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Por José Francisco Villarreal

En el Pleistoceno, cuando todavía podían encontrarse unos cuantos mamuts lanudos pastando en la Huasteca, fue cuando la ley me otorgó todos los derechos y deberes de un ciudadano mexicano, entre otros, votar y ser votado. Fue una fecha feliz que yo y mis amigos coetáneos, festejamos yendo al cine a una función de adultos, ya sin necesidad de fingir mayoría de edad. La verdad aquel “cine para adultos” era más complicado que perverso. Las escenas de desnudos no nos deslumbraban; a pesar de ser rescoldo de un tabú religioso muy medio-oriental, la desnudez podía escandalizar pero no sorprender. Nos hacía más gracia ver las caras de otros ante las escenas “candentes”. Con frecuencia salíamos de aquellas funciones más divertidos que erotizados. El hecho de estar en edad de merecer un lugar en la fila de las urnas electorales tampoco nos entusiasmaba. Entre mis amigos de esa época era común la seguridad de que, así votásemos por Cantinflas (algo bastante común), siempre iba a ganar el PRI, incluso cuando eventualmente ganara el PAN. Eran las dos sopas insípidas de rigor en nuestro ingreso en la ciudadanía. Una forma brutal de perder la virginidad política. La otra virginidad se perdía en abonos e iniciaba mucho antes; culminaba en el traumático rito de paso oficiado en un prostíbulo. ¡Bendito Dios no fue mi caso! En estas cosas siempre fui un cazador solitario, y en las cosas de la política también. Preferí ser ingenuo por mi cuenta a sumarme a una masa ingenua donde la estupidez se distribuye en igual medida a todos y a cada uno de los agremiados.

Durante muchos años conservé una desconfianza desinformada por la política, si acaso reaccionaba a los temas que conmovían a la gente a través de los medios. Algo que tampoco garantizaba estar enterado de la verdadera situación del país, o del estado. La vida era bella en los titulares y los “enemigos de la Patria” eran señalados con precisión. Si me topaba con alguna injusticia, no me quedaba otra opción que voltear hacia otro lado. Si un solo partido controlaba la política nacional, incluso la de sus opositores, se confirmaba la inutilidad de mi voto. Los grandes escándalos de corrupción o enfrentamiento entre políticos, normalmente a final de cada sexenio, se explicaban en los medios como errores de personas no del sistema. Así que seguí pensando en las elecciones como un ritual deslumbrante pero vacío, la devoción hacia un santo de escayola. 

La aparición del IFE y tribunales del Santo Oficio electoral tampoco me dio esperanza. La duda sobre el voto era sentida por los electores pero no generada por ellos. El IFE y los tribunales electorales sólo tenían sentido como defensores del voto, pero no contra los electores sino contra gobiernos y partidos políticos. Las trampas no las crea el elector, las ingenian desde el poder. Para dar certeza de los resultados de una elección sólo se necesita un buen ábaco y honestidad en los candidatos. Los fraudes electorales no los han hecho los ciudadanos; ni siquiera tenemos la capacidad para hacerlos. La función del IFE fue puesta en evidencia en muchas elecciones, pero ninguna como las de la llamada “alternancia”. Fox no significó un avance democrático sino el síntoma de un régimen entregándose a las fuerzas económicas. El PAN en el Poder Ejecutivo Federal no fue un progreso sino la continuidad de un régimen transexenal que disminuía al Estado y aplastaba al ciudadano. El “brillante” regreso al priismo descafeinado de Peña fue la necesaria secuela. Un Estado autoritario, represivo, pero subordinado a las fuerzas económicas mundiales… las fuerzas económicas nacionales no son más que pujidos de una elite estreñida.

Cuando don Andrés ganó las elecciones presidenciales me quedé pasmado.

