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El Cártel del Chayo: La cucaracha Loret

Por José Jaime Ruiz

@ruizjosejaime

@lostubosmty

El empleado de Genaro García Luna, Carlos Loret de Mola, se rasga las vestiduras, lloriquea y, en un ejercicio de plañidera, grita y manotea por su “libertad de expresión” mancillada. Su libertinaje de expresión lo ha puesto en el pedestal del montaje, de la mentira, de la calumnia. En la historia del “periodismo” mexicano, pocos como él. Pretendidamente ultrajado, llora: “GRACIAS con todo el corazón porque otra vez he sentido un respaldo abrumador. El #TodosSomosLoret me emociona muchísimo, me inspira y me compromete. Que sepan el presidente, su hermano y todos los que se quieran formar en la fila de los tiranos, que no nos van a doblar. Que vamos a seguir exhibiendo los escándalos de corrupción de su gobierno porque ese es el trabajo de un periodista” (#LordMontajes).

El empleado de Genaro García Luna simula ser periodista, no tiene un respaldo abrumador, al contrario, lo que es abrumador, y lo abruma, es la condena. Su regresión es de Lego por su especialidad pueril de crear montajes. Montajes que le hacen daño al país porque lo suyo no es el periodismo sino la manipulación, la desinformación mercenaria. Lo suyo es la traición, marital o periodística.

Forma vacía de contenido, lo suyo es la burbuja, la zona de confort, estar detrás de las cámaras, no en la calle, no en la realidad, no en la cotidianeidad ciudadana. Cuando Loret abandona la burbuja televisiva, deshabitado, muestra su mediocridad –escondiéndose como Xóchitl Gálvez en Nueva York– en un affaire en el “cabañazo” de La Marquesa o lloriqueando frente a un juzgado antes de confrontar a Pío López Obrador. Sin set, el empleado de García Luna tirita como niño desconsolado. No imagino a Loret caminando por la avenida Madero, por Insurgentes, por Tláhuac. Exiliado de sí mismo, lo suyo es refugiarse en la burbuja, tomar distancia, «protegerse».

El empleado de García Luna, sin escrúpulos, ha sido cómplice de canalladas en la procuración o no procuración de justicia, ahí sigue el caso de Israel Vallarta, de Florence Cassez. Sus montajes son cada vez más ridículos; su dramatismo, caricatura periodística: la entrevista a Javier Duarte, el sismo y Frida Sofía, el conflicto en Afganistán, los Ardillos…

Pordioseros solidarios lo arropan, porque ellos no cuentan con las suntuosas propiedades del empleado de García Luna en la calle Rubén Darío, Miami y Valle de Bravo. Ahí están aupándolo –ya que la verdad es irrelevante– su cómplice Brozo, el monero Calderón, Carlos Marín, Héctor de Miauleón, Raymundo Riva Palacio, Leo Zuckerman y otros destacados miembros del Cártel del Chayote.

Al empleado de García Luna hay que llamarlo por su nombre, no es un periodista, es un embustero.

Cuando una sociedad se corrompe, cito de memoria a Octavio Paz, lo primero que se gangrena es el lenguaje. Hay que devolverle dignidad a la palabra (Julio Scherer García) porque las palabras tienen dignidad, gravitan. El neoliberalismo nos acostumbró a eufemismos como “desincorporación” cuando se trató de privatización, de “asimetría” económica entre Estados Unidos y México cuando se trataba de coloniaje, de “reformas estructurales” cuando se pretendió el saqueo, y a tantas otras palabras y frases. Suavizar el lenguaje implica dulcificar la realidad, sobre todo cuando se mitiga en eufemismo.

“Porque parece mentira la verdad nunca se sabe” escribió, desde un dicho popular en octosílabos, Daniel Sada. El léxico posmoderno nos acostumbra a decir “posverdad” cuando hay que decir “mentira”; fakenews para calumnia; lawfare para golpe de estado; shitstorm es “linchamiento digital” en vez de tormenta de mierda. Ahora se escribe “periodismo de inferencia” cuando ni se trata de periodismo o, si acaso, periodismo de indecencia: inmoral, deshonesto, desvergonzado, obsceno, puerco. “Periodismo de inferencia” es suavizar el mugrero. Desterrar el eufemismo, abandonar la ambigüedad, el circunloquio, el disimulo; aplicar, tal vez, el disfemismo o al pan, pan y al vino, vino.

Al empleado de García Luna hay que llamarlo por su nombre, no es un periodista, es un embustero. El empleado de García Luna, Carlos Loret de Mola, ese Gesticulador convertido, más que en zopilote, en cucaracha, ese blatodeo nacido de lo más bajo de las cañerías, del drenaje. ¿Qué se hace con las cucarachas? Es simple, a la cucarachas se les pisotea, se les aplasta.

(José Jaime Ruiz: Escritor y periodista, es autor de los libros La cicatriz del naipe (Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde”), Manual del imperfecto político, Caldo de buitre y El mensaje de los cuervos. Fue jurado y tutor del Sistema Nacional de Creadores de la Secretaría de Cultura en la especialidad de “Poesía”. Colabora en el periódico Milenio y dirige el periódico digital www.lostubos.com.)

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// José Jaime Ruiz

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Autor: stafflostubos
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