Por José Francisco Villarreal
La abuela solía guardar los conos de piloncillo y el azúcar en sendos trastos, herméticos, colgados de una viga. Lo hacía para evitar que las hormigas los alcanzaran. Específicamente diez hormigas golosas: mis ambas manos. Con el piloncillo me inventé una golosina que era morder un trozo de panela y un trozo de cáscara de naranja. Sabía muy bien, aunque terminaba con la boca escaldada. Para el azúcar inventé un proceso más elaborado: hervir agua con azúcar, cáscaras de limón o naranja, y un clavo (syzygium aromaticum) hasta lograr un caramelo blando. Esto no es fácil de lograr en un fogón de leña. Cuando fui sorprendido ejecutando esta alquimia, la abuela me lanzó un buen regaño y el abuelo lanzó una sonora carcajada. “Es que tengo tos”, me defendí, y tosí para demostrarlo. “¡No digas mentiras!”, dijo la abuela. Y el abuelo, socarrón, entró en mi… ¿defensa?: “El niño tiene tos. ¿Qué no lo oyes? Hazle un té de orégano, bien cargado. Y no le pongas azúcar, al cabo ya tragó bastante”. Entre la acidez del “caramelo” y la infusión, me dejaron un aliento fragante a salsa italiana. Salsa un poco salada, porque derramé bastantes lágrimas, no por el escarmiento con orégano sino porque estaba consciente de que había mentido. Y ya no era tan niño como para crear una realidad desde la fantasía sólo con enunciarla.
Aquello de que “los niños y los borrachos siempre dicen la verdad” no es del todo cierto. Tal vez no mientan, pero eso no quiere decir que digan la verdad. Hace 25 años, la genial Ikram Antaki dio cátedra al “periodista, escritor, filósofo y analista político mexicano” Sergio Sarmiento (Wikipedia dixit, yo no apostaría mi vida a ese enunciado), le habló acerca de la verdad y la mentira. La entrevista fue larga, y muy ilustrativa. La “maestra, antropóloga y escritora” (también dice Wikipedia, y eso sí es verosímil) partía de algo muy simple: si yo creo firmemente en algo y lo enuncio, no miento, así sea una falsa creencia. En cambio si yo no creo en algo y lo enuncio como verdadero, entonces miento. Ikram esboza un mecanismo de la inteligencia que adquiere importancia vital a la hora de trasladarlo al proceso de comunicación. La sabia siria-mexicana también profetizaba entonces que había dos factores vitales para el país: la Justicia y los Medios de Comunicación. De estos, la Justicia (cortes, tribunales, jueces, ministros, etcétera), deberían ser casi literalmente sagrados, por encima de los devenires y matices de otros poderes de iure y de facto. Cierto, porque cuando la Justicia falla en la defensa del individuo, se deslegitima. No es posible entonces crear una sociedad estable. Aunque la verdad es que Antaki no escatimaba su pesimismo cuando apostaba más por buscar la equidad colectiva que con acabar con la injusticia individual.
Respecto a los medios de comunicación, no hay que apelar a Ikram para entender lo importantes que son, y lo benéficos o nocivos que pueden llegar a ser. Si hoy viviera, ella haría un análisis más inteligente que yo, pero estoy seguro que empezaría señalándolos por mentir, así, a sabiendas de que no creen en lo que dicen. Sin tener que llevarlos a tribunales, son desde ya responsables de las consecuencias de la profusa difusión de mentiras. El daño social es gravísimo. Pueden lograr su propósito de construir un país a modo de quienes tratan de hacer un híbrido entre derechista y ultra, o de quienes jalan hacia la izquierda todavía moteada con pintitos neoliberales. En cualquier caso esos medios falsarios arrastran una culpa de lesa humanidad. ¿Habrá castigo? Algún día lo habrá, pero no será una pena impuesta por los tribunales sino por sus víctimas.
Si Sarmiento hubiera escuchado con mayor atención a Ikram en aquella entrevista, no se hubiera integrado al conciliábulo de objetores al que pertenece. Ella dio una clave muy clara para despertar el pensamiento crítico de la gente y así discernir, aunque sea de manera rudimentaria, una conclusión si no correcta al menos razonable. Decía que nuestro sistema educativo había fallado, porque se limitaba a atiborrar de datos en lugar de enseñar procesos del pensamiento. Ya no lo vio Ikram pero en algún momento de este milenio, tal vez con la extrema difusión de información que proporciona Internet, la gente, sobre todo los jóvenes, se toparon con mucha información contradictoria y tuvieron que educarse a sí mismos en procesos lógicos elementales. Los seres humanos, y creo que también los animales (que también lo somos), no podemos coexistir en medio de contradicciones. No hay suficientes manicomios y los ansiolíticos son caros.
