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Por Francisco Tijerina Elguezabal

“Cuando las voces suaves mueren,
Su música vibra aún en la memoria.”
Percy Bysshe Shelley

Bar icónico de Monterrey, centenario, siempre operando en el cruce de Padre Mier y Porfirio Díaz, una cuadra al poniente de la Plaza de la Purísima, el “Bar Salón Progreso”, mejor conocido como “El Chapeados”, fue durante el siglo pasado y principios del actual, un referente por la calidad de sus clientes y el ambiente único que ahí se vivía.

Cuenta la historia que siendo niño don Nicolás Robles llegó a Monterrey a buscarse la vida, estudió hasta tercero de primaria y consiguió trabajo en el “Bar Salón Progreso”, cantina cuyo permiso de operación original data de principios de 1900, según consta en un documento. Después de algún tiempo el propietario original decide retirarse y le vende al jovencito Nicolás que, por ser menor de edad, no podía legalmente adquirir el negocio, por lo que mandó traer a su padre del pueblo y fue él quien se hizo cargo de la transacción, pero siempre fue operado por el joven Nicolás.

Al tiempo que atendía su cantina, Nicolás cultivaba el gusto por la música y tocando la guitarra formó un trío que algún nombre tuvo, pero al que todos conocían como “Los Chapeados” por las coloridas mejillas de Robles y como siempre estaban ahí, el nombre del trío se traspasó sin querer a la cantina.

“El Chapeados” era sitio obligado al que Gobernadores y Alcaldes debían acudir por lo menos una vez durante su gestión. Era común que, poco antes del mediodía, empezara a llegar la selecta clientela para tomarse una cerveza “para hacer hambre” y charlar con los amigos.

Grandes personajes, hombres de empresa, políticos, artistas, profesionales de todas las ramas, ricos y pobres, todos tenían cabida en ese pequeño rincón del centro regiomontano y todos convivían en su barra y sus mesas. Tardes de dominó o cubilete, largas horas escuchando música ejecutada por clientes que le sabían de verdad y se acompañaban con la guitarra o el órgano que ahí tenían.

Tras la desaparición de don Nico sus hijos Miguel y Sergio se hicieron cargo del negocio y a la muerte de Miguel, Sergio se ha quedado manteniendo la tradición; él es además buen músico que de cuando en cuando toma la guitarra y deleita a los parroquianos con sus canciones.

Fue mi padrino José Antonio “Toño” Espinosa quien me llevó al lugar y después, sabiendo la vereda, me hice cliente del Chapeados y ahí tuve la oportunidad de convivir con grandes hombres y de tener el honor de su amistad.

En esos días del “Chapeados” pude vivir historias y anécdotas que deseo compartir. Gran parte de su historia la recuerdo vagamente de las charlas con Sergio y la mayoría de los recuerdos que tengo los iré plasmando en textos que aquí compartiré, sin otro deseo que el dejar constancia de una época que se vivió en nuestra ciudad y de honrar la memoria de personajes inolvidables.

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Vía / Autor:

// Francisco Tijerina

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Autor: stafflostubos
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