Por Francisco Tijerina Elguezabal
“La música expresa aquello que no puede decirse con palabras pero no puede permanecer en silencio.” // Victor Hugo
¡Llegó carta!, celebraba mi admirado Maestro Silvino Jaramillo Osorio en su “Vuelta a la Manzana” de “El Porvenir” cuando llegaba a la redacción alguna misiva dedicada a él y es que a pesar de la modernidad del correo electrónico y los mensajes, lo cierto es que en el caso de los editorialistas son pocas las ocasiones en que el ejercicio de la comunicación se completa y recibes retroalimentación.
Pues bien, ¡llegaron cartas! Y como las tres están relacionadas con estas crónicas, les doy paso.
La primera, de mi tocayo Francisco Quintanilla Ruiz, quien nos comenta:
“Efectivamente, en esa concurrida parroquia del saber, se encontraban personas de todas latitudes y ´niveles socio económicos´; varios parroquianos recuerdan, cuando un par de señorones del Obispado, se juntaban desde las calles de Washington y 4a, Avenida, con el de Washington y Río Frío y se iban caminando parsimoniosamente al atardecer, con sendas cervezas en la mano, pero además, se hacían acompañar a prudente distancia con maestros del violín, simplemente para hacer del viaje y la estancia en el bar, un recorrido placentero, de ida, como de vuelta. -Y ni quien les dijera nada-.
Estos amigos bohemios eran -continúa Quintanilla- Don Humberto Garza Domínguez y Don Rubén Ruiz Fernández, uno, dueño de las pedreras y el otro un cervecero de la Moctezuma de Orizaba, Veracruz. (Mi inmemorial Abuelo materno)”.
Y es que además de Don Nicolás Robles, el “Chapeado” original que formó un trío con dos amigos y que además de ser dueño y atender el bar, de repente sacaba la guitarra y entonaba canciones, como lo sigue haciendo de cuando en vez Sergio su hijo, también con la guitarra o el órgano electrónico, en el lugar acudían grandes músicos, cantantes y compositores que en la inspirada bohemia brindaban momentos inolvidables.
¿Cómo olvidar a don Alejandro, aquel viejo cancionero que era una “chucha cuerera” para acompañar? Aquellas tardes oyendo a don Carlos Castillo, escuchar las canciones y poemas del Licenciado Ernesto Rangel Domene, la ejecución en el órgano de Abraham Góngora hijo o la música y declamaciones de René Alonso Estrada. ¡Imposible! ¡Y encima, gratis!
El segundo correo es de José Natividad González Parás, ex gobernador de Nuevo León, agradeciendo el artículo de la semana anterior en que escribí sobre la figura de su señor padre, cliente asiduo, gran amigo y mejor persona. Doy acuse de recibo y agradezco sus conceptos.
El tercero… fue de un tipo de esos a los que nada les parece y me cuestiona si le cobro al dueño del bar por la promoción. Un hombre amargado, que insiste en intentar ponerse por encima del resto del mundo presumiendo que habla idiomas y que nunca ha ido a una piquiera. Pobre, porque se ha perdido de cosas como las que comenté líneas arriba, porque ha dejado de encontrar a excelentes personas y buenos amigos, porque no ha probado el manjar de una buena botana, porque le hace falta calle para entender la vida. (Posdata: Y lo siento, seguiré escribiendo del “Chapeados” por mucho tiempo, porque así me viene en gana).