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Museo. “La historia de la muñeca es la de la mujer”

Rosana Duffour, directora del museo Casa de las mil muñecas (Avenida Chapultepec 420), vio al fin en exhibición su colección que inició cuando su abuela Rosa Fres de Vivanco, una exiliada por la Guerra Civil española que llegó con su familia a México, le regaló la primera muñeca, cuya foto existe; informó MILENIO.

“Era una muñeca mexicana, de carita moldeada y cuerpo de tela; la tuve desde los siete años”, comenta.
Durante años buscó casa para sus más de mil muñecas, hasta que dio con la mansión que el primer médico que practicó una endoscopia en el país, Pedro Pablo Pedrero, se construyó en 1919, en plena Revolución, aún con la nostalgia del estilo porfiriano. Cuando Duffour fue a verla con su marido en 2014, la casa en venta todavía tenía vasos de cerveza y botellas de vino de una juerga de la víspera.

Era un antro conocido como El Toluache. Duffour encontró su museo. Tardó años en conseguir los permisos para remodelar la casa, que Rafael Tovar y de Teresa gestionó por intercesión de la amiga de Rosana, la premio Cervantes 2014 Elena Poniatowska, quien inauguró el museo el pasado 23 de enero.

“Poniatowska ha sido nuestro ángel de la guardia”, cuenta. La autora de Tinísima y La noche de Tlatelolco incluso le donó su muñeca zapatista que recibió en Chiapas de la Comandante Ramona y también tiene su propia muñeca, mandada a hacer ex profeso por la directora, aunque no se parece mucho.

Elena Poniatowska inauguró La Casa de las Mil Muñecas.

Duffour da un paseo en exclusiva para MILENIO por los cinco pisos de la casa, cuya planta baja recibe a los visitantes con una sala de muñecas mexicanas, donde están los ejemplares que trajo Carlota desde Europa. No hay mejor guía: llora cuando pasa por la muñeca que su primo le dio de regalo póstumo en un cumpleaños; él había muerto semanas atrás, pero dejó el presente. Es su favorita.

“Alemania fue el primer país que vendió muñecas y produjo las primeras de porcelana. A México las trajo la emperatriz Carlota; dicen que cuando iba en su carruaje vestía a su muñeca igual que a ella y que a las niñas que iban a Chapultepec les regalaba de ese tipo de muñecas de porcelana”, dice Rosana.

La Casa de las Mil Muñecas.

Cinco pisos

El recorrido se inicia en la planta baja, con guías que cuentan la historia de las muñecas. Se empieza con las muñecas de México; en el primer piso, las del mundo; el segundo piso tiene una cafetería que parece salida de la película Barbie; el tercer piso está dedicado a exposiciones temporales, la primera de ellas sobre autómatas; el cuarto piso está dedicado a hadas y duendes, y el quinto se podrá alquilar para fiestas de hadas, ambientado con una atmósfera de Blancanieves, para no más de 16 niños.

Hay muñecas de Alemania, donde artesanos las elaboraron por primera vez para la venta, en Nüremberg, ciudad que quizás debería recordarse más por sus muñecas y no por sus juicios. Hay decenas de muñecas francesas cuyos rasgos y ropa son un recordatorio de “La vie en rose”.

Hay una colección de Barbies con la que Greta Gerwig y Margott Robbie se hubieran llevado un Oscar, aunque sobre ellas pesa la mirada implacable, irreverente y mordaz de una muñeca alemana para adultos, Lilli, creada en 1952 por Reinhard Beuthien, que Ruth Handler se copió en 1959, asegura Duffour.

“Me gustó la película Barbie, pero no platican la anécdota de que comenzó con la muñeca Lilli”, comenta.

La empresaria no ha perdido su mirada infantil al narrar la historia de cada uno de las huéspedes de su museo, único en México, que abrió al público general este viernes 9 de febrero.

En una vitrina hay una muñeca de tamaño natural que sirve para aclarar que, en realidad, las versiones modernas no se iniciaron como juguetes para las niñas, sino hasta la época victoriana; originalmente se usaban como maniquís (del neerlandés manneken, hombrecitos) para la confección y diseño de moda.

