Por José Francisco Villarreal
La tía Emma, hermana de mi abuela, debió estar muy enterada de los vericuetos del pasado y el futuro. Siempre tuvo una relación muy estrecha con las tribus de gitanos que frecuentaban estas tierras. Aunque los gitanos ofrecían funciones de cine al aire libre, reparaban cosas, y comerciaban, también ofrecían esa oportunidad de ver al futuro en la palma de la mano o en una tirada de naipes. Nunca pregunté a la tía Emma por esas técnicas de adivinación; en ese entonces era un niño, y los niños no necesitan conocer el futuro, lo viven. La incertidumbre llega con el tiempo y la madurez.
No me asombra que un adulto quiera conocer el futuro, me intriga el oráculo. Se necesitaría una enorme base de datos y una computadora extraordinaria como para hacer predicciones que siempre serán meras probabilidades. No creo que el azar sea tan inescrutable, pero sí que es una progresión matemática desconocida, una voluta de humo codificada por el tiempo. Por eso es que me divierten tanto las precogniciones sobre los resultados de las elecciones del 2024. Cierto que las encuestas definen tendencias, pero el uso de esas tendencias para descontar adversarios no para replantear contacto con electores, no es científico ni mágico, es un vulgar intento de manipulación. Hay que convencer al elector, no hacerlo cómplice.
No se puede esperar el voto apoltronados en una tabla estadística. Al contrario, cada nuevo resultado, así sea a favor, obliga a duplicar el esfuerzo para mantener e incrementar la tendencia. El cómo hacer esto es lo que dignifica el esfuerzo, independientemente de cuáles sean los resultados. Como la primera “bomba” de la “oposición” en este 2024 fue un aumento falso en el precio de la gasolina, da hasta güeva comentarlo, no hay dignidad en eso. No se necesita ser adivino para vislumbrar el futuro en la pugna electoral. Tampoco era necesario que don Andrés nos advirtiera sobre el retorno de un siniestro publicista para reforzar al que ya tienen en la oposición a la 4T.
Con buenos o malos publicistas, el estercolero siempre olerá a heces. Sin duda, ese es el ambiente viciado que nos espera: hedor.
Tampoco entusiasma que desde el oficialismo se ondee constantemente la bandera de las encuestas. El triunfalismo debilita, y eventualmente podría hasta hartar al respetable público. Los resultados los conoceremos a su debido tiempo. El azar no tiene prisa.
Es muy interesante el fin de sexenio, o el “fin de AMLO” diría la desafortunada campaña que fue tan mal planteada que apenas si funcionó como un mediocre “meme” y perdió vigencia en el primer minuto del día 1 de enero del 2024. Tal vez la llegada de un nuevo alquimista de las cloacas le proporcione al frente cardiaco hedores un poco más mefíticos y duraderos. Durante lo que va del sexenio de don Andrés, sus opositores han exhibido una pésima estrategia; se han desenmascarado intereses, expuesto enclaves, divulgado complicidades, desmoronado potencias políticas. Pero en un ámbito que me interesa particularmente, el daño ha sido todavía mayor. Me refiero al periodismo.
