobé de nuevo que las sillas de las salas de espera del “Seguro” son muy incómodas, pero la incomodidad se incrementa con niños corriendo, bebés llorando, lamentos de enfermos, pacientes impacientes, y la siempre insuficiente atención al público. Esta vez tardé semanas para completar un trámite que finalmente se hizo en 10 minutos y sólo requirió de una computadora, y una chica malhumorada tecleando. No es óptimo el servicio médico en el IMSS, pero lo tenemos, y ya una vez me salvó la vida (literalmente). No son reconfortantes las deficiencias, pero son nada comparado con lo que le espera a un viejo de mi edad en Argentina. Precisamente, en un video, vi a un anciano que retó a las amenazas del gobierno de Milei y salió a marchar. Con una mano sostiene precariamente su bastón y una olla, con la otra aporrea el cacharro a coro con los manifestantes. Lo que dijo el anciano a la prensa es terrible. Asegura que Argentina está viviendo el inicio de una dictadura. Peor aún, afirmó que se repite el modelo represivo de 1976, cuando con la complicidad de medios de comunicación, empresarios, Iglesia Católica y grupos civiles conservadores, se derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón y se impuso una junta militar. Siete años duró un régimen de criminales y torturadores. El anciano debe saber bien por qué lanzó esa advertencia, por qué arriesgó beneficios sociales, integridad física, y hasta tener qué pagar por los operativos policiacos. El grito de “Argentina no se vende” parece exagerado, pero hay que reconsiderarlo cuando Milei pone en remate los bienes del Estado.
Aunque no bogo en los lagos de miel de Jauja, todavía pude estirar la pensión para agenciarme un modesto trozo de lomo para fin de año, no sé si mechado o en algún adobo, y media cabeza de cerdo para los tamales de Navidad (cena de pastorcillos). Los tamales son nobles, no exigen más que salsa y café. El lomo es más demandante; habrá que improvisar el acompañamiento con lo que hay. Dudo entre pasta sencillita o un “arroz huérfano”. Menús, decisiones y dudas que siento bastante frívolas, cuando pienso que el anciano argentino de la olla aporreada no tendrá muchas opciones para poner en la mesa navideña, acaso lentejas en lugar del vitello tonnato.
Estamos muy lejos de Argentina en muchos sentidos, excepto en la solidaridad.
Salvo por el probable impago de deuda, una posible ola de migración gaucha y las provocaciones de Milei, la crisis argentina no afectará a México más de lo que pueda afectar a la economía mundial. Podemos seguir siendo cómodamente empáticos desde lejos. Pero creo que sí hay un riesgo para México, uno muy grave. Estar en un proceso electoral nos hace vulnerables, tan vulnerables como lo estuvieron los argentinos en sus recientes comicios. Milei no es un loco suelto sino una cuña de esa logia internacional siniestra que llamamos ultraderecha. No es lo mismo derecha que ultraderecha. La “derecha” tiene principios, y en base a ellos se plantea objetivos. En la ultraderecha es al revés: no tiene principios, se los inventa para conseguir sus objetivos, y sus objetivos no se limitan a un solo país. El ingenio despeinado de Milei para desplegar su campaña no funcionaría en México, pero como en Argentina y en otros países de América y Europa, la ultraderecha pica piedra, y ha tenido algunos éxitos. En México no hay un gobierno débil ni una crisis económica, pero hay puntos sensibles. No es difícil adivinar desde dónde se generó el odio como instrumento político, después de todo la ultraderecha no es una ideología sino una tara mental, y no representa una propuesta de gobierno sino un sistema brutal de control.
Las elecciones representan una coyuntura. Tampoco es un tema de partidos, frentes, o coaliciones, sino de sedición. Así sea un partido que nos convenza, nadie nos garantiza que alguno de sus candidatos sea, como Milei, un impostor. Habrá que ser más astutos que el zorro para evitar las trampas que nos estarán tendiendo todos los días. Dilapidar nuestro voto en las elecciones del 2024 podría llevarnos no a “venezolanizar” al país, sino a “argentinizarlo” irremediablemente. Y una “motosierra” en México no sería tan obvia, pero sí igual de nociva que la que despedaza a la sociedad argentina. Esa es la única promesa de la ultraderecha, mal embozada en México, pero muy presente y muy activa. No estamos a salvo de “mileis”. Los tenemos, no tan salvajes como el original, seguramente hasta encantadores. Y en las condiciones en las que estamos, ceder ante la ultraderecha no sería meternos un “autogol” sino hacernos un “seppuku” nada honorable pero igual de mortal. Los indicadores son claros en el odio y la mentira aplastando al diálogo, y en la desmesurada actividad del crimen para generar miedo en el elector. Votar engañados, con odio y con miedo, es la peor decisión que podríamos tomar. Argentina es una advertencia, dolorosa en muchos sentidos, pero perfectamente clara.