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Por Félix Cortés Camarillo

Que yo recuerde Europa no había estado tan tensa y con el temor de una guerra nueva desde la crisis de los misiles rusos en Cuba en octubre de 1962 o la invasión soviética de Praga seis años más tarde, en agosto. Hoy la agresión israelí en Palestina y el apoyo tácito de Norteamérica a Netanyahu, combinado con las ansias imperiales de Putin, tienen a los europeos, que de guerras saben un rato, al filo del agua de una confrontación que nadie duda puede acudir a las armas nucleares.

Desde luego que el perfil personal de los protagonistas en estas aventuras tiene un peso específico: la astucia de Nikita Sergueievich y John Fitzgerald trajo raja política por igual a la Casa Blanca y al Kremlin en el primer caso. En el segundo, la inflexible postura de Brezhnev y el débil trato de Lyndon Johnson propiciaron el sacrificio de la Primavera de Praga, reduciendo la cifra de muertes a menos de dos centenares.

Ese frágil equilibrio se está repitiendo ahora: Joe Biden, muy preocupado por contradecir la generalizada opinión de que es un vejete desvalido que no debe reelegirse, no tiene la impronta necesaria para enfrentar a un envalentonado Putin que ya ha puesto sobre la mesa la amenaza: una sola acción de cualquier país miembro de la OTAN –llámese Finlandia, Polonia o Suecia, los vecinos de Ucrania y  Bielorrusia, muy cerca del fuego– será una declaración de guerra de todo el bloque, que comanda Estados Unidos, a Rusia. Y Troya arderá. La decisión del viernes en Berlín de Alemania, Polonia y Francia de apoyar el envío de armas a Ucrania ha tenido una respuesta clara del Kremlin: Francia ya está en la guerra.

Dos son los conflictos más pronunciados en la actualidad: la invasión de Ucrania que ha tenido repercusiones en toda la economía global al ser este país proveedor alimentario importantísimo y la invasión de Palestina por parte de Israel. En uno y otro caso hay el sufrimiento de dos pueblos minoritarios que han visto fragmentadas sus familias que todos reconocemos son la célula madre de toda sociedad. Los ucranios muertos se cuentan por decenas de miles, los refugiados –mayormente mujeres y niños– en Polonia, Suecia, Finlandia o donde los reciban, son millones. A los varones el presidente Zelenski los necesita para la guerra y no les deja salir del país. Ellos tampoco quieren irse.

En el lado del Medio Oriente , en donde la solución razonable es la coexistencia respetuosa de dos estados, Israel y Palestina, con el pretexto de perseguir a los terroristas de Hamas, el ejército de Israel ha sitiado a los palestinos en el extremo sur de la franja de Gaza, cuya frontera con Egipto es el único paso por donde podían –cuando a Israel le daba la gana– ingresar los pocos camiones con alimentos para un pueblo diezmado y hambriento.

Al filo del agua. Así tituló Agustín Yáñez su mejor novela sobre el período inmediatamente anterior a la Revolución mexicana, que tantos muertos nos dejó.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Me enteré de una triste historia que puede sonar a chiste cruel y negro. La ayuda humanitaria a los palestinos se está dejando caer desde aviones, mayormente alemanes, en grandes pacas con paracaídas en el sur de la franja. Pues resulta que uno de los paracaídas no se abrió y el enorme paquete cayó sobre dos hambrientos hombres que esperaban la caída del maná del cielo

‎felixcortescama@gmail.com

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Vía / Autor:

// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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