Le comentaba a un amigo que estos son buenos tiempos para la Comunicación, pero muy malos para el Periodismo. Gozamos de una insólita libertad de expresión; como no la conocíamos antes, a veces hasta parece excesiva. Pero estamos muy atareados siguiendo los dimes y diretes entre la 4T y sus opositores políticos. Los medios de comunicación, instrumentos inevitables, mantienen esa distracción vigente. Me refiero a todos los medios de comunicación, los convencionales y los alternativos, los opositores y los oficialistas. En los casi seis años del gobierno de don Andrés se ha desplomado la credibilidad y el respeto hacia los otrora iconos del periodismo nacional, coludidos evidentemente con una facción grotesca de la derecha. En la otra esquina, los medios alternativos oficialistas tampoco ocultan su filiación y sus prejuicios, pero se han vuelto importantes. Una gran parte de estos medios “chiquitos” son meramente lambiscones, panegiristas. Pero unos cuantos, insisto, abiertamente oficialistas, ofrecen a su audiencia más información que los medios convencionales. Básicamente porque regresan sobre el dato y argumentan con información cotejable. Su lema podría ser: “Si quieres no me creas, pero escúchame”. Generalmente son “vlogs” largos, que desafían la paciencia, como las mañaneras de don Andrés, pero cualquiera se aguanta más allá del minuto 3 cuando se analizan los hechos con un lenguaje coloquial sazonado con datos y sus referencias. Esto precisamente, los datos, son los que hacen la diferencia, porque hay datos que los medios convencionales o no los divulgan o los “pierden” entre el rollo. Un comunicador podría emitir el dato de que “alguien” dijo que amanecimos en enero con un gasolinazo de 30 pesos, y luego se iría a su casa tan campante. Un periodista cotejaría la nota con al menos un par de fuentes más y emitiría ambas versiones. Millones de mexicanos descubrieron que, en efecto, aumentó la gasolina de acuerdo a la tasa impositiva prevista, pero no a los niveles de una incierta gasolinera jarocha. El “gasolinazo” fue prefigurado por los oráculos opositores cada año desde hace seis años. Los medios no inventaron la nota falsa, la difundieron o maliciosamente o con un criterio chambón. Sólo Dios es capaz de crear algo con sólo nombrarlo, lo demás es como la magia de circo: asombrosa pero pura ilusión.
Con todo esto quiero decir que el periodismo tiene ya muy pocos reductos en los medios de comunicación convencionales. Hay noticieros en TV en dónde puedo enterarme dónde comprar pollo rostizado, chambritas para el frío, operarme la hemorroide, llevar a los niños a pasear… pero de ahí en fuera, la información socialmente útil es poca e incompleta. No siempre estuve de acuerdo con la opinión del Arqui Benavides, pero sí que se le extraña. La Comunicación se ha llevado a extremos sublimes, ha llegado a más lugares y personas; el Periodismo no. A veces me pregunto si en las escuelas de Comunicación han incluido la asignatura de Narcicismo, porque las nuevas generaciones parecen más interesadas en ser conocidos y admirados que en ser creíbles y respetables.
Si hace seis años hubiera desplegado las cartas de mi Tarot (de Marseille), habría disfrutado los hermosos diseños, pero seguro que no habría adivinado ni algo tan obvio como la recurrencia anual del recalentado de tamales navideños. Pero con leer un par de notas, ver un vlog y un noticiero de TV, hubiera bastado para superar a la Sibila de Cumas. El desastre se veía venir. Los medios de comunicación convencionales ya no eran espacios apropiados para el periodismo, se replegaron a comunicar y con escaso o nulo criterio deontológico. Ahora estamos en el brete de tener un periodismo informativo y crítico expatriado de su espacio natural, y cada vez más refugiado en portales noticiosos de internet, blogs y vlogs. ¿Qué sigue? No lo sé, y mi Tarot no me habla. Pero supongo que si la ultraderecha no se impone en México (la ultraderecha amordaza), los medios de comunicación alternativos, por ahora un poco “despeinados”, se perfeccionarán como opciones informativas confiables, enfatizando el dato y su análisis, es decir, una función periodística. Los medios convencionales seguirán comunicando, privilegiando datos como un terremoto en Japón, e ignorando, por ejemplo, la información veraz y contrastada sobre el pleito entre el gobernador García y el prianismo local. Y no basta con las declaraciones de las partes, porque ante la ausencia de un periodista inquisitivo sólo dirán lo que necesitan divulgar para conseguir sus objetivos. No sé cómo resolverá el gobierno japonés el desastre que dejó el sismo; me da pena pero más allá de eso no me afecta. Sospecho, pero tampoco sé por qué los poderes estatales se enfrentan, ni cómo se va a resolver esta riña; me inquieta, me afecta, nos afecta a todos los nuevoleoneses, y mi Tarot sigue sin dirigirme la palabra.
PD: Valiente y devota Lilly Téllez al invocar nuevamente a Dios para condenar a otros, y al afirmar que Morena es el brazo político del crimen organizado. Aunque no es su estilo, sí me gustaría que además de acusar presentara las pruebas de lo que afirma, porque si es a “a ojos vistas” como ella dice, todo apuntaría a otros personajes de la política; Felipe Calderón, por ejemplo. Lo dicho: empieza el hedor.