“Hasta el siglo XX se separaron por géneros”, dice Duffour mientras señala muñecas para los niños.
De hecho, la colección exhibe implícita una historia natural de la moda. La ropa de cada muñeca da cuenta de cómo se vestían sus dueñas, con detalles por demás cautivadores, desde accesorios hasta calzado. Gracias a una donación, Duffour exhibe un ropón que perteneció a una hija de Benito Juárez.

“Es la primera vez que veré todas las muñecas en vitrinas, siempre estuvieron en cajas”, se emociona.

Mujeres-muñecas mexicanas

También hay un espacio con muñecas de la historia de las mujeres: desde las de Marilyn Monroe, Frida Kahlo y Elena Poniatowska, hasta de aquellas que han hecho historia en la historia de México.

“Una vez compré en La Lagunilla una colección de diez muñecas de composición, un material que se hace con aserrín y cola, se prensaba en un molde y se hacían las caritas. Todas las muñecas habían sido vestidas por la misma mujer; y había una con ropa de piloto aviador. Lo primero que se me vino a la mente fue Amelia Eckhart, pero al buscar en internet descubrí que en realidad se trataba de una piloto mexicana que en la década de los 30 hacía piruetas en el aire. Me dio tristeza que nadie supiera la historia de esa mujer, ni siquiera en el aeropuerto. Era Emma Catalina Encinas Aguayo (1909-1990).

“Entonces se me ocurrió resaltar a las mujeres que han cambiado la historia de México con muñecas, porque ya tenía la de Carlota, Sor Juana Inés de la Cruz y Josefa Ortiz de Domínguez. Me puse a estudiar y me encantaron las historias; yo no sabía de Petra Herrera, la revolucionaria que se vestía de hombre que dirigió un ejército y que Pancho Villa la iba a condecorar tras tomar Torreón; al darse cuenta de que era mujer, cuando ella se quita el sombrero y se le caen las trenzas, Villa dijo que a ninguna mujer se condecoraba ahí. Así que una muñeca que tenía como Adelita, se la dediqué a Petra”.

La Casa de las Mil Muñecas.

A través de las muñecas se cuenta a los visitantes las historias de Matilde Montoya, primera mujer en ir a la universidad y titularse como doctora; Raquel Dzib Cícero, maestra feminista; María Izquierdo, la grandísima pintora; Lola Álvarez Bravo, la fotógrafa; Matilde Rodríguez Cabo, la primera psiquiatra mexicana; María del Refugio García, Amalia González Caballero, Aurora Reyes Flores…

Una pasarela de muñecas de mexicanas de la antigüedad hasta hoy, que incluye a Olimpia Coral Melo, la promotora de la Ley Olimpia después de haber sufrido la difusión viral de un video sexual suyo.

“Tengo una Frida Kahlo que en 2006 ganó el premio a la mejor muñeca del mundo”, cuenta Duffour.

Muñeca de Frida Khalo.

También hay una colección que alude a mujeres que se hicieron millonarias, empresarias de todo el mundo cuando se decía que la mujer no trabajaba, como la creadora de Barbie, Ruth Handler. Muchas de ellas, de hecho, amasaron su fortuna con la venta de muñecas o de sus accesorios.

“La historia de la muñeca es la historia de la mujer, van de la mano ambas. Las muñecas que hay, todo a su alrededor, es de acuerdo con la historia de la mujer”, dice sobre la perspectiva feminista del museo.

Prohibidos

Rosana aclara que en su colección no entran muñecos de terror, tipo Chucky o Annabelle, porque sostiene que las niñas y niños ya no quieren jugar con muñecas y muñecos por este tipo de películas.

