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Benjamín Labatut: la ciencia y sus demonios

MANIAC, título del libro más reciente del chileno Benjamín Labatut, hace referencia a las siglas en inglés con que se bautizó a la primera computadora construida en el mundo. En español: Analizador matemático, integrador numérico y computadora. El libro comienza con un párrafo perturbador: “En la madrugada del 25 de septiembre de 1933, el físico austriaco Paul Ehrenfest entró en el Instituto Pedagógico del profesor Jan Waterink para niños discapacitados en Amsterdam, le disparó a Vassily, su hijo de catorce años, y luego se pegó un tiro en la cabeza”. En adelante, Labatut recorre las primeras décadas del siglo XX, cuando la física clásica se enfrentó a la mecánica cuántica y cambió para siempre los parámetros de la ciencia. Estas transformaciones provocaron que algunos científicos tuvieran la sensación de haber traspasado un límite fundamental y que “un demonio, o tal vez un genio, había anidado en el alma de la física, un genio al que ningún miembro de su generación podría devolver a su lámpara”. Este es el primer atisbo de una historia que desemboca en nuestros días y en cuyo centro gravita un personaje fundamental para lo que serían los nuevos postulados y descubrimientos de la física y las matemáticas: el húngaro John Von Neumann, considerado el ser humano más inteligente del siglo XX; publica MILENIO.

Benjamín Labatut se conecta por Zoom desde Santiago de Chile. Se disculpa por el ruido de un ventilador que le hace volar el pelo. Es una tarde sofocante y celebra que en unos días estará en un clima más templado, en la Ciudad de México. MANIAC es su quinto libro. Me cuenta que lo escribió en inglés y lo tradujo él mismo al español, una lengua que perdió de niño, cuando su familia se mudó a los Países Bajos.

En el capítulo “JOHN o Los delirios de la razón”, relatas la visión que tuvo el científico George Boole sobre cómo usar las matemáticas para descifrar los procesos del pensamiento humano. Boole, delirante, aseguraba que Dios le había permitido vislumbrar la verdad de la mente humana. Por otro lado, Georg Cantor desarrolló una estructura jerárquica con sus infinitos y tuvo que soportar episodios de manía cada vez mayores. A lo largo del libro recoges diversos casos de matemáticos y físicos que tienden al trastorno mental. ¿Qué te atrae hacia estos personajes?

Siempre me han interesado las cosas abismales, esos aspectos que están en el límite, que están en la ciencia, pero apuntan hacia afuera de la ciencia, la parte de la ciencia que todavía está enamorada del misterio, y, por ende, también me interesa cierto tipo de científicos, de ideas. Cuando dicen “científico loco” se alude a las dos cosas que me interesan: la locura y la ciencia, la razón y el delirio. Cuando se dan juntos, la locura en la ciencia o el delirio que tiene un método y un sistema, surge, a mi gusto, la materia prima de la literatura. Pero no solamente los locos y los genios, cualquier persona puede volverse loca, por amor, por dolor, por hambre, por deshidratación. El mecanismo delirante está metido en el sistema operativo mismo. Yo no puedo mirar las cosas si no es con el ojo demoniaco de la literatura. La literatura tiene una obsesión por la sombra. Y la sombra contiene toda la información de un objeto como si fuese un holograma. Estamos arropados en esto, estamos sostenidos por nuestra técnica, nuestra matemática, nuestros teléfonos celulares. Y también por la locura.

En el centro del libro está John Von Newmann. De origen húngaro, formó parte del selecto grupo —Oppenheimer, entre ellos— que, recluido en Los Álamos, Nuevo México, construyó la bomba atómica. ¿Cómo llegas a él, qué despertó tu interés?

