Por José Francisco Villarreal
Dicen que a unos días de iniciar el siglo IX, el papa León III realizó una jugada magistral a costas del rey franco Carlos, que pasó a la historia como Carlomagno. Durante la misa de navidad, el prelado puso una corona imperial en la cabeza del monarca y lo nombró emperador, del imperio romano no del bizantino. No me creo que el flamante emperador haya sido cogido por sorpresa, pero el acto teatral de veras que impactó. El imperio oriental poco pudo hacer para objetar sobre territorios que no podía controlar. En consecuencia, la iglesia se convirtió en una especie de INE y TRIFE celestiales que avalarían a los nuevos monarcas. Mil años después, tuvo que llegar Napoleón Bonaparte para “mandar al diablo a las instituciones” cuando ignoró al papa Pío VII, su prisionero, y se puso la corona él solito. No sé si Dios se ofendió por ese desplante contra el sumo pontífice. Quiero creer que Jesús se hubiera negado a coronar a cualquier rey o emperador; si acaso hubiera hecho como Pío VII, que sólo le echó una democrática bendición a Bonaparte. Se ve, por supuesto, que las élites políticas de todos los tiempos no son precisamente devotas ni obedientes con la Iglesia Católica. Carlomagno usó la fe para legitimarse, y así durante siglos las monarquías, pero Napoleón se legitimó a sí mismo no sólo por medio de las armas, también con el apoyo de la aristocracia francesa, es decir, de aquella derecha originaria, más rancia que la derecha rancia actual. ¿Y la Revolución Francesa? Bien, gracias.
Por supuesto que el papa en turno no puede negarse a recibir a cualquier persona que se lo solicite. Habrá, claro, limitaciones, dada la cantidad de fieles católicos en todo el mundo. Será siempre un poco más atento con un líder social de cualquier tipo, después de todo el papa es un evangelista pro tempore, y compartir la “buena nueva” con un líder social implicaría hacerlo con aquellos que representa. Esto es en teoría, porque en la práctica, y sobre todo los políticos, buscan la foto con el papa para legitimarse, igual que Carlomagno, aunque no tan magnos. Esto, por supuesto que lo saben en El Vaticano, y cada papa actúa de acuerdo a su propia posición como pastor supremo de la Iglesia Católica pero, además, como líder supremo de un minúsculo estado que tiene la mayor cantidad de ciudadanos virtuales en el mundo. Después de todo, la autoridad espiritual siempre será superior en la efímera vida de un cristiano.
Hace años, durante una cena, me preguntaron sobre un problema en particular. Había un enfrentamiento entre el gobernador en turno y el arzobispo. La pregunta era ¿quién ganaría? Mi respuesta fue que la Iglesia Católica tiene más de mil años haciendo política, el gobernador apenas tendría menos de 20 años haciéndola; no tenía ninguna posibilidad de ganar. Con las visitas de las candidatas mexicanas Bertha y Claudia al papa Francisco, muchos comentócratas han mencionado que El Vaticano es el estado más hábil en el manejo de la diplomacia. Es indudable. Lo que el papa no pueda decir abiertamente, puede sugerirlo de alguna forma, y millones de católicos lo entenderán. Sin ir tan lejos en el tiempo, recuerdo aquella foto de la visita de Donald Trump, que parecía tomada en un funeral. Las candidatas fueron recibidas por Francisco, ambas recibieron su bendición. Pero la bendición, de donde venga, no es un acto de magia. No hará mejores candidatas ni eventualmente mejores gobernantes. Decía mi agüelo que la única bendición que nos funciona es la que pensamos y hacemos; que a todos los muertos se les bendice y se les reza, pero que con todo y bendición muchos de ellos ya tienen su lugar separado en el Infierno.
Cada una como Napoleón, poniéndose ellas solas una virtual banda presidencial frente al máximo líder de los católicos mexicanos. Claro que esto no significa que los electores católicos se lo crean. Sólo los grupos políticos confesionales u oportunistas usarán esa visita para legitimar a su candidata, según ellos ante Dios. Por desgracia para ellos, los católicos en México somos muy socarrones. Podremos ser muy entusiastas ante un pontífice, pero no ponemos un peso en el cepillo de la iglesia, y elegimos escrupulosamente a quién damos el “beso de la paz” en misa. Empezando por la Conferencia del Episcopado Mexicano, entre cuyos miembros hay quienes obedecen al Papa, pero a su manera. Tenemos casos de obispos, arzobispos y cardenales mexicanos, en contra de gobiernos o a favor de ellos. Ningún papa ha podido meterlos en cintura. Ni hablar de sacerdotes que hacen campañas políticas desde el púlpito. De hecho, el gobernador del que hablaba antes era panista, un partido que se presume muy católico.
El viaje de las candidatas a El Vaticano no tiene mucho sentido para el gran público elector mexicano. El más fiel católico votaría por Jack “The Ripper” si le habla bonito… y lo hemos hecho muchas veces. Una se asume como católica; la otra no, pero presume a un pueblo católico. Bertha esgrime su catolicismo a la mexicana como si eso fuera garantía de respeto y cumplimiento de los diez mandamientos y las siete virtudes. Cumplirá algunos, pero hay otros que se sospecha que no, y otros que de plano no cumple. No hay papa que pueda justificar eso. En el caso de Claudia, no tiene por qué cumplir, no es católica. Ya pasaron los tiempos en los que la ignorancia en México consideraba a los no católicos casi como ahijados de Satanás. Claudia tiene la opción de apropiarse de preceptos cristianos que aseguran la convivencia pacífica y el bien común. Eso ya depende de ella. En ambos casos, no depende de Francisco.
No obstante, ambos viajes podrían no ser tan inútiles. El Pontífice ha desatado algunas polémicas interesantes, y le han ganado el rechazo de católicos dogmáticos y conservadores. Como electores, no nos debe deslumbrar la foto con Francisco. Deberíamos partir de posturas suyas respecto a problemas sociales que nos involucran. Francisco ha denunciado la desigualdad extrema entre pobres y ricos, que durante años se ha pretendido hacer pasar como normal. Sabemos qué es eso, y sabemos quiénes lo han causado en México. Francisco ha convocado a la integración sin distinciones, ni siquiera a causa de la religión. Sabemos qué es eso, en un país polarizado y enlodado por el clasismo y el racismo desde una derecha intolerante y desde una izquierda respondona. Francisco ha exigido justicia para los trabajadores. Nosotros sabemos lo que es eso, cuando durante varios sexenios se degradaron los derechos laborales… Y los derechos en general.
No es difícil que la visita de las candidatas sea realmente útil. Es cuestión de afinar los proyectos de cada candidata de acuerdo a algunas de las propuestas de Francisco. Tal vez, y para ahorrar tiempo, les valdría reconocer en corto la amenaza que se cierne sobre nosotros detrás de todo este enfrentamiento político que vivimos. Citemos pues:
« “Abrirse al mundo” es una expresión que hoy ha sido cooptada por la economía y las finanzas. Se refiere exclusivamente a la apertura a los intereses extranjeros o a la libertad de los poderes económicos para invertir sin trabas ni complicaciones en todos los países. Los conflictos locales y el desinterés por el bien común son instrumentalizados por la economía global para imponer un modelo cultural único. Esta cultura unifica al mundo pero divide a las personas y a las naciones, porque ‘la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos’. (cita a Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate) Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores. El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes. De este modo la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que aplican el “divide y reinarás”. »
Francisco, Carta Encíclica Fratelli tutti