Infancia y museografía

Rosana, que durante la pandemia tomó cursos de museografía y diseño ambiental para montar el espacio en la colonia Roma Norte, dispuso la exhibición también con objetivos históricos y feministas en las salas de los cinco pisos de la casona, con detalles fantásticos en cada uno de sus rincones, desde los vitrales mandados a hacer con el logotipo del museo hasta la cafetería; desde el mobiliario con sillones de un rosa Barbie hasta el salón para fiestas tipo casita de muñecas.

Las puertas incluso no son sólo puertas: una de ellas, por ejemplo, es la tapa de un libro, porque al mundo de las fantasías se entra por los libros; otra, la primera que abre el visitante, es la de un ropero.

“Desde niña me encantaban las muñecas, mi abuelita me empezó a regalar unas antiguas, pero yo no les encontraba el chiste porque no podía jugar con ellas, se rompían, eran de biscuit, tenía que cuidarlas mucho; después me las trajo de España cuando Francisco Franco dejó entrar a los exiliados; ya adolescente comencé a coleccionar, iba a la Lagunilla o bazares y las compraba”.
“Un tiempo me dediqué a hacer fiestas de hadas y me fue muy bien, pero mis hijos se pusieron celosos porque pasaba mucho tiempo en eso, así que las dejé y cuando crecieron mis hijos las retomé. En esas fiestas tenía un museíto de hadas; de ahí tuve la idea de abrir el museo”.
Para ello, tuvo que estudiar y se hizo miembro de una asociación de muñecas antiguas internacional, donde se fascinó de las historias que hay detrás de cada ejemplar, que quería incluir en el museo. Durante 15 años se preparó y buscó aquellas muñecas que faltaban en su colección.

Hay unas imposibles de conseguir, muy pocas, pero subsana la falta con fotografías o pósters, como el de la muñeca más antigua del mundo, de unos 5 mil años, de la Edad de Bronce, encontrada con el deshielo de Siberia. Fue hallada en la tumba de una niña, por lo que se presume que ya era un juguete.

“Para saber que una muñeca era un juguete debe estar en la tumba de una niña, porque a éstas las enterraban con sus juguetes; y en Siberia se derritió el hielo en una cueva y descubrieron el entierro de una pequeña de hace 5 mil años con sus pertenencias, entre ellos una muñequita y un caballito, es la primera evidencia de una muñeca para niña”, cuenta la mujer, asistente asidua a convenciones de coleccionistas.

“En el antiguo Egipto se empezaron a fabricar de tela y de madera, que se daban a las niñas cuando nacían como amuletos de fertilidad, y al casarse se las entregaban a una diosa; eso también se hizo en Grecia y Roma. La más antigua que tengo en el museo es una del siglo I, romana, de hueso, original. En Teotihuacán hubo muñecas, articuladas, pero no sabemos si eran para las niñas”.

Duffour ha tenido también suerte. Mucha gente le ha donado sus colecciones, como la de miniaturas. También tiene un armario para recibir donaciones de juguetes modernos, casi lleno, que donará a niños y niñas de comunidades marginadas, que nunca en su vida han podido jugar con alguna muñeca.

Duffour tiene muy claros los objetivos de abrir el museo Casa de las mil muñecas:

 “Quiero compartir mi colección y las historias con otras personas que aman las muñecas, y también incitar a niñas y niños a volver a jugar, a tener juguetes, porque ya con celulares y computadoras dejaron de hacerlo. Jugar a las muñecas es muy importante para el desarrollo de niños sanos, para adultos sanos. Ver que han dejado de jugar con muñecas me da mucha tristeza. Los padres deben entender la importancia de jugar, que dejen tiempo a los niños para divertirse, deben tener ocio para desarrollar su imaginación”, sostiene la coleccionista.

El sueño

Cuando Elena Poniatowska inauguró el museo, también entraron las primeras niñas que le dejaron a Duffour una anécdota que cuenta con los ojos húmedos, que le dan la razón a su esfuerzo: “Fue mi máxima felicidad. Una niña de 10 años le dijo a otra: ‘Pellízcame, pellízcame, para saber que no estoy soñando’”.

Imagen portada: Especial | MILENIO

Fuente:

// Con información de Milenio

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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