Encontré a John Von Newmann como una figura en la sombra en los documentales del inglés Adam Curtis. Cuando hice contacto con él, le pregunté: “¿Por qué no haces un documental de Von Newmann?” Me dijo: “Nunca he encontrado la manera de retratarlo, es un monstruo”. Y, claro, la dificultad es lo abstracto de su pensamiento. Cómo escribir una historia sobre algo abstracto. Esa es la definición de mis últimos libros, cómo hacer literatura desde la abstracción, cómo hacer un cuento. En el caso de Von Newmann, era contar una historia cuyo centro, cuyo corazón, es algo frío: la crisis de los fundamentos de las matemáticas. ¿Cómo se escribe literatura sobre eso? Es difícil. Tienes que encontrar a alguien como Von Newmann, que encarna esa idea abstracta. Luego me pasó que lo encontré también en un libro maravilloso, La catedral de Turing, de George Dyson. La catedral, como si estuviéramos viviendo en esa religión sin darnos cuenta. La computación es el nuevo Dios y no nos damos cuenta. Miramos nuestros celulares con la vista hacia abajo, es como si fuésemos adeptos sin saberlo todavía. El momento en que Von Newmann crea MANIAC, ese momento en las ciencias de la computación es el año cero, la venida de Jesucristo. Una revolución de la que apenas en 2018, casi 80 años después, empezamos a ver el impacto. Pensábamos que solo nos iba a dar mejores electrodomésticos y resulta que ahora nos está haciendo cuestionar qué significa ser humano, qué es la mente.

En el capítulo “Los jinetes del apocalipsis”, Eugene Wigner habla del goce de llevar a cabo esa ciencia que estaban descubriendo, algo que ni siquiera Dios había creado. Tenían la sensación de estar por encima de la creación y, por ende, del común de los seres humanos a quienes podrían incluso borrar del planeta.

En esa sección del libro hay un exceso de información y detalles para que las personas, a la vez que piensan en el horror que hemos creado, la bomba de hidrógeno, también entiendan que es inconcebible lo que hacemos con nuestra mente, el dominio que tenemos de la materia. Heisenberg decía: “Es impresionante que podamos pensar en el interior de los átomos, la escala que nos separa de esa parte del universo es inconcebible”. Sin embargo, lo hemos hecho y continuamos haciéndolo. Entonces hay un placer, un vértigo en lograr lo imposible. En otros ámbitos no destructivos, nos alegramos. Cuando un ser humano corre los 100 metros más rápido que nadie lo celebramos como un logro de la humanidad. Yo no digo que celebremos el horror, sino que también hay una forma de lucidez y una cierta maravilla al mirar lo que hemos hecho como especie, al entender el milagro que somos. El milagro somos nosotros, el horror somos nosotros.

Si la bomba atómica fue un hito en el destino de la humanidad, ¿hoy estamos frente a otro reto, otro demonio capaz de cambiar nuestro destino, destruir a la humanidad?

Queda claro: lo único que podría destruir a la humanidad es la humanidad y lo único que podría salvar a la humanidad es la humanidad. Dejemos de proyectar cosas hacia demonios informes porque si uno ve los últimos modelos de lenguaje, chat bots, vemos un reflejo de todas nuestras pulsiones, una exteriorización de nosotros. El problema no es la inteligencia artificial (IA), es la inteligencia natural, y mi libro es un libro sobre la inteligencia. Estamos viviendo una transformación y la única forma de asegurar nuestra sobrevivencia es desarrollar nuestra humanidad. Lo que estamos viviendo no tiene precedentes. Estamos cagados de susto, por supuesto, como lo estuvieron nuestros ancestros. Nunca vamos a salir de las cavernas. Y es importante que cada tanto regresemos a ellas, a lo oscuro, a lo hondo. Yo estoy perdido como todos. Si tengo alguna ventaja es que la literatura te aclimata los ojos a la oscuridad. Aunque uno está leyendo con los ojos abiertos, de alguna manera está leyendo también con los ojos cerrados, está viendo este otro mundo. Y este otro mundo no ofrece verdades ni consuelos. Lo que te ofrece es una especie de acercamiento al misterio, a lidiar con las paradojas y con la más alta forma de sabiduría. La literatura es una de las más altas formas de la sabiduría humana porque no te ofrece ninguna verdad. Te ofrece el fenómeno humano en su totalidad, lo bueno y lo malo, el horror y la gloria, los milagros y las matanzas, todo junto.

Justamente, Von Newmann está obsesionado por descubrir el fenómeno, saber qué pasa en el interior de la mente humana. Su teoría de los juegos apuntaba hacia allá.