Para entonces el INE y los tribunales electorales ya habían demostrado que sólo estaban ahí para zanjar diferencias en el reparto de cargos entre partidos y entre poderes fácticos. Mi voto, y el de cada ciudadano, era un solitario número, que juntos daban volumen pero no densidad a una elección. Esa democracia era una señora gorda y voraz. Pero sin que don Andrés lo indujera, ni fuerzas o potencias externas lo promovieran, un buen día amanecimos con la victoria apabullante e irrefutable de un movimiento que los medios nos “vendieron” como la necedad de un hombre. Contra todo pronóstico, don Andrés derrotó a los demás candidatos. Ni el INE ni los tribunales pudieron hacer prestidigitación contra el voto masivo. Tampoco era conveniente hurgar demasiado en trampas electorales como la inducción y coacción del voto, porque no era Morena y sus aliados los que tenían los recursos y la infraestructura para hacerlas. La elección de Vicente Fox no fue democrática, ni siquiera fue el famoso “voto de castigo”, sino la continuidad de una estrategia económica determinada desde el presidencialismo.

La elección de don Andrés, tras una campaña con mucha mala prensa, sí fue un voto de castigo, y una revancha de ciudadanos que vivían asfixiados un régimen que amenazaba con perpetuarse más que Don Porfirio, y cada vez más feroz.

Así recoge mi memoria varias décadas de gobiernos federales. Por más que lo intento, no puedo cuadrar todo esto con ese pasado glorioso que presumen PAN, PRI y PRD. Sí, el PRI sabe gobernar; los carceleros también. Sí, el PAN luchó contra cárteles de narcotraficantes, pero se alió con otros. Sí, hubo muchas obras públicas, pero hubo un sustancial decremento en los derechos de los ciudadanos, un retroceso en la calidad de vida en donde se nos embaucó con el placebo de un progreso “chatarra” y la globalización. Los años maravillosos del neoliberalismo en México (que aún no se ha ido, ni se va a ir pronto), contrastan con mi memoria. Me reí bastante cuando se “destapó” a Xóchitl Gálvez como precandidata. Me dio menos risa y un poco de indignación cuando se le eligió “democráticamente” como cabeza de la coalición opositora. Me indignó y no me hizo ninguna gracia cuando su equipo de precampaña se rascaba las verijas mientras que la verdadera campaña de la señora la hacían los medios de comunicación corporativos… y lo siguen haciendo. Me encabronó cuando cotejé datos y comprobé que su campaña estaba infestada e infectada con información falsa o sesgada. Me alarmé cuando la información y las opiniones contra el morenismo eran tan excesivas y frívolas que nos encandilan, nos impiden cumplir con el derecho y el deber ciudadanos de ser críticos del régimen. Me ofende que la oposición, desde sus voceros y desde los medios, no me den argumentos contra la 4T sino consignas. Y casi me infarto cuando empezaron a difundir las listas de plurinominales. ¿Elección de Estado? No se empieza una campaña electoral acusando de fraude al adversario, a menos que se esté consciente de una derrota. No puedo entender cómo es que el frente cardiópata sigue insistiendo en vendernos como una “edad de oro” varias décadas de devastación, pobreza y muerte. En serio, estoy muy confundido. Con más de seis décadas a cuestas, ya no estoy seguro si mis recuerdos sobre el país del que no he salido ni una sola vez, son recuerdos reales o es un “Efecto Mandela”. Si es esto, que triste estar tan cerca del fin de la vida y no haberme dado cuenta de nada. ¿O son ellos los que recuerdan mal?

PD: Tengo un par de dudas. La famosa filtración de datos de los periodistas acreditados a “Las Mañaneras”. ¿Es de todos ellos o hay excepciones?, y ¿cómo se beneficia el régimen con la difusión de esos datos? Es más peligroso para periodistas que favorecen al régimen que para los alineados con la oposición. Que don Andrés o su vocero divulguen subrepticiamente esa información sería tan estúpido como Marko Cortés con la publicación y defensa del “Pacto de Coahuila”.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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