Por José Francisco Villarreal
Hace años tuve un asistente ruso. No recuerdo su nombre, pero era un chamaco pálido, bajito y flaco. Hablaba razonablemente bien el español, tenía excelente ortografía, pero tropezaba con los modismos y el doble sentido mexicanos. ¡Me encantaba alburearlo! Era muy dedicado a su trabajo y excelente en el uso y mantenimiento de equipos de cómputo. En el área administrativa despertó desconfianza. Casi lo equiparaban con un enviado de la KGB. En su defensa dije que lo más secreto que teníamos en la empresa era tan público como la receta de las gorditas de manteca. A pesar de eso un día me informaron que me quedé sin asistente porque el fino olfato del jefe de guardias le detectó aliento alcohólico y lo corrieron. Un husmo, por cierto, no tan raro entre la raza. Como están las cosas en la paranoica ultraderecha internacional, aquella breve relación laboral debe pesar en mi contra. Ahora, muchos años después, tal vez no pueda sacar mi pasaporte para visitar Kiev y abuchear los standups de Volodímir, en el improbable caso que se me antojara viajar más allá de Cadereyta. Ya con repudiar a Zelenski, asegurarían que aquel jovencito corrompió mi prístina mente liberal, occidental y cristiana, que ahora soy prorruso y “comunista”, y que en secreto redacto en alfabeto cirílico.
No entraré en detalles de la inmensa mentira sobre el Comunismo, una utopía desvirtuada en la práctica, y usada en México para asustar a los bobos. Tampoco soy prorruso ni antirruso. De hecho, prefiero un Zubrowka polaco (el del bisonte), que un Stolichnaya ruso. Así es que entiendo cómo algunos asumen que don Andrés es casi compadre de Vladimir Putin porque dio una entrevista a una periodista rusa que vive y trabaja en España. Me imagino que esa actitud nace de una paranoia anticomunista, o una minúscula inteligencia, o una enorme malicia sediciosa. O las tres cosas. Inna Afinogenova, la periodista en cuestión, es rusa, pero nativa de la república de Daguestán, una capirotada étnica y religiosa con muchos problemas. Fue subdirectora del portal del canal de noticias ruso RT (Russia Today) en Español. En el 2022 renunció al cargo, dejó Rusia, y dejó claro públicamente su rechazo a la guerra que consideró como un error táctico, en lo que estoy completamente de acuerdo. Este deslinde sobre las acciones belicistas tanto de Rusia como del bloque occidental, lo ha reiterado muchas veces desde entonces. Con una búsqueda simple en internet se pueden encontrar sus críticas y declaraciones. Lo hace desde Madrid, porque en Rusia seguramente ya estuviera en la cárcel. Entre periodistas y merolicos de la información en México, no se detuvieron a investigar quién entrevistaba al presidente. Sólo la asumieron casi como personera de Putin, y prueba de que don Andrés es “comunista”. ¡Una soberbia muestra de prejuicio en quienes lo afirman y de estupidez en quienes lo creen!
La molestia de Uresti debe ser porque Inna también critica al régimen de Zelenski y el apoyo que recibe de los países de la OTAN. ¿Será porque la de Putin es otro tipo de “derecha”? Uresti también se queja de que el presidente no eligiera a un periodista mexicano para esa entrevista. El tema es que las vacas y bueyes sagrados del periodismo mexicano son ganado de un mismo corral, y los corrales del ganado son también sus estercoleros; uno nunca sale limpio de ahí. Es verdad que Inna hizo su entrevista sin tocar los puntos que sugiere Azucena. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Porque son los temas de las campañas contra el gobierno y contra el proceso electoral? Azucena tuvo buenos ejemplos en su formación, y sabe que una entrevista surge de los cuestionamientos que el entrevistador no puede responder, y sobre temas que al entrevistador le interesan. Si a Azucena le interesan los temas que dice ella que omitió Inna, pues que intente su propia entrevista. A menos, claro, que ya tenga un prontuario de las respuestas que quiere, que es precisamente lo que han estado haciendo muchos periodistas y políticos. Después de todo Afinogenova ve las elecciones en México desde una perspectiva muy diferente a la de los mexicanos; no busca respuestas para nosotros sino para el mundo.
Yo sí hubiera preguntado a don Andrés por algunas candidaturas de la 4T que no me acaban de gustar. Aunque, conociéndolo, me hubiera respondido con una revolera y me hubiera dejado en las mismas, corneando el burladero. Ahora que si Uresti o cualquier otro periodista despechado quiere que le responda el presidente, podría usar el método infalible del New York Times. Que envíen una cartita con una lista de preguntas, pero bien planteadas, o se exponen a que los meta en un brete, como lo hizo con el periódico gringo. No me pareció correcto que don Andrés difundiera el teléfono de contacto de Natalie Kitroeff, la periodista gringa que le envió la carta. Pero sí me pareció una jugada magistral de don Andrés el exponer el resto de la misiva y obligar, sí, obligar al gobierno estadounidense a desmentir cualquier investigación en su contra. Hasta eso hubiera sido innecesario, porque con leer la presunta investigación, queda claro que no hay sustento sino, otra vez, especulaciones y chismes de testigos fantasmagóricos. En mis tiempos, yo no hubiera dejado pasar una nota así, ni como trascendido. Queda más claro que publicaciones como estas tienen la obvia intención de dar el banderazo para desencadenar de nuevo declaraciones, especulaciones, hashtags y bots. La finalidad es crear la percepción de un “narcogobierno”, cuando el único narcogobierno probado que hemos tenido ha sido el de Calderón… García Luna no era un alcalde en un municipio recóndito sino el responsable de la seguridad en el país. Es decir, la campaña ni siquiera es para conseguir votos, porque los bots no votan y los medios convencionales se debaten en el descrédito; la campaña es para darle los ingredientes al TRIFE para cocinar la anulación de elecciones. ¿Así o más obvio? La antidemocracia coquette, con moñito rosa.
Ahora ¿qué sigue? Pues supongo que como en el anterior libelo periodistas, comentócratas y sobre todo políticos opositores, exigirán que don Andrés demuestre que no tiene nada qué ver con los señalamientos, que no acusaciones, del panfleto del NYT. Incluso a pesar de que el gobierno gringo ya ha negado esa “investigación” y alguna otra. Recordemos eso que algunos llaman “La Falacia McCarty”, por el senador Joseph R. McCarthy, que entre los años 40 y 50, presidió una feroz cacería contra el comunismo en Estados Unidos. Este crápula, que fue despreciado incluso por sus pares legisladores, afirmaba que, si alguien era señalado como comunista, pero en las investigaciones oficiales no se encontraba alguna prueba de que no lo fuera, entonces debía ser comunista. Es exactamente el mismo criterio que se usa ahora contra el presidente y sus allegados políticos y hasta familiares. McCarthy murió repudiado, víctima de su alcoholismo. Me voy a tomar un vasito de Zubrowka, a la salud de los miles de estadounidenses que se libraron de él, y otro a la de los mexicanos que ahora sufren por sus mismas repugnantes prácticas.