Por Francisco Tijerina Elguezabal
Hay una ley de vida, cruel y exacta, que afirma que uno debe crecer o, en caso contrario, pagar más por seguir siendo el mismo. // Norman Mailer
Las épocas y el desarrollo de las cosas han marcado la evolución de los satisfactores que el hombre requiere para vivir. Así, para los primeros habitantes del planeta un lugar con agua, una cueva y el poder hacer fuego eran suficiente para subsistir con algo de caza y después vino la siembra.
En nuestros días resulta imposible concebir nuestras vidas sin la misma agua, pero ahora con un techo en el que tengas electricidad e internet; puedes estar sin gas, sin TV, sin servicio telefónico doméstico, pero nunca sin los primeros.
Con la modernidad ahora la compañía eléctrica te envía tu recibo vía correo electrónico y es posible pagar en línea, pero el problema es que la CFE no combate los correos fraudulentos que en su nombre llegan con virus o con “ganchos” para extorsionarte después.
Uno agradece el recibo en el buzón del e-mail y hasta el recordatorio días antes de que está próximo a vencer, pero pasas a encanijarte cuando a pesar de que no se ha vencido, te llegan montones de mensajes exigiendo el pago no realizado y además, cuando ya habiéndolo liquidado, te siguen hostigando a diario pidiéndote que pagues.
Lo peor es cuando tienes que adivinar o más bien aprender, a diferenciar estos correos con los “otros”, los del engaño que contienen virus y que también a diario llegan. La verdad es que están bien hechos y dan toda la impresión de ser por parte de la compañía estatal, pero si te fijas bien hay pequeños detalles que te pueden ayudar a no caer en el truco.
La CFE debería primero dejar de molestar a sus clientes haciendo una higiene de sus procesos de envíos masivos de correo, enviando las facturas y algún recordatorio y un mensaje más cuando este haya vencido, pero no tres a diario por dos semanas.
Pero también los hijos de Manuel Bartlett deberían ponerse las pilas, indagar de dónde salen esos correos ficticios y atacarlos en serio pues el nombre de la empresa está en juego y si no lo cuidan dejan de ser, como ha ocurrido, “de clase mundial”.