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Por Francisco Villarreal

Hace años, no recuerdo dónde, pero sí recuerdo que vi una reproducción en foto de una obra del siglo XIX, del pintor francés Jean-Paul Laurens. La obra es “»El papa Formoso y Esteban VI”. Interesante, por la técnica del académico y por lo que representa. Una pintura realista hasta el hartazgo, y un indicador de tiempos oscuros en la humanidad que pensé que ya habíamos superado. Se trata del famoso “Sínodo del Cadáver”, donde el papa Esteban VI manda exhumar el cadáver del papa Formoso. La leyenda cuenta que lo ataviaron con los ornamentos papales, lo sometieron a juicio, lo condenaron y execraron. Esteban tuvo menos “suerte”, porque sin juicio fue condenado y estrangulado por el pueblo romano. Pero el pobre Formoso, que fue rehabilitado por el papa Romano, fue de nuevo exhumado, juzgado y condenado por el papa Sergio III, compadre del difunto Esteban. Sergio fue papa durante siete años, una hazaña en esa época, y pasó a la historia por inaugurar un período negro del papado: la “Pornocracia” (Siglo X). Formoso ya descansa en paz en El Vaticano y puede ser cuestionado por sus motivos políticos, pero no por los pastorales; en cambio los papas Esteban VI y Sergio III fueron nefastos por donde se les mire. Si bien no hay muchas fuentes contemporáneas que confirmen la leyenda, es muy posible considerando la clase de fichitas que fueron los enemigos de Formoso.

Siglos después, parece que el odium theologicum resurge con virulencia mal disfrazado de ideología y hasta de piedad. El miércoles 27 de diciembre, mientras almorzaba un tamalito recalentado, leí que la camaleónica senadora Lilly Téllez expresó un singular pésame por la muerte de su homólogo morenista Armando Guadiana. Con falsa piedad y obvia intención política, pide a Dios que perdone al difunto por haber apoyado a Morena. ¡Conmovedor! Lilly no ha aprendido lo importante que es hacer silencio en el momento oportuno cuando no se tiene nada adecuado qué decir. Yo no apostaría mi estancia en el Purgatorio por la vida y obra de Téllez, Guadiana, y de ningún político. Hasta el político más honesto tiene que tomar decisiones pragmáticas. Esas decisiones nunca son en beneficio de todos, siempre hay daños colaterales. La balanza divina entre obras buenas y malas no es como pesar frijoles, ni en el Juicio Final y mucho menos en política. Enlazar lo político y lo divino en una esquela de por sí despide un cierto olor a pecado mortal. En este caso hiede a persecución incluso más allá de la muerte. Es similar a esa locura que posee a los conversos contra la fe que abrazaron antes. Hay un refrán muy mexicano que ilustra esto, pero lo omito porque es procaz y podría considerarse misógino. En mi rancho, cuando se hablaba de los difuntos, se agregaba la muletilla “hablo sobre su vida, no sobre su muerte”. La razón es simple: la muerte no es competencia de los vivos, ni para bien ni para mal. 

Más que la hipocresía de Téllez, que es proverbial en la política, me llama la atención que involucre a Dios en el obituario. No remite al difunto al juicio divino, ya lo despacha con una culpa juzgada y dictaminada por la propia Téllez. Fue muy considerada al evitarle a Dios la molestia de juzgar al difunto; y es muy generosa al concederle a Dios el privilegio de otorgar el perdón y omitir el castigo. En tres líneas la senadora juzga y condena al difunto, lo que ya es una amenaza de un castigo “post mortem” a los vivos que cometan el mismo pecado de apoyar a Morena. Un agresivo y medieval “¡Deus vult!” (¡Dios lo quiere!) se transparenta en el versículo de X (antes Twitter) que publicó la señora: una dama lanzándose a la cruzada para recuperar los “santos lugares” del neoliberalismo mexicano para la ultraderecha internacional. Tal vez esta referencia a Dios aprovecha que, como en estos días Jesús está recién nacido, debe estar distraído con sus eructos y coliquitos de bebé. Tal vez Lilly ensaya emitir juicios para que algún día se le catafixie la curul por un ministerio en los púlpitos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, hasta ahora innegable sucedánea del tribunal divino y de la infalibilidad pontificia.

Pero no es Dios sino un “dios” el que invocan esos políticos de ultraderecha abierta o encubierta. Siempre hay un “dios” que los respalda y al que hacen pasar por Dios. No hay manera de que los justifique la realidad social, ni las leyes, ni la moral, ni siquiera los mandamientos cristianos. De los diez pecados mortales perfectamente codificados en el cristianismo, cometen por lo menos la mitad. Acostumbrados a leyes guangas y jueces corruptos, interponen amparos ante la Suprema Corte de Justicia Divina para incumplir los mandamientos…, como Milei, por razones de “urgencia y necesidad”. Son la versión beata, rezandera y chupacirios, del aspiracionismo clasemediero.

Más espeluznante que el mismísimo cuadro de Jean-Paul Laurens es que esa solvencia moral impostada, ese odio teológico, también se ha llevado a los terrenos de la política, donde el pragmatismo necesario y a veces de veras urgente, se emulsiona con conceptos morales. Estamos cayendo en la trampa de considerar las tendencias políticas bajo el parámetro del bien y del mal, muy cerca de lo divino y lo diabólico. Visto desde cada extremo, el oponente no es el malo, es el mal mismo: sus obras son malignas, sus acciones injustas. El último reducto del equilibrio para nuestra sociedad debería ser el Poder Judicial, y también se ha convertido en un cuadrilátero para lucha de facciones, y todo indica que puede ser además una amenaza para la estabilidad social. Así, inculcando el desprecio por la “maldad” del oponente, se ofrece a la opinión pública el facilón recurso de la fe antes que el análisis, la condena antes que la crítica. Al final no sabremos si en el 2024 realizaremos unas elecciones o un sínodo electoral. Siempre estaremos en riesgo de que, así como Téllez y una multitud de fanáticos, desde el poder se juzgue y condene a vivos y a muertos con el mismo mítico entusiasmo de los papas Esteban y Sergio contra Formoso. La devoción por la “justicia” de Lilly Téllez en su publicación no es anecdótica, es ilustrativa de la soberbia, los alcances y recursos de una ultraderecha demencial e inhumana de la que “Motosierra” Milei es apenas un garabato. Yo creo que la ultraderecha internacional no consolidará pronto su presencia en México, menos aún si se insiste en conservar al torpe don X como oficiante y testaferro. Pero cuando llegue a imponerse, si lo logra, será necesariamente peor que Esteban VI, Sergio III y “Motosierra” Milei juntos. Como agotaron las vías del diálogo y corrompieron las de la Justicia, no les quedará más recurso que la violencia y la represión, con la bendición de su “dios”, por supuesto.

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// Francisco Villarreal

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Autor: lostubos
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