Por Carlos Chavarría
Hace uno cuantos días el presidente López Obrador argumentó que no iría a Acapulco para revisar avances del rescate de ese lugar “pues no deseaba que se le faltara el respeto a la ‘institución’ que él representa”.
Su argumentación fue por lo notorio solo una excusa para no enfrentar la realidad de que su equipo de trabajo lo engaña, pues en Acapulco no se ha sentido con todo su peso la solidaridad del gobierno federal frente al desastre ocurrido en el estado de Guerrero. Además de que su preocupación por la investidura presidencial la arriesga todos los días pues él se siente el candidato para 2024 y no su elegida.
Algo tiene de razón en que una derrota de la Dra. Claudia Sheinbaum significaría al mismo tiempo una pérdida para su pretendida glorificación como nuevo prócer de la patria, a la altura de los tres que usa como su ejemplo: Hidalgo, Juárez y Madero. Él pasaría a ser el cuarto transformador de México.
A pesar de su terco discurso cotidiano, como bien lo analiza el considerado líder moral de la izquierda mexicana, Cuauhtémoc Cárdenas: “yo no veo la transformación que se proclama”; la realidad evidencia que no solo no se aprecia el fondo de la mentada transformación sino que se muestra un retroceso en diversos aspectos del sistema nación.
Recién se anunció el resultado electoral en Argentina y ya estaba criticando al presidente electo Javier Milei. Toda comparación contrastante hacia su gestión la percibe como riesgosa y tendrá que descalificarla. Pero al mismo tiempo exalta a notorios dictadores como el de Cuba y Venezuela.
López Obrador no ha revelado para qué quiere reformar la Constitución más allá de sus ataques a la SCJN, el INE, así como a todos los órganos autónomos que no le han seguido la corriente, no se sabe que busca y eso crea desconfianza y abre el espacio para todo tipo de especulaciones que comprometen no solo a su candidata que por fuerza se somete a su discurso por más absurdo que padece y por supuesto a la investidura presidencial que tanto dice defender.
Los seres humanos no somos buenos constructores de sistemas económico-sociales y poco tomamos en consideración las cuestiones de viabilidad asociadas con las siempre encomiables intenciones, además, le agregamos demasiados rasgos emotivos esperanzadores que si bien nos llevan por el sendero de la evocación inspirativa nos ponen fuera de la realidad. Eso es engañar y tampoco significa cuidar la investidura presidencial.
Cuidar la investidura y a México sería dejar sola a su candidata y a su partido, adoptando un posición de jefe de Estado imparcial frente a todo proceso electoral. Cuidar la investidura es tomar la crítica con seriedad y objetividad y entender que en ella se encuentra siempre una oportunidad de mejorar su administración.
Cuidar la investidura es mostrar la imagen de una persona responsable y que se hace cargo de sus errores, que los aciertos ya los reconocerá la historia en su justo momento.