Creo que la obsesión de todos los que estaban trabajando en ese momento, lo que vieron a través de la lógica booldiana, descubierta por George Boole, fue una posible llave de acceso al funcionamiento de la mente. Eso sigue siendo algo muy tentador: abrir y mirar los mecanismos internos de nuestra mente. Creo que nos estamos acercando peligrosamente a eso. ¿Cuál es el consuelo? Como estamos viendo con los modelos más avanzados, cuando abres la mente del ser humano y te topas con todo el contenido, ese contenido es oscuro, es un misterio y continuará siéndolo. Von Newmann dijo una cosa muy profunda cuando se topó con las ideas de Walter Pitts sobre cómo opera la lógica dentro de las neuronas y, por ende, cómo se puede amplificar al cerebro. Dijo: “Es maravilloso, hemos iluminado los mecanismos y, sin embargo, permanece completamente oscuro. Sabemos cómo funciona por fuera, no sabemos nada de lo que ocurre adentro”. Es lo que está sucediendo con la inteligencia artificial. Sabemos cómo crearla, no podemos ver su interior. Esos son los grandes saltos que da la mente humana, como en el principio de incertidumbre: sé exactamente dónde está algo, no tengo idea a qué velocidad se está moviendo. Es como si solo pudiésemos ver el mundo con un ojo a la vez, pero si abres los dos, tienes dos imágenes del mundo que se traslapan, se infectan, las cosas se ponen medio turbias y esa turbiedad es la que vivimos, es la nube que habitamos.

Esa teoría de los juegos fue la base del programa AlphaGo desarrollado por Demis Hassabis, un reto de la inteligencia artificial cuyo esquema supone agentes lógicos y racionales. Pero los seres humanos no son perfectos jugadores, están llenos de contradicciones, se dejan dominar por sus sentimientos. Cometen errores, se dejan guiar por corazonadas. “Porque la vida es mucho más que un juego”, escribes, “y aunque esto desencadena el caos ingobernable que vemos a nuestro alrededor, también supone una gran misericordia, un extraño ángel que nos protege de los delirios de la razón”. Aquí se abre un resquicio para el azar, ¿el milagro del dedo de Dios?

El dedo de Dios tiene los mismos caprichos que los dedos humanos, nunca se sabe lo que hará. Estamos entregados a ese capricho. Los sistemas complejos son impredecibles, estamos entregados a este azar. Por eso, lo que tienen en mente personas como Demis Hassabis es la predicción. Ver el futuro está volviendo a nosotros a través de la cultura. Por ejemplo, es una de las ideas centrales en Duna, la serie de ciencia ficción que por algo se está poniendo de moda. Hay que entender los mensajes que nos trae la cultura. ¿Cuál es el próximo gran peligro? No son las armas automatizadas, no es Terminator, es el poder de la predicción, el poder que te da atisbar, aunque sea un poquitito, lo que viene. Chat GPT funciona prediciendo la próxima palabra y solo con predecir la próxima palabra en una frase hemos construido un sistema capaz de imitar nuestro razonamiento. Eso va a tener otras implicaciones que son tan aterradoras como maravillosas. El ser humano siempre ha requerido eso. Aun en nuestros momentos de mayor desarrollo como civilización, en los años de oro, cuando no sabíamos qué hacer, íbamos donde la pitonisa, le preguntábamos a la bruja, al chamán, ¿qué carajos hacemos ahora? Y nos entregábamos a ese delirio, a ese azar, confiábamos en los mecanismos que hemos creado para penetrar en el azar. Para allá va la IA.

¿Cómo fue tu experiencia durante la escritura?

Cuando escribí todas estas cosas, cuando todo esto era una posibilidad lejana, muy remota, y cuando ya había entregado el libro —se publicó cuando aparecieron los primeros destellos de IA real— yo hubiese querido que todo quedase como profecía y, de hecho, si algo disminuye el valor de mi libro, además de los varios hoyos que contiene, es que la realidad se está volviendo más maravillosa de lo que podemos imaginar.

Imagen portada: Cristóbal Palma | MILENIO

Fuente:

// Con información de Milenio

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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