Por Francisco Tijerina Elguezabal
“No hay borracho que trague lumbre.” Dicho popular
Era un sábado como cualquiera en el “Bar Progreso”, mejor conocido como “El Chapeados”. Desde el mediodía la barra y mesas de la cantina se encontraban repletas de parroquianos que eran atendidos por Miguel Robles, uno de los dueños, y el siempre recordado Pedrito Morales Pinal.
Había pasado ya la hora del dominó y el cubilete (religiosamente al mediodía) y ya comenzaba la bohemia; yo estaba en el órgano tocando y cantando algunas melodías que me pedían y de las cuales sólo interpretaba las que yo quería.
A mitad de la barra se encontraba, junto con algunos amigos, el Licenciado Noel Villarreal, abogado simpatiquísimo, padre del Lic. Ernesto Villarreal Landeros y muy ducho en cuestiones laborales, a quien Sergio Robles, el otro dueño del bar, presentaba como “El Padre Noel” y el abogado remataba diciendo “Párroco de nuestra Señora del Bosque y Capellán del Trueno”, dos moteles ubicados en la carretera a Saltillo, dándote a besar un anillo que traía en su mano.
Como en toda cantina, entraban y salían vendedores de distintas cosas: el dulcero, el de la lotería, un bolero y el infaltable oferente del chile piquín. Asiduo al bar, pero sólo los sábados había un hombre ya entrado en años, de pelo escaso y figura delgada que era amanerado en sus modos y que vendía chorizo que traía en una red plástica.
“Chorizo… chorizo” ofrecía el amaneradito y no faltaba el albur que alguien soltaba, En eso, otro “alguien” tuvo una idea: “¿Y si aprovechando que está el Padre Noel casamos al choricero?” y entonces se hizo un silencio que duró apenas un instante, pues la cantina entera rugió en una sola voz: “¡Síííííí!”.
El vendedor del chorizos, sonrojado, aceptó, pero pidió primero saber con quién lo casarían. Para esa hora ya había llegado el relevo de Pedro, Tachito, que no le cuadró al choricero y alguien propuso: “Con Julián” y nada más lo vio le brillaron los ojos y balbuceó: “¡Sí!”.
Julián era un mecánico enderezador de coches que hacía unos trabajos formidables, medía como un metro 80 y tenía un cuerpo fornido y un tupido bigote entrecano con una voz como la de “El Charro Avitia” que siguiendo el juego, aceptó el casorio.
Para pronto le consiguieron un velo a la novia quien no quiso soltar su red de chorizos y se colocó junto con el flamante novio en un extremo de la barra, tomados del brazo, mientras el Padre Noel les esperaba en la esquina contraria. “Caramelo -me dijo el Padre- toque la Marcha Nupcial” y ahí te voy… a cada acorde los novios avanzaban hasta que llegaron junto al Padre quien les ordenó “hínquense” y el de los chorizos se negó: “Me caso, pero de pie, yo no me arrodillo ante nadie”.
- “¡Que se hinque cabrón!” gritó el Lic. Villarreal.
- “Que no”, respondió el vendedor de chorizos.
Ante la negativa el Padre sacó de su cintura una escuadra chiquita, como la de Laurita Garza, y echó un tiro al aire. Julián, que ya estaba de rodillas, se escabulló debajo de una mesa, yo me puse detrás del órgano, hubo quienes saltaron la barra y cuando volvió el silencio y vimos que nada había ocurrido, nos percatamos de que el choricero había huido dejando sus productos en el suelo.
Para la historia quedó en el cielo falso del bar el hueco de la bala que aún puede verse.
Esa noche hubo botana gratuita de chorizo con huevo para todos en “El Chapeados”; nunca supe quién puso los huevos.