Hasta ahora había pensado que durante las elecciones de 2018 hubo una monumental revancha popular en contra del “pacto” del 2012-2013 entre los caciques del PAN, el PRI, el PRD y el PVEM, y también en contra de sus patronazgos empresariales. Algo hubo de eso, pero no fue suficiente. No fue el “pueblo politizado”, que apenas se está conformando; más bien fue el choque de contradicciones saturando las redes, que no pasaron la prueba frente a una Reforma Estructural que nunca funcionó a nivel de calle. Cualquier campaña que pretendiera darle continuidad a un desastre no sólo no era veraz, además era obvio que quienes la impulsaran mentían. Los medios de comunicación fueron impugnados por la realidad y por la Web. Los tradicionales expertos en campañas electorales no calibraron bien ni el poder del “meme”, ni del pensamiento crítico salvaje, por no decir encabronamiento. Tampoco la apertura del espacio político a los jóvenes.
Ahora, en el 2024, la reincidencia en los mismos métodos desde las mismas plataformas políticas y “civiles”, explica la ineficacia de una estrategia tan obsoleta. No sólo no entienden al elector, además no lo conocen. No saben a qué se están enfrentando. Suponen que callando al presidente disminuyen a la candidata de su partido. Es una estupidez. Así don Andrés se ponga a contar chistes en las mañaneras, lo que refuerza a los candidatos oficialistas no es lo que dice sino lo que es, y no son las biografías furiosas de sus “heaters” las que lo definen. La estrategia de callar al opositor está sustentada en la creencia de que controlando la información se podrá controlar al elector. Otra estupidez, porque los medios de comunicación convencionales ya no forman opinión, catequizan sólo a sus propios devotos, incluso muchos han optado por migrar a la Web en un desesperado intento por mantener audiencias. La abierta parcialidad de comunicadores alternos y oficialistas es preferida a una oposición que miente burdamente y se aferra en mantener la mentira develada.
Debería preocuparnos que estos falsarios mientan con todo descaro e impunidad. El panorama que exhiben no es para nuestros ojos, sino para los del mundo. La narrativa que buscan imponer no funciona en México, pretende que la comunidad internacional se la crea. Si bien la inseguridad siempre se ha incrementado en cada proceso electoral, es muy sospechoso que, como la tos de mi travesura infantil, ahora surjan cada vez más hechos que parecieran demasiado convenientes para justificar una acusación de “narco-gobierno” que lleva semanas sin funcionar. Las advertencias del TRIFE de hacer “listas negras”, y la Suprema Corte de Justicia de la Nación como una fuerza política opositora, pretenden legitimar la intervención facciosa de estas dos cuestionables instituciones. Y vaya que han hecho más contra la seguridad y contra la estabilidad económica y social de México, que las tremendistas acusaciones no probadas por la monserga opositora. La narrativa que se trata de imponer es para después de las elecciones, y sólo funcionará si no se superan o por lo menos igualan los votos totales de la elección del 2018. Y a fin de cuentas, es una llamada de auxilio de una derecha y una ultraderecha mexicanas para que potencias externas vengan a meter orden, su orden, que es tan endeble con ambas fuerzas a la vez hermanadas y enfrentadas. Odi et amo, el fascismo progre. Dios nos libre de convertirnos en otro Perú, otro Ecuador, otra Argentina… Porque esta es la narrativa que no nos muestran, el guion que siguen: el caos.
No nos movamos a engaño. El frente cuatrotetista no es una perita en dulce. No cambiaría mi alquímico caramelo infantil por algunos de sus candidatos. Pero la oposición cardiópata es amenazante, y la violencia desencadenada en este proceso electoral descubre su ruta y sus afinidades, unas cuestionables, otras peligrosas, otras fatales. La feroz campaña opositora sólo puede tener éxito si renunciamos a nuestro criterio y aceptamos sin objeciones la enorme cantidad de mentiras con la que han dilapidado ya su capital político. La oposición desmesurada y frenética no busca votos, busca abstenciones, casillas desiertas y urnas vacías. Busca que regresemos a aquella acusación que nos hacía Ikram: la dejadez. Volver a los tiempos en que no nos importaba lo que hicieran o dejaran de hacer los demás, con tal de que no nos impidieran hacer lo que queríamos. Un territorio que desde los lobbies económicos y políticos internacionales ya no sería un país, sería un botín.