Por Carlos Chavarría
Se puede dialogar y debatir entre izquierdas y derechas, pero con populistas es una pérdida de tiempo. Los populistas no tienen ideología, pues su pensamiento se formula y cambia según las posibilidades de manipular a las masas para perpetuarse en el poder.
Según la circunstancia, el discurso y oferta política de un populista le trasmitirá a sus públicos de interés lo que quieren escuchar, pues su propósito no es otro más que hacerse y retener el poder el máximo tiempo posible.
La geometría del poder se redujo a dos extremos surgidos de las discusiones en la Convención Nacional Francesa, los girondinos (derecha) y jacobinos (izquierda), los cuales se moverán entre un estado concentrador de la riqueza (los girondinos), en tanto la izquierda propugnara por un estado distribuidor de la renta nacional (jacobinos), entre ambos polos existen variopintos y modulaciones diversas.
El populista un día se reúne con empresarios y hablará de aquello que le interesa a la derecha representada por los asistentes. Al día siguiente, al sentarse con líderes obreros o colectivos sociales acomodará su discurso para hacer creer que es de izquierda. Así, hasta se podría reunir con criminales o inversionistas extranjeros y ambos quedaran embelesados por su oferta de respeto y garantías jurídicas para que continúen con su trabajo.
Po supuesto que la realidad política tendrá que cambiar de acuerdo con la circunstancia económica, por ejemplo, las verdaderas corrientes ideológicas ajustarían sus programas para evitar que la realidad los apabulle, en tanto el populista preferirá negarla porque si acaso se desgasta su imagen al contrastarla con la realidad, usará la coerción desde el poder, tal como lo hizo el PNR callista, luego viejo PRI, por todo su periodo en el poder.
La derecha e izquierda saben que la política es un péndulo que en esencia depende de la economía y se ajustarán para poder trascender sin destruir lo construido (un paso atrás, dos hacia delante, Lenin), el populista no le tiene consideración alguna a la trascendencia política con estabilidad y no le importara destruir si con eso se mantiene al mando. Echeverría fue un ejemplo.
Lo más curioso, aunque trágico, es cuando dos populistas se enfrentan en unas elecciones. En primer lugar es imposible diferenciarlos, porque ambos se mueven en lugares discursivos comunes, también tendrán las mismas bellas intenciones, se enfatizarán los riesgos de cada uno, y también degradarán sus debates a nivel casi de un pleito de vecindad.
Ningún sistema democrático es inmune al riesgo del populismo, que puede originarse en cualquier extremo del espectro ideológico. La pérdida de legitimidad, eficacia y credibilidad de las instituciones republicanas; la degradación del Estado de Derecho; la corrupción; así como el surgimiento de liderazgos “anti-políticos” apuntalados en discursos contra el sistema-nación, al que se atribuyen toda suerte de problemas (reales o no), constituyen el caldo de cultivo del que se alimenta el populismo antes de acabar debilitando y destruyendo la democracia.
Desde que se empezó a recurrir con Fox y López Obrador a la emotividad política como única vía para ganar el favor electoral, se puso en marcha la polarización y el voto por odio, que ha llegado ya a su máxima expresión con la intervención del presidente y los empresarios en un campo de batalla donde lo que menos importa es la nación y su futuro.
“Dado que el juego discursivo es ilimitado y vulnerable precisamente porque puede ser traspasado por representaciones capaces de subvertir la percepción de los hechos, y no solo de las opiniones sobre los hechos, el poder político utiliza con toda su fuerza formas de virtualización a través de estrategias productivas de mentiras, olvido, cancelación, censura, engaño y autoengaño, siempre parciales y nunca totales, pero siempre efectivas en el tiempo, con el efecto no secundario de enturbiar las aguas y despistar la atención dirigida a la legitima búsqueda institucional de una verdad fáctica”. Hannah Arendt.