Por José Jaime Ruiz
La edición del 3 de enero de 2024 el periódico El Norte, en su sección “Vida”, dedica su portada a las celebraciones de personalidades en este año: “El 2024 será un año para conmemorar importantes aniversarios para Monterrey, México y el mundo, como los 10 años de la muerte del escritor colombiano Gabriel García Márquez y el cumpleaños 90 del poeta regio Gabriel Zaid, el 135 aniversario del natalicio del Regiomontano Universal y los cinco años desde el primer reporte de Covid-19. También se vivirán sucesos que quedarán consignados en la historia, como la llegada de un eclipse total de Sol que se podrá presenciar en México, y los Juegos Olímpicos de este año, que se realizarán en París”.
En la parte superior derecha, casi como oreja de diseño, la sección coloca la fotografía de José Alvarado y, al calce, lo siguiente: “Se cumplen 50 años de la partida de José Alvarado, periodista y ensayista de Nuevo León, fallecido el 23 de septiembre de 1974. Autor de las novelas cortas Memorias de un Espejo y El Personaje, colaboró en diversos periódicos y revistas, y luchó por la autonomía de la hoy Universidad Autónoma de Nuevo León, de la cual fue Rector de 1961 a 1963”.
Sí, recordar, festejar, vivir… pero antes que nada recordar. Gabriel Zaid, quien en este 2024 celebra sus 90 años, escribió: “Uno de esos lujos que hay que aprender a agradecer a la vida cotidiana… es darse el lujo de leer la buena prosa diaria de José Alvarado”.
Una de las vilezas que hay que desagradecer a Alejandro Junco y su parentela, es la de El Norte contra Pepe Alvarado, la derecha regia en contra de la Rectoría de Pepe. ¿Recordar, festejar? ¿Qué festeja Junco? ¿La caída de Alvarado? ¿La campaña negra contra Pepe?
El historiador Héctor Jaime Treviño rememora: “José Alvarado fue un periodista de combate, aun cuando ocupó la rectoría de la Universidad de Nuevo León, no abandonó el oficio periodístico, ni su claro estilo, en su breve actuación como funcionario, con arrebatos y excesos en la palabra, como en aquella famosa e histórica conferencia sobre el Gral. Ignacio Zaragoza, dictada en la Unidad Cultural La Ciudadela, a invitación del alcalde de Monterrey, el 4 de junio de 1962, donde de lo menos que habló fue del pundonoroso héroe y enderezó fuertes críticas al periódico El Norte, a su director y subdirector -los dos Abelardo Leal- a la CRAC (Cruzada Regional Anti-Comunista), a la Cervecería, Opus Dei y demás organizaciones de clara filiación de derecha”.
Por las presiones de El Norte, el conservadurismo regio y sus empresarios, Pepe Alvarado tuvo que renunciar a la rectoría, pero también fue a orinar las puertas de El Norte, en otro de sus lúcidos arrebatos. En fin, dejemos de lado este gajo de la historia periodística de la infamia de El Norte y volvamos los ojos a la pluma de Pepe. He aquí la celebrada prosa de Alvarado, una prosa que sobrevive a la leprosa afrenta del periódico El Norte y su amarillismo.
“El reportero está frente a la sustancia de una novela prodigiosa. La vida cobra todas las formas posibles, movida por apetitos, voluntades, amores y sueños. Los hombres pueblan un escenario inmenso, donde la pasión y el júbilo, el hambre, la satisfacción, el odio y la concordia tejen un drama abigarrado y multicolor. Músicas y sospechas, silencios y creencias, hipótesis e ideas, llantos y rumores, oraciones y blasfemias, todo sucede bajo la calma de una existencia con apariencia armoniosa o entre la tormenta.
“¿Cuántas vidas pasan ante lo ojos? La del rencoroso y la del sabio, el gesto del conspirador, la voz del poeta, el rictus del desesperado, la mano del artista, la pupila turbia del homicida, la figura del vanidoso, el perfil del sediento, el ceño del poderoso, la sonrisa del triunfador, la amargura del vencido… Efímeras fragancias de vírgenes de moda, glorias en ruina, bellezas perdurables, lujos agonizantes y colores difuntos.
“Muere el mundo al apagarse la última lámpara de la noche y nace de nuevo, a la mañana siguiente, con el olor a tinta nueva en la joven noticia. Y todo ello, cada tarde, debe llevarse a la cuartilla desnuda con palabras nítidas. En cada párrafo hay un destello del vivir cotidiano y un reflejo del universo fugitivo.
“Ardua, pero bella, fascinante, la tarea del reportero. Quien lo haya sido una vez, no dejará de serlo nunca. Se trabaja, a veces, al filo de la madrugada, en los rincones más sombríos de la noche, en medio de la luz de mediodía o en la hora violácea del crepúsculo. El mundo ofrece así todos sus aspectos, el hombre todos los escondrijos del alma. El reportero transforma en tinta todos los jugos de la vida, da aliento a los números e infunde espíritu a las palabras.
“Todos los días deja sobre el papel fragmentos de historia y, en muchas ocasiones, una palabra escrita hace percibir todos los ruidos del orbe. La geografía acaricia las páginas del destacado en misión lejana, la política deja oír su conjuro cuando un corresponsal transmite una noticia y la poesía, en ocasiones, estremece una frase.
“Con el negro de su tinta, el reportero debe pintar todos los colores sobre el planeta y más todavía: los colores no pintados jamás, ni nunca vistos. El color de una catástrofe o el de una apoteosis, el de un Domingo de Ramos o el de un Viernes de Soledad. Y del rumor de la redacción ha de traducir, en la cuartilla, himnos o elegías, andantes o scherzos.
“Se sabe de reporteros románticos y reporteros analíticos, mas no se reconocen los reporteros tristes, ni hay reporteros fundamentalmente escépticos. Todo reportero de verdad aspira alegría en los olores de las cosas y cree en la armonía de los seres. Todos los objetos poseen brillo ante sus ojos y en cada hecho se adivina un mensaje y un sentido. Todo se torna inteligible y conduce a la emoción. No existen los reporteros ciegos, ni los reporteros sordos.
“Cuando un reportero envejece, la nobleza desciende sobre su frente y asoma a sus ojos, reunida a una suave ironía. Ya conoce la edad de todas las glorias y el tránsito de todas las soberbias. Ha visto actos marchitos y hechos desvanecidos en el tiempo. Es testigo de historias muertas y fábulas deshechas. Un reportero viejo ha apurado sutilmente la sabiduría.
(…)
“Pero los viejos reporteros no han dejado a su alma envejecer del todo. Conservan en el fondo de ella una sonrisa y todavía contemplan a la escena humana con miradas perspicaces. Todavía son ágiles sus dedos en la máquina de escribir y hay frescura y fulgor en su mente.
“Cuando uno de esos viejos reporteros dirige un diario, sus columnas palpitan como las hojas de un árbol y circula por ellos una savia noticiera y lúcida.
“Cuando un reportero lo ha sido una vez, no deja de serlo nunca. Así son todos.”
José Alvarado. Excélsior, “Intenciones y crónicas”, 31 de enero de 1968.