Si no fuese por el aire austral que tiene La sociedad de la nieve (disponible en Netflix) ésta no pasaría de ser una típica película de desastres o, a lo mucho, una premiada obra hollywoodense. Una de esas que recorren un par de semanas nuestra vendida cartelera. Algo así como la ridícula Cast Away (Náufrago) que dirigió en el año 2000 Robert Zemeckis y que es ridícula, entre otras cosas, porque la escena en que Tom Hanks se despide de su amigo Wilson (una pelota) es algo de lo más cutre que se ha filmado jamás; publica MILENIO.
El aire austral de La sociedad de la nieve está dado por el hecho de que, más que un himno al melodrama, la película tiene sabor a tango. Y eso que el director, J. A. Bayona, nació en Cataluña y que los desgraciados pasajeros del vuelo 571 que se estrelló en los Andes eran uruguayos (como Gardel).
Pero es justamente este aire lo que permite a La sociedad de la nieve pasar del terror a la belleza, del miedo a la muerte al amor a la vida. La película se permite, incluso, un par de momentos cómicos. Con todo y que uno sabe que la historia real del vuelo 571 contiene horrores que en el mundo se vendieron con morbo de nota roja. Y, sin embargo, el director y guionista J. A. Bayona trata estos hechos con una sutileza que da verosimilitud a uno de los tabúes más clavados en nuestro inconsciente “civilizado”.
La película consigue, en verdad, hacer que, sin asco, seamos capaces de preguntarnos, mortales, hasta dónde somos capaces de llegar por el deseo de vivir solo un poquito más. No se puede vivir aquí, dice uno de los protagonistas (y la montaña y el cielo estrellado lucen espectaculares) aquí los extraños somos nosotros.
Con diálogos internos muy bien colocados, esta película, que ganó el Festival Internacional de Cine de San Sebastián y que se proyectó en la ceremonia de Clausura del prestigioso Festival Internacional de Cine de Venecia, va revelando el interior de los miembros de este equipo de rugby que es, junto con la naturaleza andina, el verdadero héroe de este choque entre una tierra salvaje y el tesón del más grande depredador: el hombre. La actuación es notable, no hay sobrados ataques de histeria ni la grandilocuencia fácil de quien se enfrenta al destino como en otras películas de desastres. Hay, en cambio, noches de una belleza que querría hacer vivir cuando uno se está muriendo y días en que la nieve quema por el resplandor del sol.
Y, en efecto, la naturaleza es la otra gran protagonista, pues su imagen seductora parece hecha para ser contemplada por nadie. Este solo hecho nos invita a pensar nuestro lugar en el cosmos. El choque entre la belleza que está ahí, sin porqué, y el intelecto humano es lo más interesante que ofrece La sociedad de la nieve. Y está en el título: para hacer frente a este lugar, asesino y hermoso, es necesario trabajar en equipo, formar cadenas de mando, planear y, en suma, formar una sociedad.
Nuestro cine, este cine hispanoamericano que, decía García Márquez, tiene que aprender cada día más del neorrealismo, demuestra con La sociedad de la nieve que tiene también el talento para ponerse a la altura de una producción hollywoodense con mensajes menos cursis. Películas como esta en que uno puede sentir cómo, durante el accidente, los cuerpos se resquebrajan antes de ser arrojados al desierto helado en el que habitan la belleza y la muerte, uno de esos diversos lugares del mundo en que la divinidad —si es que existe— se pasea y juega con su mascota: Leviatán.
La sociedad de la nieve
J.A. Bayona | España, Chile, Uruguay | 2023
Foto: Cortesía | Netflix | MILENIO